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Orden adaptativo del mercado libre y descoordinación estatal

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Es intelectualmente muy ingenuo tratar a toda la economía como un sistema en equilibrio estático perfectamente ajustado que se ve sometido a perturbaciones pequeñas de naturaleza estocástica (modelo que no explica el origen y la dinámica del orden y según el cual las crisis sistémicas ni deben ni pueden suceder). El paradigma adecuado para la ciencia económica es justo el contrario: estudiar cómo surgen evolutivamente y de forma dinámica órdenes parciales y locales, cómo crecen, se mantienen o desaparecen, cómo se acoplan y desacoplan las diferentes partes de un sistema hipercomplejo mediante las interacciones de múltiples agentes con capacidades limitadas. Ciertos agentes especialmente poderosos, los estados intervencionistas, tienden a descoordinar la sociedad y son causa de crisis económicas recurrentes.

Los seres humanos actúan como agentes económicos intencionales para satisfacer sus deseos según sus capacidades: hacen lo que pueden para conseguir lo que quieren. Las capacidades son siempre limitadas (tanto físicas como cognitivas); las preferencias son en principio ilimitadas (es fácil querer más y mejor), subjetivas y relativas (se prefiere una cosa frente a otras), lo cual implica que toda acción tiene un coste de oportunidad (el valor de aquello a lo que hay que renunciar para alcanzar un objetivo deseado).

En un entorno social libre, las personas no suelen actuar de forma independiente y aislada trabajando y produciendo cada uno solo y solamente para sí mismo, sino que son productores especializados y consumidores generalistas: se dividen el trabajo e intercambian bienes y servicios. Las economías complejas son muy productivas gracias a la especialización y la acumulación de capital; en ellas los participantes se vuelven progresivamente más y más interdependientes: cada uno hace cada vez mejor un número más pequeño de tareas y externaliza el resto, de modo que depende de los demás para más cosas (como productor, sus habilidades podrían volverse innecesarias; como consumidor tal vez necesite bienes o servicios difícilmente sustituibles).

Es esencial que los canales de distribución funcionen bien para facilitar los intercambios, que el dinero sirva de forma efectiva como depósito de valor, medio de intercambio y unidad de cuenta, que los precios funcionen como señales que revelen e integren información dispersa acerca de la oferta y la demanda, y que existan procesos de control de calidad de los productores (libre competencia, posibilidad de acceso de nuevos empresarios y quiebra de los fracasados). Especialmente importantes son los tipos de interés (para la coordinación intertemporal de producción y consumo) y los mecanismos de gestión de la confianza o crédito (para préstamos e intercambios diferidos).

La división del trabajo y la estructura productiva resultante no son resultado de ningún plan centralizado diseñado conscientemente. Para una sociedad mínimamente compleja (mayor cantidad de personas y posibles preferencias, capacidades, acciones e interacciones) es sencillamente imposible juntarse todos y ponerse de acuerdo (la comunicación verbal es un canal lineal de escasa capacidad, y las capacidades humanas de atención, memoria y procesamiento de información son muy pequeñas; tal vez el lenguaje no pueda expresar con claridad y precisión lo que la gente quiere y puede hacer en realidad; siempre son posibles los desacuerdos y las diferencias irreconciliables, la incompatibilidad de los planes personales); tampoco existen los planificadores o coordinadores con los conocimientos y la benevolencia necesarios como para confiar en ellos la dirección centralizada de la actividad económica.

Todo proceso productivo (la preparación de la producción y la producción misma) lleva tiempo: el aspirante a productor debe invertir previamente recursos en alcanzar la capacidad necesaria para realizar su tarea (aprendizaje, adquisición de capital humano, profesionalización); el profesional competente necesita bienes de capital, su propia capacidad laboral y tiempo para poder obtener frutos por su trabajo. Estos procesos de preparación y producción suelen ser tan largos que es posible que las condiciones del mercado sean muy diferentes al final que al principio: los gustos de los compradores pueden cambiar, la competencia puede producir mejor o más barato, o aparecen nuevas tecnologías. La satisfacción de los consumidores con lo ofrecido por un productor no está garantizada de antemano, es posible fracasar, obtener pérdidas y tener que abandonar una línea de producción.

Se produce un acoplamiento exitoso entre productores y consumidores (sean consumidores finales  o productores intermedios necesitados de suministros) cuando los productores hacen lo que los consumidores quieren a precios que los consumidores están dispuestos a pagar y que permiten a los productores obtener beneficios y permanecer en el negocio. El éxito se demuestra mediante los intercambios voluntarios (preferencias demostradas), no mediante declaraciones verbales de satisfacción. Antes de comenzar sus proyectos los productores pueden preguntar a los consumidores qué quieren y a qué precios, pero la obtención y la gestión de esta información es muy problemática  y los consumidores no quedan comprometidos a actuar como han declarado. Cualquier productor debe intentar estimar la demanda futura de sus servicios, la disponibilidad de los suministros que necesita, y la actuación de la competencia.

Para reducir la incertidumbre respecto al éxito de una actividad económica es posible recurrir a contratos mediante los cuales las partes se asocian y se comprometen previamente a proporcionar o adquirir un bien o servicio. Una economía exitosa requiere libertad contractual para poder adaptarse a las distintas condiciones de tiempo y lugar, y un eficiente sistema institucional que garantice el cumplimiento de lo pactado. Una empresa es una red de contratos de cooperación productiva: accionistas, prestamistas, socios, cooperativistas, trabajadores, proveedores e incluso clientes pueden ligarse mediante compromisos que garanticen la coordinación futura en condiciones pactadas de antemano.

El acoplamiento entre productores y consumidores no es perfecto ni estático: surge de forma evolutiva mediante cambios adaptativos progresivos: dada una estructura económica en un instante determinado, cada productor debe decidir empresarialmente qué hacer, si seguir igual, reducir o expandir capacidad productiva, producir lo mismo de otra manera o producir otras cosas. Estas decisiones son especulativas y estratégicas, necesitan basarse en predicciones o estimaciones de cuáles van a ser las preferencias de los consumidores y las actuaciones de los potenciales cooperadores o competidores. La adaptación evolutiva se produce mediante ensayos y comprobaciones: los productores proponen y los consumidores valoran sus propuestas como acertadas o fallidas. Los productores exitosos permanecen en el mercado y pueden incluso aumentar su poder de acción; los productores fracasados ven su poder de acción reducido e incluso quizás tengan que abandonar el mercado. El sistema económico se ajusta constantemente en el límite del caos: no hay un orden total inmutable ni un caos carente de toda regularidad o referencia estable.

Los ajustes son más fáciles si el sistema económico es descentralizado, distribuido y redundante, con agentes interactuantes relativamente pequeños, reemplazables y con un número limitado de conexiones con el sistema, de modo que sus fracasos puedan ser asumidos con facilidad y los recursos liberados reasignados con rapidez. Las asociaciones humanas coordinadas (y sus dirigentes o gobernantes) son agentes sociales y económicos mucho más poderosos que cada individuo por su cuenta. Un agente grande, con mucho poder de acción y muchas conexiones con otros participantes en el sistema, es un elemento crucial de la estructura de producción y consumo: su actuación acertada puede facilitar la coordinación social, pero sus errores pueden implicar graves influencias desestabilizadoras. Una empresa en un mercado libre crece en la medida en que satisface a los consumidores: su tamaño no es una amenaza para la estabilidad del sistema.

Los estados intervencionistas son agentes descoordinadores de alto poder. En general han abandonado los intentos comunistas y socialistas de planificar coactivamente toda la producción, pero continúan usando su poder coactivo para practicar la ingeniería social y económica causante de los ciclos de auge y crisis: distorsionan la institución del derecho mediante la legislación rígida y burocrática; controlan de forma incompetente el dinero y el crédito; privilegian a unos a costa de otros; ofrecen garantías que generan riesgo moral y conductas excesivamente arriesgadas; diluyen el sentido de responsabilidad de los agentes, que no se supervisan mutuamente e intentan traspasar a otros los costes de sus errores; dificultan la empresarialidad, con los ciudadanos acostumbrados a recibir órdenes y deseosos de integrarse en burocracias parasitarias; generan dependencia de sus servicios asistenciales y sus transferencias de riqueza (pensionistas, parados); amplios sectores económicos dependen de la voluntad política (educación, salud, obra pública, medios de comunicación); pretenden obrar en defensa del bien común y como representantes de la voluntad general democrática cuando en realidad se aferran al poder, reparten favores y defienden intereses organizados.

Los fracasos empresariales depuran los errores del sistema, lo reconfiguran y recuerdan a los supervivientes que deben estar alerta. La ausencia de quiebras en un sector económico podría ser señal de buena salud empresarial generalizada, pero también puede ser resultado de protecciones estatales que ocultan los errores y los acumulan gradualmente hasta que son imposibles de contener y se desencadena una crisis catastrófica (como una avalancha destructiva que podría haberse evitado con sucesivas disgregaciones inofensivas). Las etapas de prosperidad engañosa e insostenible y la crisis correctora son asimétricas: la confianza se extiende en exceso gradualmente pero se pierde de repente; en el auge los recursos económicos se redirigen a proyectos existentes aparentemente más rentables que expanden sus operaciones, mientras que en la crisis se destruyen muchas empresas y es preciso reconstituir proyectos sin apenas referencias de éxito. La crisis no se arregla intentando a ciegas que haya más actividad económica: el problema esencial es la dirección inteligente, atributo ajeno a políticos y burócratas.

Los gobiernos causantes de las crisis critican al mercado libre por ser el presunto culpable de las mismas y por no ser capaz de hacer milagros imposibles y resolver rápidamente los problemas de coordinación económica mientras se encuentra maniatado por la coacción estatal. La peor decisión causante de la crisis fue dar más poder al Estado: la crisis podría ser el momento del arrepentimiento y la remoralización de la sociedad, de dejar de intentar vivir a costa de los demás o de exigir garantías donde no puede haberlas.

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