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Pobreza y moral

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En un anterior artículo intentaba explicar una idea sencilla, pero que se me antoja esencial para entender el fenómeno de la pobreza. En primer lugar, ésta no es más que ausencia de riqueza. Y la riqueza no está ahí, esperando a que la atrapemos, sino que tenemos que producirla. Hacerlo depende de nuestro comportamiento. En consecuencia, el aumento de la riqueza, o la reducción de la pobreza, depende básicamente del comportamiento individual. Los esquemas redistributivos, que parten de una idea equivocada de lo que es la riqueza y de dónde proviene, confían en la transferencia de rentas, centrándose en el aspecto más material, sin percatarse de que lo relevante, en última instancia, es el comportamiento.

Acción e incertidumbre son inseparables. Pero nosotros hemos dado con varias formas de reducir la incertidumbre y aumentar así las posibilidades de éxito de nuestras acciones, y una de ellas son las instituciones, comportamientos pautados que nos ayudan a actuar correctamente, como por ejemplo la moral. La forma tradicional de acercarse a la pobreza evitaba la simple ayuda económica inmediata, especialmente en su forma más abstracta y versátil, el dinero, y se centraba principalmente en la reforma del comportamiento individual, para que quien se encuentre en una situación económicamente comprometida pueda salir adelante por sus propios medios.

Por ejemplo, se favorecía el mantenimiento de la unidad de la familia, así como que se cultivaran las relaciones con partes más amplias de la familia y con los miembros de la sociedad en que vive. Estas redes de solidaridad natural son transmisoras de los valores morales comunes y favorecen la atención a quien lo necesita. Valga como ilustración que, según la Fundación Heritage, en Estados Unidos "casi dos de cada tres niños pobres vive en familias monoparentales… Si las madres pobre se casaran con los padres de los niños, casi tres cuartas partes saldrían inmediatamente de la pobreza", tal y como allí se define ésta.

Los programas de ayuda estaban generalmente condicionados a algún trabajo, como pudiera ser el cuidado de los bosques. No para que las personas atendidas pagaran con su esfuerzo la ayuda que recibían, sino con el fin de que adquirieran el hábito del esfuerzo personal o el cumplimiento de compromisos adquiridos, lo necesario para que la persona pueda insertarse en el mercado de trabajo y salir delante de forma autónoma. También se intentaba favorecer la frugalidad y el ahorro, o alejar a las personas atendidas de vicios como el alcohol o las drogas, que desordenan el comportamiento.

Ello no quiere decir que no se ayudara materialmente a los pobres. Pero las ayudas no solían ser meramente dinerarias, sino que las organizaciones de caridad, que tenían una relación cercana con los pobres, atendían sus necesidades con los bienes adecuados. Si una familia vivía en una casa sin calefacción, se le daba una, pero no el dinero para comprarla. También era muy común que la ayuda económica consistiera en bienes de producción con los que hacer productivo su trabajo.

Siguiendo unas normas de comportamiento sencillas y razonables, si la persona no está impedida o no tiene una carga especial, es fácil escapar a la miseria económica. Un artículo de Steven Malanga decía: "para permanecer fuera de la pobreza en Estados Unidos, es necesario hacer tres cosas muy sencillas, según han sabido los científicos sociales: terminar el instituto, no tener niños hasta haberse casado y esperar al menos hasta los 20 para casarse. Haz estas tres cosas, y las posibilidades de empobrecerte son menos de una entre diez. Sin embargo, cerca del 80% de quienes no logran hacer estas tres cosas terminan siendo pobres".

Si se asegura una renta o una cantidad de bienes y se le dice a la persona que constituyen un derecho suyo, pese a que no los ha producido ella, se desincentivan el esfuerzo personal, el trabajo y el ahorro. Si se siguiera el camino opuesto, los resultados se verían enseguida. Volvamos al caso de los Estados Unidos. La Fundación Heritage ha calculado que "en los buenos tiempos, como en los malos, la típica familia pobre se sostiene con solo 800 horas de trabajo al año; esto son 16 horas de trabajo a la semana. Si el trabajo de todas las familias se elevara a 2.000 por año –el equivalente a un adulto trabajando 40 horas a la semana a lo largo del año–, casi el 75 por ciento de los niños pobres saldrían de la pobreza" tal como se fija allí oficialmente.

1 Comentario

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