El conocimiento es más importante que nunca. La educación oficial no es más que un lastre para la evolución.
«Don´t let school interfere with your education», Mark Twain.
Afortunadamente en este caso, que el movimiento liberal sea minoritario me va a beneficiar pese a tratar un asunto que puede enfervorizar a más de un padre… Eso sí, puedo descargarme algo de presión al apoyarme en personajes de gran repercusión en el mundo de la innovación, que no tienen la menor simpatía por lo que se enseña en muchos de los centros universitarios de élite.
Uno de ellos es Peter Thiel, empresario que cofundó Pay Pal, inversor en capital riesgo (startups) de compañías como facebook y gestor de un hedge fund. Es considerado por otro innovador del «universo Silicon Valley», Marc Andreessen (creador de Netscape, inversor en Twitter o Bitcoin que codirige la compañía de capital riesgo ‘Andreessen Horowitz’), como uno de los tres máximos visionarios tecnológicos actuales, junto con Larry Page (Google) y Elon Musk (también fundador de Pay Pal, SpaceX o Tesla).
Thiel no es sólo un sabueso con gran olfato para identificar nuevos sectores o negocios disruptores, sino que es un libertario confeso que ha apoyado la causa de Ron Paul en el Partido Republicano.
Que quienes verdaderamente hacen cambiar el mundo sean liberales es una grandísima noticia para quienes defendemos estas ideas. Y que éstos sean conscientes y denuncien públicamente el terrible daño que hacen la intervención pública y la burocracia a la dinámica del capitalismo también es de agradecer. La especialización nos lleva muchas veces a extrapolar fenómenos que observamos, vivimos y conocemos al milímetro en nuestro campo como si no hubiera factores exógenos que puedan romper esa tendencia. Eso pasa a muchos tecnólogos que irradian un contagioso optimismo, augurando el paraíso en la Tierra de aquí a 30 o 40 años. Thiel, pese a ser uno de los máximos protagonistas del auge tecnológico de las últimas dos décadas, no pasa por ser una persona demasiado positiva en su análisis de la extensión y alcance real de esas innovaciones, menos importantes para él de lo que la mayoría presume. O, dicho de otro modo, reconoce que las innovaciones se han desarrollado allá donde el Estado ha metido (o podido meter) menos baza, pero en otros campos es imposible levantar cabeza: energía, salud, transporte (infraestructuras), etc.
Y no le falta parte de razón. El Nobel de Economía de este año, Jean Tirole (no sé qué pasa últimamente con los economistas franceses…), ha recibido tan magna mención por estudiar el «poder de los mercados y la regulación». Según la academia sueca, «ha clarificado cómo podemos entender y regular industrias donde hay unas pocas empresas muy poderosas». Nada nuevo bajo el sol (salvo, seguramente, indicadores estadísticos muy sofisticados…). Como tampoco es nuevo que todos estos solemnes intelectuales de la organización industrial se olviden de mencionar que el más poderoso monopolista que opera en el mercado es el Estado. Da auténtica repulsión tener que recordarlo una y otra vez.
La educación universal y forzosa
Uno de estos campos hurtados a la competencia por el Estado es precisamente el de la educación. El nombre de por sí da verdadero pavor. No sé por qué en España hubo tanto revuelo con la asignatura de «Educación para la ciudadanía». ¿Acaso no es redundante? Los propósitos verdaderos del Estado al garantizar la educación universal tienen mucho más que ver con el adoctrinamiento y la sedación de las mentes a través del mensaje igualitario y la consiguiente anulación personal, así como con granjearse apoyos entre el colectivo educativo (la típica alianza política y burocrática).
Aun asumiendo buena voluntad en esto de la defensa de la educación universal, parte de una concepción elitista en el peor de los sentidos y de un error de enfoque inmovilista. Antes de desarrollar estas dos ideas, hay que tener presente que las cosas deben ponerse en su debido contexto. Una población, antes de ver reflejado su porvenir en la cara de sus empresarios e innovadores, debe llegar a una madurez mínima: deberá ir incrementando la confianza en el vecino o extraño (aún más difícil), ir rebajando su preferencia temporal, civilizarse, pacificarse, controlar a facciones saqueadoras u hostiles, etc. Habitualmente, en países donde no se respetan los derechos individuales y hay extrema violencia, ciertas «élites» se ponen la misión de pacificar y encauzar una región. Se trata de una perspectiva ilustrada, paternalista y con miras de largo recorrido. Por ello mismo es por lo que estas propuestas o soluciones que surgen de «arriba hacia abajo» tienen ese sesgo elitista, orientado, en el caso de la educación, a la alfabetización o un mínimo cálculo matemático, además de a las «buenas maneras».
J.S. Mill: libertad, según para qué…
John Stuart Mill se debatía entre la libertad negativa o positiva en esto de la educación. Él mismo había sido fruto de un experimento social auspiciado por su padre, James Mill, quien le enclaustró entre utilitaristas, filósofos o autores de la Escuela Escocesa, entre otros, hasta obtener una educación formal a la edad de tan sólo 14 años. La mera comparación con cualquier otro mortal por sus logros intelectuales desde tan temprana edad y por la utilidad y provecho que obtuvo de ellos ya condicionaría su pensamiento relativo a si la educación había de ser forzosa o elegida libremente por parte los padres.
Se decantó por la libertad positiva y llegó a la conclusión de que debía ser obligatoria y que el Estado había de velar por el buen aprovechamiento a través de unos exámenes o reválidas comunes a toda la población. La línea entre la «bondad» con el congénere y la aniquilación de su libertad es muy delgada… Y esta no es una excepción. Llegó a sostener que la libertad había de protegerse siempre que no se causaran daños a otros durante su ejercicio. Pero ese «no dañar a otros» es en su caso muy amplio. No se trata de proteger vida y propiedad, sino de proteger un entorno social determinado. De esta manera, atentar contra las buenas maneras, no respetar a los animales o la indecencia pública debían contrarrestarse. Curiosamente, la libertad así entendida consistía en que los ciudadanos tenían unos «deberes públicos» que, en caso de ignorar voluntariamente, debían reprenderse al suponer un perjuicio a la sociedad.
Esto era extensible lógicamente a la educación: los padres tendrían «cedida» (por el Estado) la custodia de sus hijos siempre que se comportaran como buenos ciudadanos y les dieran una educación adecuada. En cuanto se despreocuparan o no garantizaran unos mínimos contenidos, el Estado estaría obligado a actuar. Eso es lo que tenemos hoy. No puede sorprendernos ya. Aunque ahora sin beneficio de la duda. Te roban al hijo y luego reclama si puedes…
Así se alcanzaría esa ansiada educación mínima universal, que posibilitaría no sólo el desarrollo personal y profesional del niño, sino el de la sociedad (bien común). Y quién decide cuál es la educación mínima estándar que permitirá la igualdad en la Tierra: claro está, el intelectual se erige a sí mismo como el «elegido». Los padres son demasiado ignorantes para ser libres.
Hemos pasado del complejo de culpa de la persona ilustrada que lo ha tenido todo desde pequeño a la imposición de su propio modelo de desarrollo personal al resto de la población, llamándoles, de paso, cortos de mente y coartando sus voluntades. Yo me pregunto cuánto hay de experiencias personales en los escritos hipersofisticados y lógicos que los grandes prebostes del conocimiento vierten hacia sus enajenados seguidores (acomplejados por no ser Stuart Mill) con el único afán de matar sus ruinas interiores con el triunfante eco de la bazofia liberticida que exhalan. Y encima por el bien común. Qué peligro llevan el ego y el poder juntos.
¡Yo no quiero ser Stuart Mill!
Y aquí viene el segundo error de bulto de esta concepción elitista e ilustrada. Parte de una visión conservadora que pretende hacer ver que el conocimiento sólo se puede adquirir a través de una forma que demostró un grado de éxito relevante hace dos siglos: educación secundaria y universitaria. ¿No pueden evolucionar las cosas desde entonces? Porque la gente, los paradigmas productivos y los productos y servicios sí lo han hecho.
La imposición en este campo aniquila la experimentación a través de, por ejemplo, programas educativos cambiantes dentro de especialidades existentes, nuevas especialidades per se o nuevos métodos formativos que se adecúen a las necesidades evolutivas que rijan en cada momento, ya se lancen desde dentro o fuera del ámbito educativo más tradicional…
Pero, además, al partir esta imposición de las élites intelectuales, el sesgo es completo hacia quienes tienen o cultivan un tipo de habilidades muy específicas. Puede expulsar a personas con clases de inteligencia que no sean las puramente lógicas, matemáticas o verbales. Al estrechar la oferta formativa y convertir esa educación formal en universal, muchas personas están frustradas y se encuentran en el punto de mira por no ser amigos de los libros… Se ven truncadas al mismo tiempo sus verdaderas capacidades, que podrían desarrollarse a través de la inteligencia emocional (cuanto menos apego a los libros de manera obsesiva, por lo general, más se cultiva el trato humano y mayor comprensión de la naturaleza del que se tiene en frente…), de «aprender haciendo» (learn by doing) o de explorar simplemente nuevos caminos. Cuánto provecho no obtendrían esa persona y la sociedad misma de permitírsele la especialización desde edad temprana en aquello que hace relativamente mejor y que le va a hacer más feliz por dominarlo mejor y poder recoger los frutos de sus cualidades e intereses.
Por no hablar, por supuesto, de que los colegios hoy día no son ningún centro de élite. Si al menos aquello lo consiguieran, por más frustraciones que crearan en algunos niños, algo se alcanzaría… Con lo que nos encontramos, como nos explicó magistralmente el profesor Bastos en una universidad de verano, es, las más de las veces, con centros de delincuencia juvenil en que el matón de turno (mal estudiante que no debería estar nunca encerrado en ese agujero de manera forzosa) abusa sistemáticamente del indefenso empollón… Frustrados acaban todos.
Son el conocimiento disperso y la desigualdad los que crean riqueza
Asimismo, este enfoque incide en una educación igualitaria, con un currículum común, como única forma de obtener prosperidad en los países. Es todo lo contrario. Es precisamente la diversidad de conocimiento, que se genera gracias a la desigualdad de personalidades, habilidades y experiencias, y la consiguiente variedad de aproximaciones a los infinitos problemas y oportunidades económicas que se nos presentan, lo que propicia la creación riqueza en la sociedad. Así lo sostienen autores como Herbert Spencer (con su apego a la diversidad), George Gilder (con su modelo de entropía), Joseph Schumpeter (destrucción creativa), Ayn Rand (empresario como héroe), Friedrich Hayek (tipos de conocimiento, proceso de coordinación social) o Jesús Huerta de Soto (y su análisis del conocimiento y del big bang social), entre otros muchos.
Es más, son el desarrollo económico, la acumulación de capital y la posibilidad de rentabilizar la baja preferencia temporal los que incrementan la inversión en educación por parte de las familias, y no al revés. La educación no es origen del desarrollo económico, como muchos sostienen, sino resultado del mismo. Se puede ser pobre, ignorante, pero honrado. De ello es claro ejemplo la España del plan de estabilización.
Modelos de formación disruptores y adaptativos
I’ve never claimed that nobody should go to college or that we should shut down all the universities in this country or anything like that. What I have argued is that there is no one-size-fits-all, and that we need to have a more diverse array of things that people, including our most talented people, can be doing.
Las respuestas en el capitalismo tienen que venir del conocimiento, no de la educación formal estatalizada. Y ni siquiera de modelos viejos de aprendizaje, por más privados que sean. Esto es lo que vienen a sostener precisamente personajes como Peter Thiel, quienes quieren romper con modelos educativos que van muy por detrás de lo que exigen los entornos innovadores y de elevada incertidumbre en que se desarrollan las startups.
No pierdas el tiempo. Vas a universidades privadas, te alejas del mundo durante varios años, años a veces irrecuperables si tu vocación no queda satisfecha por ese programa educativo y tienes que empezar de cero al salir. Te gastas un dineral y te endeudas hasta la extenuación. Y para qué: puedes aprender más y mejor por tu cuenta o conforme desarrolles tus propios proyectos. Hoy día, recordemos, el acceso al conocimiento tiene un coste prácticamente cero.
Los modelos educativos superiores están sustentados en jerarquías centralizadas muy rígidas, con profesores que apenas se apean de las teorías que explican desde muchos años atrás porque hacerlo exige un coste de aprendizaje continuo que no están dispuestos a afrontar y porque tienen mucho capital intelectual invertido en esas ideas y su prestigio depende de ello. Un profesor es un dios del conocimiento. Así se ve especialmente a sí mismo y así le ven en sus familias y en el entorno académico que le rodea, que se debate entre hacerle la pelota o hacerle la cama según la posición de fuerza que tenga en el departamento. La endogamia en este sector es digna de analizarse y los especímenes que allí pululan son de estudio clínico. Está bien, hay entornos libres endogámicos también. Estén en su mundo, cerrados, aislados, pero no fuercen a que su parcela sea la de todos, no nos obliguen a sufragarlo, no nos obliguen a soportarlo… Sobre todo, si no ponen al día de conocimiento a sus estudiantes, si no están a la vanguardia del conocimiento, que es lo que ocurre con este podrido sistema universitario.
Por mucho que se quiera estabular, no se pueden poner puertas al campo. La época actual se caracteriza porque el conocimiento tiene un peso que nunca había tenido antes en la Historia. Cada vez en un producto pagamos más por conocimiento y menos por material. Además, el acceso a la información y al conocimiento nunca fue más inmediato, veloz ni abundante (barato). Esto impulsa aún más el uso del conocimiento en los procesos humanos. Porque da rendimiento, porque no necesitamos complementarnos con otros factores con coste prohibitivo.
Y es que el valor, hoy día, no se crea por la acumulación de bienes de capital y el surgimiento de grandes economías de escala para producir bienes y establecer procesos de producción razonablemente conocidos y con una demanda bastante cierta. El mundo, hoy, es innovación continua sobre fines y medios en medio de brutal incertidumbre. Aunque hay mucho error también, el valor se crea hoy con formación desde los cinco años en campos como la informática (sí, como James Mill hacía con su hijo, pero ahora lo hace el niño de manera autodidacta o con amigos a un coste casi cero), con 3.000 dólares de capital inicial, capital semilla de inversores como Thiel o Andreessen, unas cuantas buenas ideas, mucho arrojo y descaro, un buen modelo de negocio, buen olfato empresarial y mucho don de gentes. Véase, para poner un ejemplo femenino de los que tanto escasean en el ámbito empresarial, el reciente caso de Elizabeth Holmes, quien acaba de asaltar la lista de Forbes de los 400 más ricos en el puesto 112, con 30 años, la tercera persona más joven de la lista de este año. Dedicada al campo de la biotecnología, su finalidad es hacer más baratos, indoloros y autorrealizables por el paciente los análisis de sangre (para detectar anomalías, llevar controles periódicos de salud, etc.). También abandonó la universidad… a los 19 años.
János Kornai, autor húngaro que vivió bajo el yugo soviético y que descubrió la abundancia capitalista con la candidez de quien ve por primera vez nevar, señala en su libro Dynamism, Rivalry, and the Surplus Economy: Two Essays on the Nature of Capitalism los elementos que permiten en el capitalismo la innovación continua, además de apuntar que la innovación es un elemento consustancial al propio capitalismo:
- Iniciativa descentralizada (no planificación).
- Recompensa gigante al que tiene éxito (incentivos).
- Competencia feroz: soberanía del consumidor que posibilita que el productor tenga que estar en alerta continua para mejorar, creando una abundancia de propuestas de valor para el cliente (vamos, igual que el Estado y el sistema de votación cada cuatro años con el que se valida el buen hacer del político de turno y que permite aumentar sistemáticamente las prestaciones al «cliente» gracias a la fervorosa competencia del sector público… [léase modo irónico]).
- Experimentación extensiva y ubicua.
- Flexibilidad financiera, capital en reserva buscando financiar inversiones prometedoras.
No es de extrañar que Peter Thiel llevara a cabo su propio programa para innovadores en 2011 en el que paga 100.000 dólares a estudiantes brillantes de universidades como Harvard, el MIT, Stanford, etc., por abandonar esos prestigiosos centros para pasar a experimentar y desarrollar sus proyectos dentro de su programa. Otra propuesta más de carácter experimental. Que sigan fluyendo. El conocimiento es más importante que nunca. La educación oficial no es más que un lastre para la evolución.
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