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Ponga un libro de autoayuda en su crisis

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En los tiempos que corren el que más y el que menos (y en especial, la que más y la que menos) ha echado una ojeada a un libro de autoayuda. Louise Hay, Joan Brady, Spencer Johnson son autores que escriben para lectores poco exigentes y se ganan la vida haciéndolo. Son asideros de mentirijillas y de obviedades para aquellas mentes débiles necesitadas de consuelo que no soportan o no están preparadas para afrontar la solución real a sus problemas.

La razón del éxito de estos libros es que mientras que la respuesta real a un problema o a una crisis normalmente implica renuncia y dolor, estos libros sirven de bálsamo instantáneo. Te incitan a pensar lo mejor de ti mismo aunque no sea real, a rechazar todo sentimiento de culpa, de dolor, de conflicto. Y para ello, nada mejor que desplegar el más ingenuo de los optimismos aderezado, a ser posible, con dosis moderadas de exotismo, universalidad y mensajes buenistas. Cómo canalizar la rabia, cómo sanar su mente, cómo entender a los hombres (o a las mujeres), cómo ser una madre (padre) de adolescente, cómo no perder la magia, cómo encajar la menopausia, cómo no dejarse avasallar por el jefe, cómo vivir en armonía con las fuerzas telúricas, cómo hacer los sueños realidad…

Y a partir de ahí tiene usted soluciones de todo tipo: piedras mágicas, pirámides milagrosas, técnicas de meditación, filosofía barata, psicología más barata aún… y alguna cuestiones de sentido común que cualquier abuela sabia te diría. Estos libros no son una novedad de nuestro turbulento siglo, Cómo ganar amigos e influir en las personas de Dale Carnegie es de principios del siglo XX. La primera regla de Carnegie para hacer amigos es "No condene, ni critique, ni se queje" y otra reza: "Recuerde que para toda persona, su nombre es el sonido más dulce e importante en cualquier idioma." Obvio ¿no? Este señor diseñó un curso de ventas de gran éxito en todo el mundo. Increíble que tanta gente cayera fulminada ante este tipo de consejos. En eso consiste la autoayuda.

Nuestros más destacados políticos, y la sociedad en general, están guiados por este tipo de principios y los aplican a cualquier conflicto. ¿Qué hacer ante la crisis económica? Primero negarla, eso siempre dará tiempo para ver qué hacen los demás y decidir quiénes son nuestros afines e imitar sus conductas. En segundo lugar, quítele importancia, los pensamientos negativos no son buenos para nadie, le impiden que fluya la energía positiva, que es la que cristaliza en soluciones. En tercer lugar, no pronuncie palabras tabú, use un lenguaje que confiera cierta confianza por espuria que sea a quienes le escuchan. En lugar de soluciones adopte medidas paliativas. Esta es la técnica peculiar de nuestros líderes de diseño, que se resume en el famoso lema "Podemos".

Pero aplicar paliativos sintomáticos no cura la enfermedad y no soluciona la crisis económica. Solamente constituyen un bálsamo inmediato y temporal para perpetuar la sensación de que no pasa nada. Y aquí entra en juego otro de los males de nuestra sociedad, del que ya hablaba C. S. Lewis. Vivimos en una sociedad enloquecida por el cambio, por la novedad permanente, se aborrece "lo de siempre". Se pierde la perspectiva de la dualidad entre necesidad de cambio y permanencia que, según Lewis, se llama ritmo. Decir en alto que la solución es la de siempre es la mejor manera de ganarse muchas críticas y algún insulto. Se aprovecha para sacar lo peor del pasado y atribuirle a uno su defensa.

Para muchos, la solución a una crisis como la actual es no hacer nada, o casi nada, y aprender de las causas que la provocaron para que no vuelva a suceder. Si los tipos de interés estaban artificialmente bajos y las señales del mercado a los inversores se distorsionaron por motivos políticos, no lo hagamos más. Sin embargo, es mucho más popular lamentarse de estar en la zona euro porque ya no podemos devaluar. Incluso si eso significa detraer capacidad de compra del ciudadano. Lo que se suele llamar atraco a mano armada.

Cuando vienen vacas flacas las empresas recortan gastos y reducen plantilla. La solución de autoayuda es impedirlo, o prometer a los futuros parados (al módico precio de un voto) un sueldo por no trabajar, un pisito de protección oficial, una semanita en Marina D’Or a costa del contribuyente solidario a la fuerza… Lo que no es popular es asegurarse de que los posibles parados puedan encontrar más fácilmente otro trabajo, porque eso implica abaratar el despido, es decir, abaratar el coste de contratar un trabajador para el empresario. La realidad es que no se flexibiliza el mercado laboral "oficial" pero se da pie a que aparezca un mercado negro de trabajadores.

Si se han tomado decisiones irresponsables, lo de siempre es apretar los dientes y asumir la responsabilidad de la elección. Solamente así quienes tienen que confiar en un gestor sabrán cuál es el bueno y cuál no. Pero es más fácil de vender que la responsabilidad de los gestores y de los inversores es de índole "social", nos afecta a todos y todos pagamos. Al menos en los casos que convenga.

El resultado, además de la emergencia de una clase de gurús profesionales de la economía, la empresa y la política, es una sociedad sin sentido de la responsabilidad, no ya propia, sino también de la ajena. No somos capaces de echar al que ha roto el jarrón, o al político que nos tima con su manual de autoayuda. A lo más que llegamos, de vez en cuando, es a hacérselo pagar a un chivo explicatorio (como decían Les Luthiers) que nos ciegue frente a nuestra propia desidia.

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