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Orígenes del Tercer Poder

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En la Grecia anterior al experimento democrático ateniense, la justicia aparece primeramente personificada en la diosa Dike, hija de Zeus, el padre de dioses y hombres, y es ejercida exclusivamente por miembros de la aristocracia. El triunfo de la democracia supone, entre otros cambios, el traspaso de su ejercicio a manos de los ciudadanos sin distinción de clase social. En Esquilo, uno de los tres trágicos más conocidos, encontramos una primera exposición del valor y función de la justicia en una sociedad democrática.

Esquilo (525 a.C. – 456 a.C) pertenece a la primera generación de demócratas atenienses. Sus tragedias, como normalmente el género en Atenas, no sólo desarrollaban sobre el escenario hechos propios de un pasado mítico, sino que en su reelaboración el autor intentaba enseñar a los ciudadanos que asistían al espectáculo los fundamentos del nuevo régimen.

La Orestíada es el nombre que recibe un conjunto de tres tragedias relacionadas entre sí por la temática donde aparece expuesta por primera vez la razón de ser de la justicia en cuanto parte de un estado democrático. Agamenón,el rey de Micenas, vuelve triunfante de la guerra de Troya. Lo reciben su esposa Clitemnestra y el amante de ésta, Egisto. Ambos dan muerte al rey para apoderarse del trono. La tradición exigía que la reparación del crimen procediera del mismo clan agraviado. Según este procedimiento, Orestes, el hijo de Agamenón y Clitemnestra, debía matar a su madre para vengar a su padre. El conflicto trágico está servido. Acatar la ley del clan supone atentar contra una ley natural. Electra, hermana de Orestes, le incita a cumplir con su deber hacia el clan, por más que ese deber provoque en éste angustias y dudas. Finalmente, Orestes mata a su madre y al amante de ésta. El hecho desata la ira de las Erinias (Furias, en su versión latina), divinidades encargadas de castigar a los parricidas. Orestes acaba refugiándose en Atenas, donde la diosa Atenea establece el tribunal del Areópago para los crímenes de sangre, que, a su vez, absuelve al acusado dando fin a la serie de crímenes.

Originariamente, el Areópago ("La colina de Ares" en griego) era el lugar donde se reunía el órgano de poder de la aristocracia, que concentraba en sí todas las atribuciones. El proceso que llevó a la democracia vino marcado por una constante reducción de la influencia de este órgano. El Areópago, por tanto, evocaba a los atenienses una organización política cuyo control era esencial para el triunfo del nuevo régimen. El triunfo final de la democracia vino subrayado por la conversión, en el 462 a.C., bajo Efialtes, de la cámara del Areópago en tribunal específico para delitos de sangre.

Con su adaptación del viejo mito a la realidad democrática de la Atenas del siglo V a.C., Esquilo daba dos lecciones a los ciudadanos. De un lado, los animaba a respetar la tradición, manifestada en la conservación del órgano; pero, por otro lado, les enseñaba el camino por donde debía marchar la justicia democrática. El ejemplo mítico mostraba cómo la justicia en manos del estado es un avance contra la interminable sucesión de crímenes que lleva aparejada la justicia sumaria del clan. Es el ejemplo primigenio de cómo la justicia debe sustituir a la venganza si se pretende erigir una sociedad estructurada.

Para terminar, voy a recoger las palabras que la diosa Atenea dice en la última de las tres obras de la trilogía, Las Euménides. En ellas, se establece el tribunal del Areópago y se dan algunas líneas esenciales del funcionamiento de la justicia democrática. La traducción es mía.

Atenea se dirige a Orestes (versos 470-489):

El asunto es bastante serio para que un mortal piense en juzgarlo. Tampoco a mí la ley divina me permite hacer justicia en el caso de un asesinato, que acarrea la rápida furia de las Erinias. Sin embargo, tú has llegado a mi morada como puro e inocente suplicante tras haber realizado los ritos adecuados y te respeto de este modo porque mi ciudad nada puede reprocharte. Pero tienen aquéllas una misión que no admite obviarlas fácilmente. Y si no tienen éxito en su afán, descargarán inmediatamente sobre este país la ponzoña de su resentimiento: una horrenda y definitiva plaga que caerá sobre la tierra. Así están las cosas. Ambas actitudes, admitirlas o rechazarlas, son inevitablemente desastrosas para mí. Pero dado que este problema se ha presentado aquí, yo elegiré y tomaré juramento a unos jueces para los homicidios, y estableceré una institución que durará eternamente. En cuanto a vosotros, convocad los testigos y las pruebas que bajo juramento sustentarán el juicio. Regresaré cuando haya seleccionado a lo mejor de mis ciudadanos para que diriman con veracidad esta querella gracias al juramento que prestan de no fallar nada contrario a la justicia. 

De nuevo Atenea (versos 681-710):

Pueblo del Ática [atenienses], dado que habéis llevado a cabo el primer juicio por un delito de homicidio, es ya momento de que podáis oír un decreto divino. En lo sucesivo, la hueste de Egeo [los atenienses] contará para siempre con este consejo de jueces. Lo tendréis en esta colina de Ares [el Areópago]. (…) Aquí la veneración de los ciudadanos y el temor, su congénere, os apartarán día y noche de cometer injusticias. (…) Os aconsejo que lo defendáis, que no veneréis ni la anarquía ni el despotismo y que no expulséis completamente de la ciudad el temor. (…) Instituyo este consejo inasequible a la corrupción, venerable, pronto al castigo, en vigilia por los que duermen, defensor de la tierra. He desplegado esta exhortación a mis ciudadanos con vistas a su futuro. Ahora, respetando vuestro juramento, os debéis poner en pie, dar vuestro voto y pronunciar una sentencia. He dicho.

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