No ganamos para sustos. Un estudio de investigadores de varias universidades liderados por biólogos de la Universidad de Exter, en el Reino Unido, ha llegado a la conclusión que por los cielos europeos vuela algo así como un cuarto menos de los pájaros que volaban en 1980. En números redondos, que siempre nos ayudan mejor a comprender estos desastres, se calcula que si allá por esos años nuestros cielos eran cruzados por unos 2.000 millones de hermanos plumíferos, en la actualidad lo hacen solamente unos 1.600. Afinando un poco más, unos 420 millones menos.
Richard Inger, investigador del Instituto de Medio Ambiente y Sostenibilidad de la universidad británica y principal autor del estudio, asegura que no todo está perdido y que: «el declive se ha ralentizado recientemente y es de esperar que los crecientes esfuerzos de conservación aseguren el futuro de la mayoría de las especies. Pero tenemos que asegurarnos de que gestionamos el medio ambiente con la vida silvestre en mente».
Una de las cosas que más me ha llamado la atención ha sido ver otra vez cómo socialismo y ecologismo caen en el mismo comportamiento: verse a sí mismos como la única manera válida de acción. Cuando a un socialista le muestras y demuestras que su política intervencionista solamente produce más pobreza, o que reduce las opciones del ciudadano, o que coarta la libertad, te asegura que eso es consecuencia de que no se ha regulado lo suficiente y que si se hiciera más, otra gallo nos cantaría, que eso de liberalizar, nada de nada, que es cosa de capitalistas sin corazón y con exceso de lucro y lujo. Pues para el ecologista, lo mismo.
Desde los años 60 del siglo XX, y desde luego durante los últimos 35 años en la Unión Europea, y en general en casi todo el planeta, se ha optado por políticas públicas de protección del medioambiente, hasta el punto de que cada vez es mayor la superficie en el mundo que cuenta con medidas que impiden o controlan cualquier tipo de actividad humana, sujeta en no pocoas ocasiones esta protección a la expropiación de la propiedad, supeditado todo ello al estado del ecosistema, de las especies animales y vegetales que alberga.
En concreto, y ya que estamos en el caso de las aves, en las Zonas de Especial Protección para las Aves (ZEPA)[1] está prohibida o limitada la caza de aves, en sus fechas y sus técnicas; se regula la posible comercialización; y los estados están obligados a actuar para conservar las condiciones medioambientales requeridas para el descanso, reproducción y alimentación de las aves. En España, estas zonas y los Lugares de Importancia Comunitaria (LIC) no han dejado de crecer y actualmente ocupan 14.789.797 hectáreas (marinas y terrestres), el 27,18 % de la superficie española, según el informe Natura 2000 de los nunca sospechosos WWF.
Vamos, que más protección, menos aves. ¡Pues vaya desastre, no! Cabe preguntarse por tanto si esta disminución de la avifauna podría reducirse si optáramos por otro tipo de acción. Sin embargo, la primera reacción de Inger es la misma que la del socialista: no, no hemos fracasado, es que no hemos protegido lo suficiente, hay que gestionar mejor… yo nunca me equivoco, faltaría más.
Más alarmante parece ser que esta desaparición se está centrando, no en las especies protegidas, sino en las que no muestran este tipo de protección especial. El «genocidio» (y pongo aquí esta palabra porque es la que ha usado el redactor de El País que escribe el artículo que he enlazado) no se centra en los buitres, las cigüeñas o rapaces de todo tipo, algunas de cuyas poblaciones crecen, sino en las comunes, como los simpáticos gorriones que están desapareciendo de las ciudades[2], hasta el punto de que el 90% de estas desapariciones se centran en este tipo de especies.
De nuevo volvemos al tema de la protección, o mejor dicho, al de la acción humana. Podemos dar sentido moral a una acción, proteger a una especie puede ser o parecer positivo, pero desconocemos todas las consecuencias de nuestra labor de protección, hasta el punto de que esta puede arruinar la vida de otras especies. Cuando en las reservas africanas se protege el elefante, se suelen producir un exceso de población del paquidermo que terminan afectando a todo el ecosistema, lo que obliga a grandes cacerías, para alegría de los comerciantes de marfil.
El simpático gorrión ha sido un ave que se adaptó muy bien a los ecosistemas humanos, hasta el punto de que sus poblaciones se vieron beneficiados por los entornos rurales y urbanos, donde proliferaron de una manera que quizá en el campo original no fueron capaces. El urbanismo sostenible ha cambiado precisamente estos entornos y es posible que lo que para nosotros, o al menos para nuestros políticos, es sostenible y ecológico, incluyendo nuestro nuevo modelo de urbanismo, no lo sea para el gorrión, más adaptable al Madrid de las películas de Paco Martínez Soria que al de Podemos y su coleta. De nuevo, cabe preguntarse si nuestra arrogancia a la hora de «entender» la Naturaleza y esta, ya que nos gusta tanto eso de una naturaleza inteligente, de un demiurgo verde, nos está dando una colleja para que nos volvamos más humildes.
De todas formas, desde la perspectiva del ecologista, del conservancionista, no queda otra, el culpable es el Ser Humano. La investigación señala que algunas de las razones serían la expansión de las ciudades a costa de lo rural (curiosamente, lo que crecen son las ciudades en Europa, no el agro), la fumigación en zonas turísticas, que acaba con los insectos y como no, la agricultura que ha matado a miles de aves con sus fumigaciones, sus transgénicos y sus toxicidades. Y todo ello, en pleno boom de la agricultura ecológica, de los huertos urbanos, de la comida natural que en teoría vuelve a los sistemas que han permitido que nuestros plumosos amigos, los más habituales y comunes, prosperaran. No es un poco paradójico que teniendo una creciente protección pública medioambiental las cosas no estén tan bien como se creía. Y es que, como en el socialismo, nunca tenemos toda la información.
Los autores del estudio se preguntan si la concentración de los esfuerzos de protección en algunas especies singulares no estaría siendo un error. Yo no voy a ser tan categórico como ellos, pero sí me place indicar que existen otras maneras distintas de protección, algunas basadas en la preservación de la propiedad privada, en la responsabilidad de nuestras acciones, opciones que tienden a ser rechazadas por los conservacionistas, la mayoría educados en lo benéfico de lo público y lo mezquino y lo egoísta de lo privado.
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