La pobreza de muchas personas es trágica, y recurrir a la venta de un órgano para paliarla revela lo penosas que son sus condiciones de vida, pues si se hace es porque no vender es considerado subjetivamente aun peor. Pero escandalizarse ante ello y promover su prohibición no va a ayudarles en absoluto. Un reciente reportaje periodístico sobre el tráfico de órganos en Nepal revela múltiples falacias comúnmente admitidas.
Los traficantes de órganos son denominados mafiosos. Lo que hacen es ilegal y tal vez sean individuos con pocos escrúpulos morales o legales, pero no coaccionan a nadie ni emplean la violencia. Trabajan en zonas remotas para evitar ser descubiertos: los habitantes pobres de las ciudades no tienen la oportunidad de vender un órgano. Se dirigen a las familias más desesperadas en las zonas más pobres, pero ellos no son responsables de su pobreza y les ofrecen una posibilidad para mitigarla que siempre pueden rechazar. La ley sólo permite la donación voluntaria de un órgano a un familiar y castiga con cinco años de cárcel su comercio: afortunadamente para los pobres el tráfico de órganos no está entre las prioridades de la policía.
Los vendedores de órganos son denominados víctimas de las mafias. La venta de órganos se presenta como algo deplorable y, sin embargo, un alto porcentaje de los habitantes de los pueblos investigados han vendido ya uno de sus riñones y algunos ancianos dispuestos a vender a menor precio se quejan por no ser considerados aptos. Algunos aspirantes a vendedores incluso viajan a la ciudad sabiendo que no cobrarán nada si son rechazados y que tendrán que volver a su casa por su propia cuenta. Algunos campesinos trabajan como intermediarios y recorren los pueblos tratando de convencer a amigos y conocidos para que acepten las demandas de los traficantes, pero según el reportaje no son los más emprendedores sino las víctimas más desesperadas.
Algunos vecinos se han negado a vender un riñón al comprobar que el sacrificio no ha servido para cumplir los sueños de quienes aceptaron operarse: parece que los que aceptaron se dejaron arrastrar por la tentación de un dinero fácil y algunos que aceptaron todavía no ha tenido tiempo de arrepentirse. Un labrador en paro arrepentido de haber vendido su riñón (afirma que en su momento no vio qué otra cosa podría hacer) protesta porque diversas promesas no han sido cumplidas: si el tráfico de órganos fuera legal podría reclamar a la justicia. Cree que si se hubiera negado probablemente otros no habrían seguido su ejemplo: como si él fuera determinante para el comportamiento de otros. Creó el Comité de Víctimas del Tráfico de Órganos para tratar de alertar a otros, pero no le hacen mucho caso: el dinero ofrecido les resulta a priori más valioso que el órgano perdido.
Aunque se reconoce que algunos lograron pagar algunas deudas, comprar fertilizante para las cosechas y medicinas para sus hijos, según el reportero la mayor tragedia del tráfico de órganos de Nepal está en lo poco que han cambiado las cosas para los que accedieron a vender, que al parecer eran casi todos campesinos analfabetos que despilfarraron una cantidad inaudita de dinero en juego y bebida. Para algunos la situación incluso ha empeorado, ya que el padre de familia ha quedado debilitado por la operación y no puede trabajar la tierra como solía: no hay garantías de acierto en la acción humana.
Parece que el engaño constante de las mafias no pone en peligro un negocio en el que los traficantes se llevan con cada operación beneficios tres veces superiores de lo que pagan por un riñón. El periodista no aclara cómo ha obtenido una información así acerca de criminales sin escrúpulos, pero en un mercado libre esto sería un incentivo enorme para la actividad de más empresarios capaces de trabajar con márgenes menores, pagando más a los vendedores y cobrando menos a los compradores finales.
Los vendedores de órganos contribuyen a salvar las vidas de los ricos, pero ellos no tienen acceso a servicios sanitarios, ya que no hay en todo Nepal ni un sólo hospital preparado para realizar un transplante de riñón, el sistema público de salud está en bancarrota y las máquinas de diálisis apenas funcionan. Ojalá los nepalíes algún día dejen de ser pobres, pero incluso entonces tal vez a alguien le resulte beneficioso vender parte de su propio cuerpo porque recibe algo más valioso a cambio.
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