Skip to content

Ponerse la soga al cuello

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Cuando a un pueblo inculto, ignorante y lleno de ideas fantasiosas se le da la oportunidad de tomar decisiones políticas, lo más frecuente es que terminen poniéndose la soga al cuello. Los ejemplos abundan: democráticamente eligen a Adolfo Hitler, Hugo Chávez, Joe Biden, López Obrador. Aplauden los programas sociales, etc. Es decir, eligen lo peor; se ponen la soga al cuello.

Aguantar a los tiranos

Después de cometer democráticamente, un error, la intención de corregir es casi nula, puede tardar muchos años. La capacidad de los pueblos para sufrir y resistir a los tiranos que los gobiernan, sorprende. La Cuba de Fidel Castro mantiene una tiranía que supera el medio siglo; Enver Hoxha tirano en Albania, detentó el poder durante 41 años; Paul Biya con su sangrienta dictadura, sigue siendo el presidente de Camerún; Omar Bongo, con su dictadura disfrazada de democracia desde 1967 hasta 2009 en Gabón. Y así otros más.

No es un fenómeno nuevo. Al parecer, los pueblos que sufren largas tiranías se acostumbran y lo ven como algo normal. Las viejas tribus de hace miles de años, admitían como natural tener un dictador que les gobernara la vida. El líder de la tribu concentraba todo el poder y sus decisiones eran obedecidas sin discusión alguna. Si el líder decía que debían caminar hacia el norte, todos lo hacían; podía ordenar el asalto, asesinato y despojo a otra tribu y las órdenes eran sagradas. Así vivió la humanidad durante largos milenios y a nadie se le ocurría que podía ser diferente. La estructura política de un “líder y los demás obedecen” fue la constante durante miles de años. El intelecto se estancó, pues los subordinados no tenían necesidad de pensar. La actividad de pensar contraía riesgos ante el líder.

Disidentes

En efecto, algo cambia cuando un miembro de la tribu se atreve a pensar diferente. Surge el riesgo de romper el poder del líder, lo que es inaceptable. El disidente puede buscar la manera de matar al líder y tomar su lugar, lo cual fue muy frecuente. O bien, el líder detecta a aquél que quiere romper el orden y es asesinado para que todo siga igual. Pero también puede ser que el disidente huya al amparo de la noche, corre sin parar y posiblemente lo sigan dos, tres o diez seguidores y así se forma otra tribu. Pero la estructura política no cambia: un líder y todos obedecen. Era lo normal y eso explica la multiplicidad de lenguas e idiomas que tenemos.

El líder o dictador se asumía como dueño de vidas y haciendas. Éste podía disponer de los recursos de sus subordinados y también de sus vidas. Si se le ocurría hacer la guerra contra una tribu cercana, organizaba a sus ejércitos y la gente entregaba sus vidas, sintiendo gran orgullo de morir por su líder. Así es como se tienen historias tipo Genghis Khan, Atila, Mao Tse Tung, Pancho Villa, Adolfo Hitler, Vladímir Putin y muchos más.

Todos los dictadores y tiranos han destruido vidas y haciendas de sus pueblos y de los vecinos. Los vikingos, que vivían del asesinato y despojo, asesinaron a miles pobladores que ya se dedicaban a la producción agrícola e industrial de manera pacífica. Pero seguramente también murieron muchos vikingos que le daban “gloria y poder” a su tribu.

Democracia

La humanidad da un gran salto cuando descubre “la democracia”. El poder ya no se logra por la fuerza de la espada y cederlo solo a los descendientes para soportar largas dinastías. Los disidentes convencen de que se debe elegir al gobernador. La idea parece razonable y se adopta para crear las “sociedades democráticas”.

Con la democracia se forman partidos políticos y sus propuestas de gobierno, generalmente promesas que no se pueden cumplir. Colocan candidatos carismáticos, buenos oradores y campañas bien estudiadas para ganar las elecciones y votan los ciudadanos. Es una moneda al aire y solo queda contemplar la acción del nuevo presidente. Al final, casi todos terminan desencantados.  Así van cambiando de líderes que saben subir impuestos, establecer constituciones restrictivas, hacer construcciones faraónicas para que el pueblo perciba que son buenos gobernantes. Otros simplemente se encargan de saquear el erario para quedarse con grandes fortunas personales.

En fin, que la democracia no garantiza un buen gobierno ni prosperidad para la gente. Parece ser que la democracia ha resultado en la mejor alfombra no violenta para que la izquierda llegue al poder y coloque a los nuevos tiranos, dictadores y demagogos en el poder.

De la democracia al comunismo

La izquierda ya se percató de que la democracia puede ser empleada para construir un país socialista y luego uno comunista. Por ejemplo. El gobernante de izquierda convence al pueblo de la necesidad de construir escuelas y universidades. Consigue el aplauso de los gobernados y para ello, sube impuestos, compra o expropia terrenos, construye los edificios, contrata cientos o miles de profesores que deben impartir los planes y programas del gobierno. De esta manera, la izquierda crea las instituciones que se convierten en caldo de cultivo de promotores y defensores del socialismo. Esto conlleva un dominio de la mentalidad de la gente que pasa por las instituciones educativas. Quedarán agradecidas que el gobierno les haya dado la oportunidad de estudiar. Se han puesto una soga al cuello.

Democráticamente, el líder de izquierda convencerá a sus ciudadanos que el gobierno construya hospitales, clínicas y sanatorios para garantizar la salud del pueblo. Los ciudadanos aprobarán la política de salud del Estado y, sin saberlo, se han puesto la soga al cuello.

Lo mismo se podría decir respecto al manejo del petróleo y otros recursos naturales para que los administre el gobierno. Pero también la administración del dinero, ven como natural que el Banco Central quede en manos del Estado. El agua, el transporte, aeropuertos, puertos, ferrocarriles, etc. Con el beneplácito de la gente se va construyendo el socialismo sin aclararles que eso es socialismo. Cuando se llegan a dar cuenta, demasiado tarde.

Programas «sociales»

A los políticos de izquierda no les faltan palabras dulces y bellas para esconder sus objetivos perversos, que no son otra cosa que crear un poder político que controle a toda la sociedad, sea en la producción o en la distribución. Puede que nunca mencione la palabra comunismo, socialismo, fascismo, pero el hecho de monopolizar la educación, salud, petróleo, agua, carreteras, obra pública, banco central, financieras, etc. Está construyendo el fascismo, socialismo o estatismo. A esto se le puede agregar el control del sistema legislativo, judicial, policía, ejército, aduanas, rutas aéreas, telefonía, redes sociales, etc.

En México ya se ha dado un paso tenebroso, perverso y de aceptación popular hacia el socialismo, mediante el control de ancianos (tercera edad), madres solteras, estudiantes, profesores, campesinos, deportistas. ¿Cómo se da este control? Mediante programas sociales, dinero regalado a cambio de nada. Cada mes o cada dos meses el gobierno deposita en sus cuentas bancarias una cantidad de dinero que les hace pensar en la bondad del gobierno, “porque nunca antes se había hecho algo parecido”. Este reparto de dinero es la estrategia más sólida para que la gente siga votando por los gobiernos populistas.

Privatización de la educación

Desafortunadamente, nuestros países latinoamericanos carecen de buenos economistas que puedan aclararle a la gente que dejar la educación en manos del gobierno significa destruir el mercado educativo; que el gobierno maneje la salud significa destruir el mercado de salud; que el gobierno administre el petróleo, es destruir el mercado del petróleo. Y así es como todas estas acciones gubernamentales, aun cuando tengan el consenso, la aprobación del pueblo solo conllevan a una destrucción de la economía, destrucción del talento de jóvenes, destrucción del capital. Y finalmente, los votantes se pone la soga al cuello.

¿Cuál es la solución? Cambiar radicalmente la cultura del pueblo, destruir las fantasías marxistas que dominan en nuestras escuelas y universidades para que la gente se percate que el futuro bueno no está en dejar todo el poder en los gobernantes, sino en el mercado. Así podrán reconocer que solo hay un camino, una medicina: Privatizar todas las escuelas y universidades; privatizar todo el sistema de salud; pasar el petróleo a manos privadas, etc. Dicho de otra manera, el gobierno solo debe garantizar que los mercados funcionen bien, con seguridad, cuidar que no haya asesinatos, violencia, robos o fraudes y hacer justicia en su caso.

Una cultura libertaria

¿Existe otra alternativa? No, no hay. La medicina puede ser muy amarga, pero es la única que cura al enfermo. Por supuesto, esta medicina nunca la va a dar un gobierno izquierdista, pues significa perder el control político de la sociedad y sus recursos. Además, desconfían del poder del mercado, nada saben de la mano invisible de Adam Smith y jamás han leído un renglón de la Escuela Austriaca de Economía. En las universidades, publicas y privadas solo se enseña Carlos Marx, Maynard Keynes, Samuelson y otros autores estatistas. Al carecer de buenos teóricos, se traduce en una pobreza de ideas en la sociedad y ello explica la poca o nula resistencia a las políticas populistas de la izquierda.

En fin, para que la sociedad no se autoflagele ni se ponga la soga al cuello, se requiere el dominio popular de cultura libertaria y limitar la acción del gobierno a funciones muy limitadas y específicas.

Ver también

Gustavo Petro busca el voto de los incautos atacando a Nicolás Maduro. (Antonio José Chinchetru).

Caos en Colombia. (Edgar Beltrán).

2 Comentarios

  1. Para (intentar) quitarse la soga del cuello se desarrolló en Occidente la idea de la supremacía de la ley, que está por encima de las propias autoridades políticas (incluidas las monarquías). Claro que esto no lo enseñan los profesores españoles [1] que promueven en Hispanoamérica las reformas constitucionales encubiertas bajo la etiqueta de «nuevo constitucionalismo latinoamericano» [2].

    Harold J. Berman señala que «quizás la característica más distintiva de la tradición legal de Occidente es la coexistencia y competición dentro de una misma comunidad de jurisdicciones diversas y sistemas legales diversos. Es esta pluralidad de jurisdicciones y sistemas legales diversos los que hacen a la supremacía de la ley a la vez necesaria y posible.»
    El pluralismo legal se originó en la diferenciación de la comunidad eclesial y las comunidades seculares políticas, gracias a la lucha de las investiduras (1075-1122) entre el papado y los reyes y emperador. Con la reforma del papa Gregorio se originó el novedoso código canónico de la Iglesia católica (primer sistema legal de Occidente). La clerecía, aunque gobernada en general por el código canónico, estaba también sujeta a la ley secular con respecto a cierto tipo de crímenes. Y la ley secular se subdividió también (yo diría más bien que se admitió o «emergió» como) en varios tipos compitiendo entre sí, incluyendo la ley real, la ley feudal, la ley señorial, la ley urbana y la ley mercantil (ver Berman [1983] «Law and Revolution»).

    _________________________________________
    [1] Ligados a la –ahora formalmente extinta– Fundación CEPS (Centre d ́Estudis Polítics i Socials), como Rubén Martínez Dalmau, Roberto Viciano, Pablo Iglesias o Alberto Montero.
    [2] Contrarias a las reglas básicas de la democracia liberal de supremacía de la ley y separación de poderes.

  2. La tesis de Berman (1983; reseña aquí: https://chicagounbound.uchicago.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=4375&context=uclrev ) es que tras la caída final de Roma el sofisticado derecho romano de las épocas clásica y post-clásica (base constitutiva de un orden espontáneo, diríamos los Austriacos) se pierde. Solo quedan recuerdos en el norte de Italia, España y el sur de Francia en forma de lo que luego se vino a denominar «derecho romano vulgar» (una forma simplificada, popularizada y corrupta). Incluso las compilaciones «romanistas» de los reyes visigodos del siglo VII no son más que una miscelánea de disposiciones agrupadas groseramente según la materia con falta total de unidad conceptual y sin capacidad para evolucionar orgánicamente (como una realidad independiente de las costumbres y poder político del momento, como el derecho romano original; sin embargo esas compilaciones sí que ayudaron a mantener la idea del papel que deben jugar la ley en la ordenación de las relaciones). Igualmente las muy simples leges barbarorum y la organización tribal de los pueblos germánicos dieron lugar a los vínculos feudales y poco más. Sin embargo persistió el sentimiento de comunidad de una fe compartida, que transcendía la multiplicidad de unidades tribales, locales y feudales, y era representada por las figuras del Papa y del Emperador.

    A partir de 1075 se produce una revolución papal con la disputa de las investiduras, ganando la Iglesia autonomía, época que se podría considerar sellada con el martirio de Thomas Becket en 1170. La aparición del código canónico como sistema legal completo y autónomo, añadido a la recuperación de la recopilación de Justiniano de distintos elementos resultado del antiguo derecho romano, junto con su estudio detallado en la universidad de Bolonia con visos a comprenderlo y buscar su aplicación renovada, dio paso a esa época totalmente nueva. Y en consecuencia, Berman propone que, en la periodización de la historia, ese final del siglo XI y principio del siglo XII es la fecha que marca el paso a la época moderna, y no 1492 o 1500 (época moderna que se extendería hasta las dos guerras mundiales). O al menos, darse cuenta de la muy señalada diferencia entre la Alta y la Baja Edad Media.

    Es una lástima que lo que dice de la historia de España, es bastante pobre e incluso equivocado. Si se hubiera fijado hubiera reforzado mucho su tesis, porque, por ejemplo, poco después de esa época Jaime I de Aragón conquistó y fundó en 1238 el Reino cristiano de Valencia (permitiendo en muchos casos la convivencia con los musulmanes derrotados y hebreos) y lo instituyó como independiente promulgando unos denominados Fueros destinados a territorializarse en todo el reino, que no son más que la implantación ex-novo (o renovada) de ese derecho romano que se había redescubierto en Bolonia (un resumen del Corpus Iuris Civilis; en vez de las costumbres previas del territorio, como son los demás Fueros hispánicos). Y ese experimento resultó un éxito (de ahí la brillante trayectoria de ese reino de Valencia desde 1238 hasta aproximadamente 1500, en que comienza su decadencia –en vez de lo contrario, como suele señalarse para el caso general para la periodización que inicia la edad moderna en 1492–). Y el punto de comparación (para ver las causas y raíces) de ese éxito son los otros territorios de la misma la corona de Aragón que, aunque también tenían Cortes generales y Fueros, no tuvieron tanto éxito ni fueron tan funcionales en esa época.

    Suele ocurrir que los historiadores por lo general entienden el derecho (siempre y solo) como una regulación de arriba a abajo, como mera legislación fuente de una organización (burocrática). Por ello, una corrección y mejora de la tesis de Berman sería añadir la siguiente diferenciación: (a) el Código Canónico regula una organización, en este caso la Iglesia católica, jerárquica, en pos del fin espiritual de la misma; (b) mientras que el derecho romano es la fuente (y a su vez el producto) de un orden espontáneo, en que todas las personas son iguales ante la ley, cada uno en pos de sus diversos fines particulares.

    Como curiosidad, señalar el papel del dominico aragonés Raimundo de Peñafort (1175-1275) que tras estudiar en la Universidad de Bolonia, fue asesor y confesor de Jaime I, y participó en la redacción tanto de las Decretales de Gregorio IX, como probablemente de los Fueros del nuevamente constituido reino de Valencia.


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos

Populismo fiscal

Cómo la política impositiva del gobierno de Pedro Sánchez divide y empobrece a la sociedad española El nuevo informe del Instituto Juan de Mariana evalúa la deriva de la política