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Perlas intervencionistas para tiempos de crisis

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En estos tiempos, más que nunca, se pueden oír y leer gran cantidad de mitos, sofismas y simples tonterías acerca de la economía y la coyuntura. En época de crisis los periódicos están llenos de noticias económicas y artículos de opinión acerca de éstas. La gente demanda respuestas y soluciones a economistas y "expertos": cuándo saldremos de ésta y qué soluciones hay parecen ser las preguntas que más preocupan.

Aun con todos estos mitos, se le puede buscar el lado positivo al asunto. Puede resultar incluso constructivo echar un vistazo a los editoriales y firmas de los periódicos para tratar de refutar sus principales ideas. Por ejemplo, así al azar, podemos probar con El País. Este periódico nos suele proporcionar bastante material con el que realizar este ejercicio, como muestran regularmente las columnas de Rodríguez Braun y Francisco Capella.

En uno de los editoriales de agosto del pasado año, se decía que "el desplome de la construcción no está siendo en modo alguno compensado por otros componentes", lo que les llevaba a pensar que "la mejor forma de facilitar la recuperación hoy distante es aumentar la inversión pública".

Como ya escribió Juan Ramón Rallo, la obra pública no es la solución, ni de lejos. Primero porque supone quitarle recursos escasos al sector privado en una coyuntura en la que no está especialmente sobrado como para sobrellevar los gastos que suponen los bienes de primera necesidad y el pago de las deudas. Así se favorece un mayor endeudamiento, añadiendo más leña al fuego a la pirámide de (mala) deuda construida al calor de la expansión crediticia. Esto supone que se dificulta el necesario ahorro que tiene que surgir para que la inversión pueda relanzarse y los proyectos empresariales puedan sobrevivir. Segundo, esto supone una mayor dirección centralizada de los recursos de la sociedad, es decir, que los políticos tendrían mayor capacidad y poder de decisión sobre los individuos.

La idea no parece demasiado atractiva, teniendo en cuenta además la intención de salvar a amiguetes promotores y constructores. Éstos necesitan más que nunca que el Gobierno nos meta a todos la mano en el bolsillo para repartirles el botín, y de paso quedarse con unas comisiones. Por último, tampoco vendría mal recordar los ejemplos históricos del New Deal americano, y las medidas aplicadas en Japón. La obra pública no parece ser ninguna panacea; más bien al contrario.

A la afirmación anterior nada tiene que envidiar lo que sostiene el flamante Premio Nobel de Economía, Paul Krugman. Una evidencia más para no tener miedo en relativizar el significado de los Nobel (ahí está Gunnar Myrdal también). En un alarde de comparación entre diversas perspectivas y apertura intelectual, dice que "el argumento habitual contra las obras públicas como estímulo económico es que tardan demasiado". Curiosamente, es un argumento que no he empleado ni yo ni muchos de los críticos con estas medidas. Quizá se le escapó algo al Nobel.

Además, opina que "está políticamente de moda despotricar contra el gasto estatal y pedir responsabilidad fiscal. Pero ahora mismo, un mayor gasto estatal es justo lo que el doctor receta, y las preocupaciones sobre el déficit presupuestario deben ser dejadas en suspenso […] Lo responsable, ahora mismo, es darle a la economía la ayuda que necesita". Es decir, entramos en la nueva y completamente diferente dimensión de la depression economics, donde las directrices del equilibrio presupuestario y las "leyes económicas estándar" dejan de ser válidas. Puro keynesianismo.

Me causa cierta estupefacción su creencia sobre lo "políticamente de moda", especialmente viendo estos cuadros, que muestran el gasto público desaforado de la última década medido según todos los indicadores (déficit público, deuda federal, gastos corrientes, etc.). ¡Y fueron llevados a cabo por los "defensores del libre mercado" republicanos! ¿Qué harán los "responsables" intervencionistas?

Quizás esos republicanos no son tan distintos, a nivel de intervención, que los demócratas. Parece obvio, pero no tanto para muchos articulistas, que siguen sosteniendo el mito imperecedero de EE.UU. como paraíso liberal. No tienen escrúpulos en culpar al mercado de todos los desaguisados, y hasta aseguran, mientras tratan de revivir a Keynes: "No alcanzo a leer ninguna propuesta neoliberal o neocon pidiendo la inhibición de los poderes públicos y el restablecimiento del laissez faire. ¿Alguna voz pide que dejemos al mercado arreglar por sí solo lo que ha desarreglado?".

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