Los liberales nos caracterizamos por abordar los problemas sociales, jurídicos, económicos y políticos buscando establecer mínimos. Es decir, apostamos por constituciones comprensibles, parsimoniosas, sin redundancias y ambigüedades. Buscamos criterios mínimos y consistentes para evaluar una agresión o delito. E incluso fundamentamos nuestra ético en la propiedad o libertad bien definidos para evitar cualquier otra clase de líneas de razonamiento moral que busquen imponerse desde la ambigüedad de sus supuestos o la emocionalidad de sus fines.
Una filosofía política de mínimos
Los mínimos no implican que neguemos la complejidad de las interacciones sociales, algo de los que se nos suele acusar. Las normas mínimas dan como resultado órdenes sociales espontáneos, extensos y complejos. Cuando dichas normas mínimas de convivencia están bien definidas y delimitadas y son consistentemente respetadas, tienen consecuencias prácticas que son enormemente retadoras.
Si una norma tan sencilla como «respetar la propiedad ajena» se cumple a rajatabla, surgen inevitablemente multitud de retos empresariales que abrumarían a cualquier mente individual que intentara resolverlos. Cómo se financian las grandes infraestructuras respetando este principio, cómo se protege a los demás para que no se perjudiquen a sí mismos con sus decisiones respetando este principio, etc., y así muchas preguntas más. Sin embargo, algunos pretenden generar órdenes normativos de máximos, que abarquen todos los aspectos de la vida social e individual. El resultado es que las leyes o los principios éticos se contradicen entre sí. Hay que hacer excepciones todo el tiempo. Se busca romper las reglas porque son disfuncionales, o sencillamente porque su cumplimiento es demasiado costoso.
El consentimiento es uno de esos mínimos
Es curioso que la noción de «poner el consentimiento en el centro» haya ganado popularidad entre las feministas progresistas. Esto puede parecer contradictorio, dado que estas feministas tienen sus raíces en el pensamiento marxista, que partiendo de la alienación no da lugar en su proyecto político al consentimiento. Cualquier miembro de una clase explotada, ya sean proletarios o mujeres, puede carecer de conciencia de clase y estar alienada. Esto significa que pueden no defender plenamente sus propios intereses de clase. Y tienen que aceptar condiciones desfavorables por necesidad o por su vulnerabilidad ideológica (ya que no han sido reeducadas).
La filosofía política que tiene el consentimiento y la voluntariedad en su centro es el liberalismo. Por ello para el liberalismo la libertad sexual no es una contradicción, como sí lo es para el feminismo progresista. Este feminismo ermite consentir sólo aquello que encaja con la hegemonía ideológica de la revolución. Dentro del liberalismo, lo elegido libre y voluntariamente tiene valor por la ausencia de coacción. Porque no existe otra alternativa de evaluación de la decisión que respete la libertad individual. Y, a pesar de que quien decide posee información y conocimiento imperfecto o incompleto, en la realidad no existe la certeza ni el conocimiento perfecto, y la decisión parte de una evaluación subjetiva de mejora y ganancia.
Consentimiento y cooperación
El consentimiento permite la cooperación y coordinación entre personas. Para evitar conflictos constantes, necesitamos aclarar nuestra disposición hacia cierta acción o relación con otro, manifestarla y hacerla evidente para los demás interesados. Si nos hacen cosas que no hemos consentido, nos están violentando. Están interfiriendo sobre nuestros planes y arruinando las proyecciones que hemos elaborado.
De igual forma, si no expresamos claramente a los demás que hemos consentido podemos generar duda y desconfianza sobre otros. Esto dificulta que se puedan llegar a acuerdos y que un tercero pueda determinar si ha habido agresión. En consecuencia, el consentimiento es un mínimo para llegar a acuerdos y poder relacionarnos. No es perfecto. No implica que todo lo consentido sea beneficioso o moralmente bueno. El consentimiento simplemente permite saber que en un momento determinado no se está imponiendo la voluntad de unos sobre otros.
El consentimiento sexual es un reto en todo sentido
La contradicción reside en que el movimiento político e ideológico que defiende continuamente que se imponga la voluntad de unos sobre otros empleando el poder del Estado, se arroga la tarea de resolver el problema del consentimiento sexual. Y aunque la lógica socialista implica que el Estado puede legítimamente hacer cosas que los ciudadanos no pueden, tampoco defienden que el Estado pueda agredir sexualmente a los civiles. En concreto, el feminismo de izquierda sólo considera relevante el consentimiento sexual frente al Estado y frente a otros iguales. Pero ante el resto de los aspectos de la vida no aplica el mismo nivel de exigencia sobre el consentimiento.
El consentimiento debe ir en el centro de toda relación humana. El ámbito sexual es relevante pero no es el único. No obstante, el consentimiento sexual y afectivo impone retos que no tienen otras formas de consentimiento. Por ejemplo, es muy sencillo dejar constancia de que he consentido una relación laboral porque es un tipo de relación bien delimitada, con intereses definibles a priori por ambas partes.
El juego en un contexto sutil y complejo
No obstante, consentir las amistades o los coqueteos es complejo porque forman parte de un juego de persuasión y encanto, en donde se rozan o sobrepasan ciertos límites de manera sutil con base en información social y contextual inefable y muy dinámica. La selección sexual presiona en contra de explicitar las intenciones sexuales por parte de las mujeres. Por ejemplo, es común que en plataformas como Tinder las mujeres nieguen en sus perfiles que buscan una pareja o encuentro sexual posiblemente para reducir la exposición social o evitar que el cortejo pierda la magia o el encanto.
A pesar del alto riesgo inherente a los encuentros sexuales, los contratos son prácticamente inexistentes. Las mujeres, aunque son las más vulnerables en los encuentros heterosexuales, prefieren los mecanismos sociales e informales para dejar constancia de su consentimiento. En el mejor de los casos, procuran asistir a ambientes seguros de cortejo y obtener información del estatus y las capacidades cognitivas y sociales del hombre antes de llegar al encuentro.
Acuerdos tácitos que se renuevan permanentemente
Sin embargo, aunque los hombres podrían aceptarlo, las mujeres no tienden a buscar acordar previamente lo consentido, ya sea como contrato o pacto verbal. Esto es así, posiblemente, porque es un consentimiento que se renueva cada instante. Y explicitarlo abierta y detalladamente, reduciría la calidad de la información que se obtiene del hombre durante el cortejo. Esto es, su capacidad de generar el consentimiento que se va construyendo sobre la marcha.
En consecuencia, el consentimiento es el centro de las relaciones sexuales pero debido a la complejidad social de los vínculos sexoafectivos el consentimiento sexual de diferencia de otros tipos por su carácter lúdico y evaluativo, por lo tanto, es particularmente difícil de normar de manera estándar o establecer criterios que eviten consistentemente falsos positivos y negativos, por ejemplo, establecer un criterio que indique que todo beso robado es abuso sexual y debe ser penalizado.
Otras relaciones consentidas
Que la izquierda defienda el consentimiento es como que Gengis Kan defienda la vida. Por eso sabemos que no lo están haciendo. El consentimiento es contradictorio a todo su planteamiento político. La relación sexual debe ser consentida por el individuo que protagoniza el acto. Pero para la izquierda las decisiones personales sobre el comercio, algunos usos del cuerpo como la prostitución o alquiler del vientre, las ideas que se expresan y los vínculos que se establecen, no dependen del consentimiento individual. De hecho, consideran que de hacerlo sería contraproducente para el individuo o para el colectivo.
Inclusive, para el feminismo hegemónico no todo consentimiento es válido. En ausencia de violencia física o amenazas, la mera «asimetría de poder» definida externamente por las autoridades del movimiento, ya puede ser razón para anular un consentimiento. Aunque la mujer haya consentido, la asimetría de edad y poder socioeconómico asegura que ha habido una manipulación unilateral de la cual la mujer víctima no se ha percatado. Esto es, puedes consentir, pero no cualquier cosa que desees.
Consentimiento retroactivo
Al no ser partidaria genuinamente del consentimiento y la responsabilidad, la izquierda no sabe emplear el concepto con claridad y consistencia. Y tiene la expectativa de que el consentimiento sea la clave para evitar los riesgos y problemas propios de la sexualidad. Consentir permite evitar conflictos y coordinar agente. Consentir no implica que el resultado final será positivo. Únicamente permite que se exprese la voluntad presente de los involucrados. En otras palabras, consentir un acto sexual no implica necesariamente que este vaya a ser placentero o que no pueda haber un arrepentimiento posterior.
No entienden el sentido y la función del consentimiento Son partidarios del concepto de alienación. Siguen una filosofía política de máximos. Rehuyen continuamente a la responsabilidad individual. Y son partidarios de las definiciones ambiguas, contradictorias y complicadas. En consecuendoa, estos nuevos pseudo defensores del consentimiento no pueden evitar coquetear con la idea de que el consentimiento puede ser anulado retroactivamente.
El error y sus consecuencias
Cada vez con mayor frecuencia encuentro en los discursos y razonamientos feministas ideas como «me hizo creer que estaba consintiendo, hoy me doy cuenta de que no fue así», «puede que en el momento no lo viese como un abuso, hoy entiendo que sí», o en el caso con Rubiales «Jennifer estaba conmocionada por la euforia, no era ella en ese momento» (cuando consintió el beso). El consentimiento retroactivo pretende ser una herramienta política para generar nuevos casos de abuso donde originalmente no los hubo.
La anulación retroactiva del consentimiento puede parecer sensato para sus defensores porque las personas con frecuencia nos percatamos de malas evaluaciones pasadas, manipulación, persuasión o la conjunción de circunstancias particulares que guiaron equivocadamente nuestras decisiones pasadas. Además, el consentimiento sexual, al darse con frecuencia en el margen de la indecisión y mucho desconocimiento, da lugar con mayor facilidad al arrepentimiento. Cuando esto ocurre nos sentimos como víctimas y empezamos a incorporar esa perspectiva en el relato que hacemos de dicho episodio. Adicionalmente, al relatarlo recibimos el apoyo de todos aquellos que muestran su solidaridad sistemática ante cualquier víctima o relato victimista, especialmente por las redes sociales.
Crear víctimas, para poder protegerlas
El error no radica en la sensación de ser víctima. Ello puede ser transitoriamente necesario en el proceso psicológico de quien posteriormente toma control o agencia en su historia personal. El error está en olvidar que aquello que una vez consentimos fue en su momento una luz verde para que otros actuasen con base en esa información. Por lo tanto, la anulación retroactiva del consentimiento genera con seguridad al menos una nueva víctima presente.
En resumen, el foco del feminismo no es el consentimiento, algo que se ve en temas como la gestación subrogada o la prostitución, sino la preocupación por ofrecer protección a las víctimas. Esta preocupación deshonesta esconde un narcisismo benevolente y una identificación con la víctima, lo que conduce a la aceptación de ideas potencialmente perturbadoras del orden social. La posibilidad de retirar el consentimiento con carácter retroactivo plantea interrogantes sobre la viabilidad de los acuerdos, la seguridad de las relaciones y los mecanismos de protección frente al arrepentimiento ajeno. Los riesgos y la complejidad inherente al consentimiento sexual pueden generar confusión y ansiedad, conduciéndonos por líneas de razonamiento que no llevaríamos al evaluar otras formas de consentimiento no relacionadas con la sexualidad.
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Follar ante notario. (Daniel Rodríguez Herrera).
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