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Política e imagen

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Pocos dudarán de la importancia que la imagen tiene actualmente. Nadie en su sano juicio iría a una entrevista de trabajo con bermudas y camisa floreada, como pocos son los que van a la playa a pasar una tarde entre amigos con traje y corbata. Cada momento tiene sus formas,  su imagen y éstas son importantes en tanto forman parte de nuestra tarjeta de presentación y transmiten información personal de cómo somos e incluso de cómo actuamos. Sin embargo, esta pasión por la imagen se está volviendo enfermiza y peligrosa cuando de lo que hablamos es de política.

Desde que la televisión se convirtió un fenómeno de masas, el color de la corbata, la marca del traje, el fondo de armario del político se ha convertido en un asunto de Estado. Las chaquetas de pana llevaron en volandas a Felipe González a la presidencia española para luego ser abandonadas por trajes cada vez más caros. Los descamisados de Alfonso Guerra pronto vistieron camisas de Hermenegildo Zegna o Loewe que se sacaban por fuera del pantalón para no confundir a posibles votantes. No hace mucho, Leire Pajín y otros cargos importantes del PSOE cantaba puño en alto la Internacional mientras lucían ropa de marcas que no se pueden permitir muchos proletarios. Sobre Aznar se lanzaron un millar de estilistas tijera en mano hasta que su bigote y flequillo terminaron enamorando, presuntamente, a millones de votantes. A Rajoy se le puede ver en mangas de camisa, como camarero improvisado en un albergue para desheredados en plena campaña navideña o como respetable congresista según le conviene.

El problema de la imagen es que poco a poco ha ido sustituyendo a la profundidad del mensaje político hasta el punto de que los grandes anuncios políticos se sincronizan con la hora del telediario para que con una frase grandilocuente o con un eslogan acertado se encandilen millones de televidentes. En la recién estrenada presidencia española de la UE, José Luis Rodríguez Zapatero se ha gastado un porrón de euros en un nuevo mobiliario para que las reuniones de la superburocracia europea luzcan adecuadamente, cantidad que nos ha dejado con la boca abierta y el bolsillo dolorido, mientras ha anunciado que en seis mes, en seis, ni más ni menos, nos sacará de la crisis.

Aquí lo importante no es tanto si ese objetivo es posible o no, sino dar la sensación de que estamos ante un político ágil y comprometido con cierta utopía futurista. Una de las críticas, acertada desde mi punto de vista, es que el actual gobierno socialista ha estado gobernando a golpe de imagen, de negar la evidencia o de usar un asunto polémico o una ley vacua para tapar o minimizar los efectos de errores más graves o carencias evidentes. Y lo ha hecho con un éxito considerable.

Hay que reconocer que esta actitud política por sí sola no se sostiene sino que necesita la complicidad de otras actitudes que sostengan este particular mundo virtual. La primera es la de los medios de comunicación. Si estos se mantienen pastando del presupuesto como lo hacen los públicos, o pendientes de que les autoricen tal o cual emisora de radio o que les permitan tener una televisión aparentemente privada, nunca podremos aspirar a que las críticas al poder establecido sean demoledoras, que les hagan daño, que les obliguen a corregir o eliminar medidas concretas. Los medios de comunicación, en especial los audiovisuales, les hacen el juego reduciendo los discursos a simples frases o intervenciones que se suponen que concentran la esencia del mensaje. El resultado termina siendo la promulgación de leyes vacías que pretenden más un adoctrinamiento de la población que la resolución de ciertos problemas.

Alguien podría pensar que tal situación sí que se ha producido cuando después de los atentados del 11-M casi todos los medios de comunicación apuntaron al PP en el poder, como último responsable de los muertos. Semejante pensamiento es demasiado ingenuo, pues su actitud sólo favoreció un cambio de gobierno, con aspiraciones a cambio de régimen, que desde entonces ha endurecido el poder del Estado con leyes cada vez más coactivas, con libertades cada vez más restringidas y con una población cada vez más controlada.

La segunda actitud es quizá más preocupante. Es la actitud de la ciudadanía, es la actitud de gente que está dispuesta a someterse al poder, que está dispuesta a perder cada vez más libertad, es la actitud de los que no buscan salirse de lo oficial, de los que no hacen nada o hacen poco por sus propios problemas porque piensan que vendrá papá Estado a solucionarlos, es la actitud de los que piensan que existen fórmulas mágicas que sólo son conocidas por nuestros políticos y que sólo ellos pueden desarrollar e implantar, es la actitud de los que no buscan información y conocimiento y una actitud crítica ante la vida, del que traga todo tipo de ley y norma política sin ni siquiera plantearse su legitimidad, su legalidad o incluso su moralidad. Es la actitud del grupo pastueño que ha olvidado o no ha aprendido que el precio de la libertad es la eterna vigilancia. Con esta ciudanía, con estos medios de comunicación y con estos políticos afrontamos la salida de la crisis económica. Feliz año a todos.

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