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Plaza Margaret Thatcher

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La contribución de Margaret Thatcher a la libertad quedó muy bien reflejada en las precisas palabras de la alcaldesa de la capital, Ana Botella: "para creer de verdad en la libertad hay que creer en la libertad de las personas frente a la imposición del Estado". Thatcher tradujo esta aseveración en una máxima irrefutable: el Estado debe ser servidor, nunca amo. Sin embargo, el Partido Conservador venía apostando por la dinámica contraria. Ella la invirtió. Fue, consecuentemente, una transgresora.

Valiente actuación la del ayuntamiento de la capital de España. Obviamente, ha dado munición a la izquierda para que despliegue todo su arsenal de demagogia por la medida adoptada. Esa misma izquierda con total seguridad no verá con malos ojos que en el futuro se dedique alguna avenida a sus iconos favoritos, en especial a su ideólogo de cabecera, Fidel Castro.

Positivo, igualmente, es que la derecha madrileña se haya mantenido firme ante las acometidas vía redes sociales de un buen número de "politólogos de nuevo cuño" que, amparándose en la libertad de expresión, han vilipendiado a la homenajeada e insultado a quienes han tomado esta decisión.

Asimismo, ha habido una proliferación de artículos de mal gusto, algunos de los cuales, han recurrido a argumentos escatológicos para referirse a la Dama de Hierro. Nada nuevo. La izquierda tiene el monopolio para expedir carnets de demócratas al resto. Esta tarea la ejerce a su antojo guiada por una constante: la secta primero.

Sin embargo, esta misma izquierda desconoce algunos conceptos que puso de moda Margaret Thatcher como la responsabilidad y el deber. Ambos le parecen superfluos y fuera de moda ya que para esta izquierda trasnochada sólo existen derechos. Dentro de su particular concepción de la libertad de expresión, el escrache y reventar las conferencias de quienes no piensan como ella, integran su estrategia.

Como puede observarse, Margaret Thatcher sigue generando titulares. Provoca risa ver los análisis tan sesgados como simples que se hacen de su trayectoria política. La demagogia hace que aquellos metidos a analistas políticos la acusen de aplastar al sindicalismo o de provocar la guerra de las Malvinas.

Son dos puntos recurrentes en la crítica que exigen ser matizados. Con respecto al primero de ellos, el protagonismo de los sindicatos en Reino Unido había llegado a tal punto que eran quienes dictaban la política económica a los gobiernos de Harold Wilson y James Callagham. "Gracias" a ello, el país se convirtió en el enfermo de Europa.

Cuando Thatcher los devolvió al redil de los parámetros del Estado de Derecho, la sociedad británica se lo agradeció. Sus mayorías absolutas de 1983 y 1987 así lo corroboran. Votantes otrora fieles al Labour Party, se inclinaron hacia el Partido Conservador.

Por tanto, decir que hizo política sólo para los grandes empresarios implica desconocer la verdad, además de olvidarse de los propios orígenes sociales de Thatcher, quien procedía de la clase media pura y dura. Quizás por esta razón, sabía entender como nadie lo que era preciso para el desarrollo de aquélla. Más tarde, matiz que los amigos del dogma izquierdista olvidan o malinterpretan, Blair terminó de socavar cualquier conato de influencia sindical en el laborismo.

No obstante, el líder laborista es otra de las bestias negras para esa izquierda tan pueril en su pensamiento como incendiaria en su modus operandi. Blair renunció voluntariamnte al socialismo. Eso es progresismo y no el que se destila, entre otros lugares, por España. Para nuestros progres, el ejemplo de avance máximo es decir en la misma frase "compañeros y compañeras" o apostar por la paridad en lugar de por la meritocracia.

Finalmente, sobre Malvinas, basta con recordar quién gobernaba Argentina a comienzos de los 80 y a dónde llevó a su pueblo. Actualmente, Fernández de Kirchner, cuando el contexto doméstico se complica más de lo normal, enarbola la bandera de "las Malvinas son argentinas", para lo cual no escatima ni recursos ni escenarios, si bien la influencia está lejos de ser la que le gustaría a los inquilinos de la Casa Rosada.

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