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Paraíso socialista

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La dictadura de Cuba pone verdadero rostro a buena parte de la izquierda occidental, que tan solo busca que sus ideas se sigan extendiendo como el veneno que representan.

Las dictaduras son indeseables porque privan de la libertad a los que las sufren. Sin entrar en diferencias entre totalitarismo y autoritarismo, y tratando de aportar una visión general, estamos ante regímenes políticos en los que -por medio de la fuerza desmedida- se reprime la libertad individual y se coartan los derechos fundamentales. Respecto del primer apunte -la libertad individual- entendemos que está referida a la libertad de acción, la propiedad privada y la vida. En lo que afecta al segundo -los derechos fundamentales- el concepto se desnaturaliza por la epilepsia legislativa de los entes supraestatales, así que será mejor no entrar a analizar una categoría que de aquí a poco considerará, como si fuera un derecho, hasta el acceso a Internet.

Es interesante el debate -aunque imposible ahondar en él en estas líneas- de por qué creemos que es una dictadura el Estado que roba a los propietarios sus tierras para colectivizarlas (Unión Soviética con los koljoses de Ucrania) pero vivimos en democracia en aquel Estado que roba a los propietarios sus tierras para colectivizarlas (España, por ejemplo, en Marinaleda). Diferentes perspectivas.

Dejando a un lado análisis profundos, vale la pena volver a la superficie, a la luz de la reciente muerte del dictador Fidel Castro, que ha gobernado con puño de hierro la isla de Cuba durante cincuenta años. Y viene a colación este oscuro personaje, porque parece que el crimen sea motivo de alabanza si quien lo perpetra está guiado por nobles ideales revolucionarios.  Si lo que le motivó a hacer aquello que robó vidas, destrozó campos y acabó con pueblos, era la utopía de la igualdad.

Cuba no es el Paraíso terrenal que nos han contado en los medios de comunicación; aquellos medios que alaban al Fidel (que nunca ganó unas elecciones) llamándolo libertador, y tildan al presidente electo de los Estados Unidos de dictador, aunque coseche sesenta millones de votos. Cuba no es la mejor sanidad de América, allí se asesina a los disidentes, y los que se atreven a cruzar el mar Caribe tienen que enfrentarse a las dentelladas de los tiburones para alcanzar la libertad. Sin embargo, aunque todo esto sea reconocido, parece que no cause mella en los corazones de los que nos rodean.

La excusa es bien sencilla: a pesar de las privaciones, el pueblo cubano tiene dignidad. Aunque no puedan escapar de su cárcel flotante, poseen sanidad (para el Partido), educación (del Partido) y comida (racionada por el Partido). Pero si el hecho de tener las necesidades básicas cubiertas, la situación en la que el pueblo no tenga que postrarse ante potencia extranjera, el supuesto de que un militar con enorme apoyo popular gobierne constituye algo deseable, ¿por qué la misma izquierda que santifica a Fidel no defiende -por ejemplo- también a Pinochet? ¿No era acaso su régimen patriótico, seguro, estable y cubría las necesidades de sus ciudadanos? No, porque no era comunista. Y si uno no está dispuesto a matar a los demás con la hoz y el martillo por bandera, pasa a ser un peligroso fascista.

Cuba es una dictadura más, como las habidas y por haber; no es novedad ni excepción. Pero pone verdadero rostro a buena parte de la izquierda occidental, y demuestra que no le motiva el amor a la igualdad, el respeto por la justicia o el sentimiento de dignidad. Tan sólo busca que sus ideas -que a las espaldas ya cargan con cien millones de muertos- se sigan extendiendo como el veneno que representan. Llaman dictadura a la libertad, y sueño a la tiranía; se entristecen porque la tierra acoja a un asesino, apenados por no poder viajar en avión a ver el espectáculo. No les importa apoyar a genocidas ni dictadores, no hay dolor en defender a asesinos y violadores. Todo es válido, todo es justo y necesario para alcanzar el Edén. Y de camino, llevar al Infierno cuantas almas sea menester.

Una vez más se ha visto el verdadero rostro de los que, aquí, en libertad, apoyan el mal.

Y ese mal, cómo no, se llama comunismo. 

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