El tremendo espectáculo que nos ofrecen nuestros políticos solamente se puede comparar al horror de Gran Hermano VIP.
Leyendo a Nassim Taleb sobre la racionalidad, y en concreto, acerca de la dependencia de la senda tomada para que los resultados sean unos u otros, me encuentro con la siguiente frase: En una estrategia que implica la ruina, los beneficios nunca compensan el riesgo de arruinarse. Mientras leo y pienso, mi twitter me avisa de que Pablo Iglesias ya hecho pública la propuesta a Pedro Sánchez, me muestra las reflexiones de los gurús respecto a la dimisión de Esperanza Aguirre, y Gabriela Bustelo recuerda que la investigación de los ERE lleva paralizada 7 meses.
No puedo evitar relacionar la idea de Taleb con la situación de colapso político en España. Da la sensación de que todos han jugado siguiendo una estrategia que llevaba de la mano una ruina potencial, justo al contrario que dicta la sentencia, y ahora están recogiendo su fruto.
No caminarás por la senda de lo legal pero peligroso
La primera ruina es jugar con la corrupción. Incluso si, en realidad, no se trata de un comportamiento corrupto, solamente lo parece. Porque legalmente, lo que se dice legalmente, estamos dentro del redil. Lo que pasa es que la ley tiene ahí un resquicio que me permite hacer travesuras que le dan ventaja a mi partido, a mi gente, a los míos. Y como puedo, lo hago. Porque mi partido es el que más ama a España, o el que menos; el más progresista, o el menos; el más radical o el más moderado. O es simplemente una mezcla de todo dependiendo de lo que sea menester. Y nosotros, que descendemos de la pata del caballo del Cid, en lo que a legitimidad y moral política se refiere, nosotros somos los que vamos a sacar a España de esto. Vale, a costa de los españoles, cuyo lomo trabajador que nos abastece de impuestos es una plataforma inigualable desde donde erigirnos en salvadores.
Total, estamos todos igual, así que si me señalan con el dedo, siempre puedo blandir el consabido “y tú más” que entorpece la comunicación y despista tanto. Y así todo.
Sin embargo, tras el beneficio llega la ruina, dejando caras de incredulidad a su paso, precedida de “no nos va a pasar a nosotros”, y en ocasiones, más inesperada por la poca costumbre de sentar en el banquillo a la realeza. Pero llega, aunque sea un poquito, aunque sea solamente a algunos, mientras que otros muchos sigan aún ocultos por el azar, la mala praxis política y jurídica, la conveniencia o la desidia.
Y es precisamente la desidia la que ha llevado a los votantes españoles a jugar también esa estrategia que encierra una ruina potencial. El voto útil, el voto del miedo, el voto al que robe menos, o lo haga mejor vestido, o lo haga en silencio, o lo haga por amor al pueblo, o porque no es “casta”. No se premia con tu voto a quien te roba. Porque no solamente te roba a ti, roba a los demás españoles, y cuando el robo está disfrazado de una política de gasto excesivo e injustificable con el dinero que no es mío, estás consintiendo que roben a las futuras generaciones que han de pagar esa deuda contraída por los políticos a quienes votaste por miedo o por desidia.
No pactarás a tontas y a locas
“Y esas son las más fáciles”, dirían los inimitables Les Luthiers, refiriéndose a otro tema más divertido. El colapso político español no se debe a que cada cual se aferra a sus principios, o al menos, los ciudadanos no nos terminamos de creer que es así. Cuando Pablo Iglesias da una vuelta de “tuerka” más y exige el referéndum catalán como punto de partida para negociar con el PSOE, mucha gente sabe que si por Pedro Sánchez fuera, se firmaba el pacto, pero son los dirigentes territoriales (o barones) del partido quienes le ponen el freno. Pero estos barones tampoco lo hacen necesariamente porque crean en la unidad de España, es que si dan su brazo a torcer pierden votantes. Y, además, si cae Pedro y su facción, dejan sitio para la mía y los míos, y quién sabe, tal vez de ésta sí que logre un puestecito, más o menos alto, en la dirección del partido, que me permita seguir dándomelas de importante, aunque sea de manera tan miserable y rastrera.
No quiero decir que nadie en ningún partido tenga principios. Pero la imagen que dan, el tremendo espectáculo que nos ofrecen, solamente se puede comparar al horror de Gran Hermano VIP y programas similares, donde para lograr la audiencia, todo vale. Y hablan de “entretenimiento” como los políticos hablan de “valores”.
Pactar a cualquier precio es, de nuevo, seguir una estrategia que encierra una ruina para el país, y a un precio muy alto. Y lo vamos a pagar nosotros y los que vengan. Se llama degradación y no se cura con dinero.
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