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Paul Krugman: un Nobel a la ortodoxia

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Ayer se falló el premio Nobel de Economía 2008. Contra todo pronóstico fue Paul Krugman el agraciado. Las apuestas en Internet rondaban a Eugene Fama, Robert Barro, Jagdish Bhagwati… pero el elegido ha sido Krugman.

Son indudables sus aportaciones a la teoría del comercio internacional a partir de la teoría clásica de David Ricardo en el siglo XIX y de Hecksher y Olin más adelante; a la teoría de la localización geográfica, que ha derivado en la famosa teoría de los clusters; y a la teoría del comercio estratégico basándose en ideas de Avinash Dixit (otro de los perdedores). Y la elección "temática" sigue la línea de los Nobel ya concedidos a Bertil Ohlin y James E. Meade (1977), Robert A. Mundell (1999) o Paul A. Samuelson (1970). Tampoco es la primera vez que se premia a un economista manifiestamente de izquierdas, como Gunnar Myrdal (que compartió podium con Hayek, nada más y nada menos), John K. Galbraith o Joseph Stiglitz.

Y, sin embargo, hay cierta incomodidad en gran parte de la profesión. Por un lado, hay que apuntar que sus trabajos sobre comercio internacional pusieron de nuevo encima de la mesa la pregunta que los economistas arrastramos desde el siglo mercantilista: ¿a quién beneficia el comercio? Los mercantilistas, negociantes del siglo XVII en su mayoría, que escribían informes al soberano para asesorar acerca de la política a seguir y de paso, medrar en sus asuntos, defendían la falacia del comercio contemplado como un juego de suma cero (en un intercambio bilateral, uno gana y otro pierde). Esta idea tenía consecuencias peligrosas, en primer lugar, si de dos participantes en el intercambio uno va a perder, ya puestos, que pierda el otro y no yo. Y segundo, si el otro participante está ganando, es porque yo estoy perdiendo. Y el resultado fue la conocida guerra mercantil entre naciones.

Si bien en el siglo XIX David Hume, Adam Smith, David Ricardo y otros autores consiguieron desmontar estas ideas erróneas y demostraron que el comercio es un juego de suma positiva en el que todos ganan, quedaba la cuestión de quién gana más. Paul Krugman defendió que el libre comercio teóricamente podía dar lugar a concentración empresarial debido a los rendimientos crecientes, y además, planteó la subvención de determinadas empresas exitosas en el mercado internacional, el proteccionismo estratégico, para ganar este juego mercantil. Y aquí aparecen los primeros mohines. A pesar de esta demostración teórica, en notas a pie de página, Krugman advertía que estas conclusiones no dejaban de ser artefactos del modelo y no conclusiones de política económica, de manera que no debería interpretarse su teoría como un ataque al libre comercio. Sin embargo, no debió ser muy claro, ya que así fue como se interpretó su teoría, favoreciendo el retorno a la era mercantil.

Este doble rasero es típico de una generación de economistas teóricos que aceptan y rechazan a un tiempo el libre comercio, se apuntan al carro del capitalismo, pero sin respetar por completo la propiedad privada de los medios de producción (que es lo que define este sistema económico), y respaldan, de esta manera, la ficción llamada "socialismo de mercado", que no es otra cosa que el mercantilismo del XVII con ropas del siglo XXI.

Por supuesto, los economistas austriacos, que están presenciando una nueva ratificación de que su teoría del ciclo es válida le pese a quien le pese, no salen de su asombro. Krugman hizo una crítica a esta teoría austriaca con no mucha fortuna, como lo pone de manifiesto Juan Ramón Rallo (entre otros).

Sin embargo, entiendo que este Nobel sigue la línea de otros que simplemente premian la ortodoxia, la corriente principal que desafortunadamente triunfa en nuestros días: el neokeynesianismo. Personalmente, no creo que el Nobel sea tan representativo, excepto como pulso de la actualidad. No es significativo como muestra de talento económico o científico. Pero no seamos hipócritas, eso se aplica a todos los Nobel, tanto a Al Gore como a Friedrich Hayek, James Buchanan o Vernon Smith… La Academia apuesta por la innovación o por la corriente principal o por la vanguardia, y en este caso, ha apostado por el mainstream, que efectivamente, es lo que se lleva.

Pero hay otro mensaje en esta elección verdaderamente preocupante. Tal y como plantea Peter Boettke en su artículo publicado ayer en la revista Forbes, lo que diferencia a Stiglitz de Krugman es que mientras que el primero dejó de lado la investigación puramente académica para dedicarse a la propaganda política tras ganar el Nobel, Krugman no ha escrito prácticamente ningún artículo científico desde hace una década, y se ha implicado desde entonces en el activismo político pro-demócrata y anti-Bush en exclusiva. El peligro de esta elección es que, mientras que para algunos se trata de un galardón a toda una carrera, para otros, la Academia sueca hace un guiño a los demócratas a semanas vista de las elecciones en Estados Unidos. Y desde ese momento se pierde el carácter científico del asunto. Ya no se trata de una cuestión de tendencias teóricas, de modelos o de heterodoxias, es un tema político y de incentivos a la investigación. ¿Dónde queda el trabajo del economista investigador que se lo toma en serio? ¿Qué tipo de tesis doctorales esperamos presentar cuando el supuesto máximo galardón económico es una cuestión de moda política? Eso sí me parece muy peligroso.

Por mi parte, presiento que si no nos centramos en lo relevante, terminaremos asistiendo a la concesión del Nobel de Economía a personajes insospechados pero muy a la moda y afines con el buenismo y las recetas de todo a cien, a un gurú de gurúes.

Deepak Chopra, por ejemplo.

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