El caso Gore es sólo un ejemplo llamativo de la importantísima repercusión política que tiene la ciencia. Enterrado el credo marxista (más o menos adulterado), que no la mayoría de sus invenciones antropológicas, la ciencia ha pasado a ocupar un lugar destacado en la agenda política progresista, no ya como un instrumento, si no como un fin en sí mismo. Es decir, la ciencia se ha convertido en el centro del debate más allá de las cifras que los políticos prometen destinar a su desarrollo (o florecimiento); éstos han adoptado las controversias científicas como parte de su discurso.
El cambio climático es sólo el ejemplo universal, siquiera porque está orquestado por la ONU y sus agencias diversas, pero hay otros más locales y de hondo impacto, como el de la evolución, tan de moda ahora en los Estados Unidos.
Recientemente, en un debate celebrado entre los candidatos republicanos a la presidencia del país, se preguntó a los participantes si creían o no en la evolución. Tres de los diez dijeron que no. Tal vez la pregunta apropiada hubiera sido "¿En qué consiste?", pero en este caso su relevancia moral y por lo tanto política sería nula. No se estaba evaluando los conocimientos de los candidatos sino tratando de poner en evidencia a los más reaccionarios al progreso científico, al progreso.
Recientemente el New York Times se hacía eco de un debate en el que varios intelectuales de la derecha americana trataban de dilucidar si darwinismo y conservadurismo podían ser compatibles, desarrollando sinergias con las que renovar el discurso conservador. Dejando al margen la tendenciosidad demostrada en el artículo, parece claro que el empeño no va ser fácil ya que creacionismo y el "Diseño inteligente" inclinan la balanza en el debate hacia un irracionalismo que da la ventaja, sobre este terreno, a las fuerzas progresistas, además, mayoritarias en la academia americana.
Sin embargo el empeño, aunque, como digo, difícil, es de naturaleza bien diferente al que sostienen los Gore y compañía, que como verdaderos activistas científicos, por así decir, pretenden instrumentalizar la ciencia, mientras que conservadores como Larry Arnhart quieren, creo yo, apuntalar sus idearios sobre un renovado y consistente fundamento antropológico para, de esa manera, poder construir propuestas centradas en la realidad de la naturaleza humana.
Coincidiendo con Arnhart, aunque desde una perspectiva ideológica sustancialmente diferente, creo que la sociobiología, la moderna psicología evolucionista, es fundamental para el liberalismo del siglo XXI.
Pensemos que el propio Darwin, que era whig, como señala Hayek, se inspiró en Adam Smith, cuyas obran "marcan el nacimiento de un enfoque evolucionista, que, poco a poco, fue desplazando la estática visión aristotélica", un evolucionismo que, por lo tanto, reitera Hayek, se dio en el campo de las humanidades (moral) antes que en la propia biología.
Para terminar, recordar que von Mises afirmaba, en las primeras páginas de La acción humana, que la praxeología debe mucho al psicoanálisis. Tal vez exagero si afirmo que el sabio austriaco se hubiera hecho evolucionista sin necesidad de alterar sustancialmente sus presupuestos epistemológicos, de haber podido leer a los Leda Cosmides, John Tooby, Steven Pinker y compañía.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!