Para muchos, siempre ha resultado desconcertante la inclusión de Platón entre los “padres del totalitarismo”, junto con Hegel y Marx, en la famosa obra de Popper (1902-1994) La Sociedad abierta y sus enemigos (1947). Una inclusión sorprendente y que llama la atención por muchos motivos, como el de poner al ateniense, una de las más altas cimas teóricas de la humanidad, en tan dudosas compañías.
Casi siempre es un error aplicar calificaciones modernas o actuales a los antiguos. Quizá, a veces, sean útiles para facilitar una primera comprensión, pero a cambio desnaturalizan mucho, tanto a la propia calificación, como a lo calificado por términos extemporáneos aplicados de modo retrospectivo. La calificación de “totalitario”, de “idealista” u otras, son de creación demasiado posterior al mundo helénico como para poder ser significativas en él, y resultan muy difíciles de aplicar a la filosofía clásica. En el caso de Platón, el error se aproximaría peligrosamente al disparate.
Las fantasías hegelianas… y las popperianas
No es que sea aceptable ponerlo en relación con Hegel, el justamente denominado “filósofo de la fantasía” (frente a Kant, el “filósofo de la imaginación”), porque no es Platón autor de ilusiones como las hegelianas. Comparar la política de Platón con la de Hegel, como hizo Popper, casi iguala las fantasías hegelianas. Pero siempre parece peor relacionarlo con Marx, a esos mismos efectos. Platón es un gigante, y Marx un autor muy menor, cuya relevancia no se debe a su biografía ni a su obra, sino a la Revolución Rusa (1917) y a Lenin: sin ellos, Marx no pasaría de figurar en alguna nota a pie de página en alguna historia muy erudita de la economía o de la sociología. Comparar al ateniense con Marx es un exceso de Popper.
Platón posee un papel fundante en la filosofía. Hasta él, la filosofía nacida de los primeros pensadores helénicos (sofoi=sabios), o sus sucesores, los sofistes (sofista=sabio), denominación que quiso ser ilustre y terminó siendo infamante, no había pasado de sus prolegómenos. Platón formuló un método y una disciplina, probablemente en su integridad. Por eso se ha dicho, y no sin razón, que la Historia de la Filosofía toda no es sino un largo y siempre inacabado comentario de la obra de Platón.
Contra la democracia
De ahí el desconcierto ante la consideración del ateniense como un inspirador, y el primero además, del pensamiento totalitario, tal como Popper propuso en su obra. Porque sería, más que desconcertante, decepcionante, concluir que un pensador de la entidad de Platón, creador de la filosofía, una de las cimas intelectuales de nuestra cultura, etc., fuese un apologista de tiranías, autocracias y despotismos, incluso de los más terribles. Por eso resulta tan perturbadora esa inclusión entre los padres del totalitarismo.
Aunque sea cierto que algunas de las ideas platónicas se hayan usado para fundamentar prácticas autoritarias, es importante evitar una aproximación simplista a su obra. Platón sigue siendo un autor fundamental para entender la historia del pensamiento, especialmente el político, y su legado sigue siendo objeto de debate y reflexión, y no por sus posibles inclinaciones despóticas. Porque Platón, más que un pensador autoritario, partidario entusiasta de tiranías, autocracias y despotismos, fue un crítico radical de la democracia ateniense, a la que consideró inestable, injusta y corrupta, sobre todo tras la condena y ejecución de Sócrates, que él presenció.
Politeia, obra más conocida como La República o El Estado, fue el texto platónico en que Popper basó su acusación. Pero al actuar así, Popper hizo girar el pensamiento político de Platón en torno a ella, olvidando el hecho de que su pensamiento político no está solo, ni quizá fundamentalmente, en La República. Se ha de completar con otros diálogos más tardíos, como El Político y, sobre todo, Las Leyes (texto éste que ocupa, él solo, una quinta parte de su obra escrita), sin olvidar su Carta VII. Quizá el afinamiento teórico efectuado en el pensamiento político platónico por sus otras obras, después de La República, tuviese que ver con la relación con su muy aventajado discípulo por 20 años, Aristóteles.
Aristóteles, platónico
Aristóteles fue un gran platónico, quizá el más grande de todos. Encontró en Platón un guía al que admiraba por sus enseñanzas y su hondura metafísica. También es lógico que finalmente abandonase la Academia. Aristóteles no era ateniense, y su origen semibárbaro (tracio de Estagira) y el dogmatismo platónico que dominó los años de la Academia que siguieron a la muerte de Platón, le llevaron a orientarse hacia otras latitudes intelectuales y a fundar el Liceo, como alternativa a la compleja y contradictoria deriva de la Academia platónica.
Tampoco se suele entender bien la relación de Platón con Aristóteles, pues éste es mucho más platónico de lo que se reconoce, igual que Platón es mucho más aristotélico de lo imaginable. La relación de Aristóteles con Platón no es una contraposición de opuestos, sino un diálogo constante del discípulo con su maestro. Incluso cuando Aristóteles se apartó de algunos postulados de Platón, lo hizo siempre sobre sus fundamentos. Por ejemplo, su crítica a la teoría de las Ideas de Platón no es un rechazo, sino una reformulación. Al igual que sucede con la distinción entre “materia” y “forma”, o entre “sustancia” y “accidente”, nociones básicas en la metafísica de Aristóteles, pero directamente platónicas.
Invertir el platonismo
Pocos autores tan importantes y tan comentados como Platón son de tan difícil comprensión. A Platón se le ha usado para casi todo. También desconcierta, en la obra del ateniense, advertir que nunca se sabe bien cuál sea realmente la tesis platónica y si Sócrates representa o no los puntos de vista de Platón en el conjunto de los Diálogos. Aunque quizá sea La República uno de los diálogos en que Sócrates representa, con seguridad, los puntos de vista de Platón. Sin embargo, en el diálogo Las Leyes no interviene Sócrates, un diálogo en el que también figura la clasificación y valoración de las formas de gobierno que recogió Aristóteles en su Política. Ambas obras, La República y Las Leyes, estudian y comparan los sistemas de gobierno de Atenas y Esparta, la primera más crítica con Atenas y la segunda más constructiva.
Platón triunfó en el Renacimiento, pero fue rechazado o ignorado por la Ilustración y la filosofía que la ha seguido hasta hoy, hasta su disolución en la filosofía posmoderna. Nietzsche, uno de los más mordaces críticos del platonismo, postuló que la filosofía del futuro tendría que “invertir” el platonismo, es decir, eliminar la dualidad platónica entre el “mundo de las esencias” y el “mundo de las apariencias”. O sea, la abolición de la dualidad de la “esencia” frente a la “apariencia”, para reivindicar ésta (el fenómeno). Pero el intento de “invertir del platonismo” deja fuera de visión la motivación metodológica de Platón para establecer esa dualidad.
Indagación
La dialéctica de Platón construyó un procedimiento de indagación, basado en la diferenciación que permite distinguir entre las “cosas” mismas y las imágenes con las que éstas aparecen en el mundo. Platón buscaba fijar, en los objetos reales, lo que de ellos participa en el ideal de cada uno de ellos, para seleccionarlo a efectos de su concepto. Para ello, separó el “original” (o modelo ideal) de las “copias” (los objetos sensibles percibidos).
De ese modo, se distinguen los modelos ideales de sus diferentes representaciones en la realidad y, sobre todo, permite distinguirlos y separarlos de sus falsas representaciones. Platón buscaba determinar líneas de ascendencia que conectasen las copias con sus modelos ideales, para seleccionar las copias que más se asemejan esos modelos ideales. En el diálogo El Político, define a éste como “pastor de hombres”, pero surgen otros como el médico, el educador, el mercader, etc., que también lo reclaman para sí, pero ¿cuál de esos pretendientes puede reclamarlo para sí verdaderamente?
La selección consiste en revisar las aspiraciones de los pretendientes, para distinguir y separar lo auténtico de lo falso, lo puro de lo impuro, la verdad del error, el bien del mal, etc. Es la prueba crucial de una dialéctica que somete al juicio de la razón a los diferentes pretendientes. Así, se pueden separar los que “participan” del ideal, pues se aproximan al modelo, de los falsos pretendientes, que no pasan de meros “simulacros”, fantasmas del modelo. El platonismo es la Odisea del Espíritu, en la que, al igual que la Penélope homérica, debe descubrir al verdadero pretendiente (Ulises) y rechazar a los falsos que la acechan, debe el filósofo descartar lo falso y erróneo para alcanzar lo auténtico y verdadero.
Platón parte de la experiencia
Platón hace una primera determinación al distinguir la “esencia” de la “apariencia”, la idea de sus imágenes. La distinción se desplaza así a la realidad sensible, en la que se selecciona entre dos clases de imágenes: las “copias” (verdaderas) y los “simulacros” (falsos). El platonismo aspira a seleccionar al verdadero pretendiente para, de modo similar a como en La Odisea de Homero, Ulises triunfa sobre los falsos pretendientes, tratar de asegurar la selección de las “copias” y rechazar los “simulacros”, encadenándolos fuera del dominio del saber.
La dualidad en verdad trascendente para Platón no es, pues, la que separa el “ideal” de sus “imágenes”, sino la que asegura la distinción entre las imágenes del mundo sensible: las “copias” y los “simulacros”. El platonismo no define modelos ideales para juzgar desde ellos las representaciones sensibles, empíricas de cada uno, como muchos creen. El procedimiento es justamente el inverso. El método platónico no rechaza ni excluye la comprobación empírica, al contrario, arranca de ella, como se ve en todos sus Diálogos.
Mediante ese proceso, Platón elaboró en La República lo que consideró el “modelo ideal” de Estado. Un modelo ideal, con sus demiurgos (comerciantes y trabajadores), sus guardianes (soldados) y sus gobernantes filósofos. Los pretendientes son los regímenes de Esparta (la copia) y Atenas (el simulacro). Aunque ya figura en La República la clasificación y la crítica de las formas de gobierno (monarquía, aristocracia y democracia), que reiterará en Las Leyes y que son fundamentales en La Política de Aristóteles. Además, el presunto “comunismo” platónico, está limitado a la clase de “los guardianes”, no al conjunto de la sociedad y del Estado. Pero el modelo fracasó, en la práctica y de modo completo, al tratar de instaurarlo en Siracusa: fallaron sobre todo los hombres que debían llevarlo a cabo.
Popper… en 1947
Quizá la cuestión planteada por Popper sobre la conceptuación de Platón como teórico del totalitarismo nos ayude, más que a cualquier otra cosa, a comprender. Pero no a comprender a Platón, sino más bien al Popper de 1947, cuando el comunismo estalinista era más fuerte y su amenaza fue mayor. Popper, como otros muchos, tropezó con el gran problema que ofrece el platonismo a sus críticos: que siempre es capaz de asumir e incorporar a su universo intelectual todas las objeciones, incluso las más serias y sólidas, como simples momentos del siempre complejo proceso de búsqueda de la verdad, de la justicia, del bien y de la belleza.
Platón intentó definir un sistema político “ideal” en su obra La República, que luego modularía mucho en Las Leyes. Entre ambas obras, realizó sus famosos viajes a Siracusa, donde no encontró el modo de llevar a la práctica el modelo de gobierno “ideal” definido, en lo que no pasó de ser un “simulacro” siniestro hasta para él (fue vendido como esclavo). De ahí que en Las Leyes limitase sus aspiraciones a cómo salvar, en lo posible, a través de las leyes, la paz civil, la justicia, la libertad, el bien común, etc., en cualquier régimen político, apuntando a una primera formulación de la Ley Natural, que desarrollarían luego los estoicos con el primer iusnaturalismo.
El recuerdo de los viajes y sinsabores padecidos en Siracusa coadyuvó seguramente a que Platón dejase constancia escrita expresa en su Carta VII de por qué se apartó de la actividad política para abrazar el camino de la “verdadera filosofía”. Calificarle, como hizo Popper, de “pensador totalitario” resulta por todo ello tan desconcertante como alejado de la realidad.
6 Comentarios
Muy acertada y muchas lecciones se pueden (y deben) extraer de su referencia a la experiencia vivida por Platón en Siracusa.
Buscando he encontrado estas (también muy llamativas) reflexiones:
–Mark Lilla «La seducción de Siracusa» (Letras Libres):
https://letraslibres.com/revista-espana/la-seduccion-de-siracusa/
–Eugenio Sánchez Bravo «Platón: carta VII» (Aula de Filosofía):
https://auladefilosofia.net/2010/06/30/platon-carta-vii/
Y estas reflexiones son aplicables en general, pero también en particular a la tiranía que se cierne sobre nosotros actualmente [1].
Reproduzco parte de un párrafo de la primera referencia: «[…] De manera similar a su personaje Sócrates en El banquete, Platón llegó a la conclusión de que cuando un régimen es corrupto poco puede hacerse para modificarlo, salvo que se cuente con “amigos y asociados”, es decir, con aquellos que son leales amigos —desde un punto de vista filosófico— tanto de la justicia como de la ciudad. Salvo por un milagro que convirtiese a filósofos en reyes o a reyes en filósofos, lo más que puede esperarse en política es la implantación de un gobierno moderado bajo el estable imperio de la ley.»
Sobre esta última alternativa, señalar como opinión particular, y recordando a Hayek, que la búsqueda o esperanza de que nos gobiernen sabios filósofos (no los previos conocidos manifiestamente fracasados, sino otros o uno nuevo que estaría por llegar –siempre lo están–), es errónea. Y lo es necesariamente por un problema de conocimiento (ausencia de conocimiento perfecto, de omnisciencia): NADIE sabe (ningún humano «puede saber») las condiciones de un supuesto equilibrio futuro perfecto. A lo más que llegaríamos es a poder postular modos y caminos que nos acercaran/acercarían, paso a paso, eventualmente, por prueba y error, hacia un mejor futuro (con más variedad de oportunidades y por tanto más coordinado y con (mayor) posibilidad de conocimiento tentativo surgiendo eventual y tentativamente en órdenes abiertos, evolutivos, espontáneos –y que tampoco son perfectos– desarrollados alrededor de instituciones –hábitos que se siguen voluntaria y exclusivamente por imitación virtuosa voluntaria, y también emergidos a su vez espontáneamente a partir de un sentido respeto interno hacia cada otro –que por no ser ‘cara a la galería’ ni publicitadamente altruistas no siempre lo parecen ni son ponderados como se merecen, cuando no son despreciados o ninguneados).
Esto es, lejos de esperar milagros de políticos bienintencionados, la única alternativa que puede esperarse sería… («un gobierno moderado… bajo el estable) imperio de la Ley», entendida la Ley como institución espontánea (bottom-up; distinto de legislación top-down, incluso provenientes de parlamentos legítimos o filósofos-reyes bienintencionados, que solo supondrían/alcanzarían un ‘second best’ o un mal menor).
Gracias por el comentario, muy adecuado, y sobre todo por los enlaces que son de interés.
No es de mucho interés intentar comprender a Popper, ni siquiera a Nietzsche, sino de intentar comprender mejor a Platón y al platonismo, si es que eso es posible.
Hay una divertida anécdota de Heidegger que viene a cuento de Siracusa: Heidegger, tras el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, estivo un tiempo muy recogido y apartado ; reapareció en 1947 en un congreso de filosofía que se celebró en Suiza; allí, muchos participantes le hicieron la chanza de preguntarle que ¿qué tal el viaje a Siracusa?, en referencia a sus relaciones con los nazis, pues Heidegger fue miembro del Partido de Hitler.
Saludos
De todas formas, sí que creo que tanto Platón como Aristóteles no llegaron a tener un entendimiento pleno
de lo que son los órdenes espontáneos (humanos) y la importancia de las instituciones emergidas espontáneamente
sobre las que los mismos giran o se desarrollan.
Por ejemplo, la frase en Aristóteles «[La ley] prohíbe todo lo que no concede»… suena a positivismo jurídico, camino de servidumbre
(tomada de la nota 31 del ensayo de Hayek «La decadencia de la ley»,
reproducido como capítulo 7º (pág. 147-173) de la selección de ensayos de «Hayek, camino de libertad»:
https://juandemariana.org/wp-content/uploads/2024/11/LIBRO-HAYEK-50-NOBEL-B1-FINAL.pdf ).
Muchas gracias por la selección de ensayos de Hayek.
Lo más admirable de Platón, Aristóteles y los presocráticos es todo lo que fueron capaces de hacer en las ciencias y la filosofía (el milagro griego), teniendo en cuenta que estaban en mantillas, vaya, que tenían unos conocimientos muy limitados todavía de casi todo,
Gracias de nuevo, y ya que estamos en fechas, mis mejores deseos para 2025.
También, Miguel Anxo Bastos «Los peligros de la tecnocracia»:
https://www.youtube.com/watch?v=Y_irQKkNysE
Dicha charla me ha recordado:
— Al artículo «Titulitis», de Octavio Palomar, en estas mismas páginas.
— A la respuesta improvisada en clase del profesor Huerta de Soto a una pregunta sobre el desastre de Valencia:
https://www.youtube.com/watch?v=xbk_9ahWO3Y
— Y llama a estudiar y contrastar los puntos comunes entre el citado Vallet de Goytisolo, jurista tradicionalista (y su crítica a la tecnocracia),
y el liberalismo austriaco (friends or foes, que dicen).
Por ejemplo:
Juan Vallet Goytisolo «¿Fuentes formales del derecho o elementos mediadores entre la naturaleza de las cosas y los hechos jurídicos?»
Anuario de Derecho Civil (2001, ed. BOE), pp. 519-546
https://www.boe.es/biblioteca_juridica/anuarios_derecho/abrir_pdf.php?id=ANU-C-2001-20051900546
Obsérvese que esta aproximación al mundo del Derecho (entendido como elementos mediadores o instituciones espontáneas) enlaza:
— tanto con la teoría de la Acción Humana de Ludwig von Mises (1945; [1]) como con la teoría de los bienes y las instituciones de Carl Menger (1871)
— también enlaza con el primer historicismo de Savigny [2]
— Y con la disputa del siglo XIX español entre los partidarios de la codificación y los defensores de los respectivos derechos forales [3].
También enlaza, en estas mismas páginas, con la serie de artículos de Tomás Arias Castillo (y de Jaime Juárez y otros) sobre el ‘Administrative Estate’ y el positivismo jurídico.
Y de igual modo, mientras los temas anteriores referirían al ámbito ontológico, en relación al ámbito gnoseológico:
— también enlazaría con la teoría del conocimiento del profesor Huerta de Soto
— y con la disputa histórica entre esencialismo versus nominalismo (nominalismo que en el ámbito jurídico adopta la forma de positivismo jurídico, justificando cualquier ‘legislación’ en una supuesta voluntad general de Rousseau mientras venga inserta en el aparato estatal y en la pirámide de Kelsen y el oficialismo, tecnocrático o no –ver página 525 del artículo de Vallet Goytisolo–)
— y el debate entre la complejidad entendida como resultante de órdenes espontáneos (ver Hayek y la página 526 del artículo de Vallet Goytisolo) versus entendida como producto de diseño voluntarista y tecnocrático top-down (presupone conocimiento perfecto)
— del mismo modo, dicha aproximación también integra las aproximaciones de James Buchanan y el logrolling, y las concepciones neocontractualistas angloamericanas de Rawls y Nozick (ver página 532 del artículo de Vallet Goytisolo).
_______________________________________________
[1] Véase la página 533 del artículo de Vallet Goytisolo.
[2] Antes de degenerar en el segundo historicismo alemán, al que se enfrentaron Menger y la Escuela Austriaca (que a su vez valoraron las aportaciones de los primeros historicistas, como muestra la dedicación del libro de Menger de 1871 a Roscher y la consideración de la propia teoría austriaca como un complemento necesario a dicha aproximación, señalando y haciendo visibles precisamente aquellos elementos impepinables en el humano actuar, o lo que sería lo mismo, las bases del derecho natural del que hablaban los clásicos).
[3] Que sirvió como pretendida justificación para (y se transmutó en justo su contrario) la monstruosidad del poli-positivista/estatista estado autonómico español actual. Como revela el acertado comentario final de Vallet Goytisolo en relación a este tema: «El mayor riesgo que hoy amenaza a esta concepción del derecho de todos estos territorios de derecho peculiar, formado en la historia, se halla en los respectivos parlamentos (cámaras autonómicas) de sus respectivas comunidades.»