Una de las historias más divertidas que nos ha dado la política en los últimos años fue aquella de las cremas de Cristina Cifuentes. Pese a que solo han pasado cuatro años de aquello, la verdad es que el hecho ha sido sepultado por toneladas de nuevos despropósitos políticos, y es posible que no dentro de mucho sea considerado una leyenda urbana, más que un acontecimiento real.
Era primavera del año 2018. Había pasado medio año del uno de octubre independentista, y el PP gobernaba con Soraya Sáenz de Santamaría manejando las cloacas del Estado, bien surtido de dinero gracias a la sangría a la que nos sometía Cristóbal Montoro.
Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, estaba en la cuerda floja por unas filtraciones a Ignacio Escolar sobre un máster que era bastante irregular, pero como se agarró al cargo, el fuego amigo del PP nos regaló a toda la ciudadanía uno de los videos más patéticos de un cargo público patrio: Cifuentes escoltada por un vigilante de seguridad mientras sacaba de su bolso dos cremas que había intentado sustraer.
El video fue definitivo y según lo estábamos viendo nos llegaba la noticia de su dimisión. Fue su muerte política y nos pareció bastante normal que así fuera. Pero desde entonces, hay un grupo muy activo de la intelligentsia derechil española que no se baja del burro de que se la hizo dimitir por dos cremas; cuarenta euros de nada, que comparados con los millones que se roban, o la gravedad de guardar un vídeo de seguridad durante 7 años y hacerlo público no es prácticamente nada.
Semejante forma de pensar viene a decirnos que hay partes muy activas intelectualmente en la derecha que desconoce cosas muy básicas de la base social a la que pertenece. Casi da vergüenza explicarlo, pero vamos a hacer el esfuerzo: la derecha (e incluso parte de la izquierda, pero vamos a centrarnos en la derecha) puede entender que un político se puede corromper cuando maneja millones de euros. Ojo, no lo tolera, pero lo entiende. Forma parte de la naturaleza humana. También entiende que los vídeos comprometidos de políticos no se borran nunca. A diferencia de ciertos intelectuales centristas, la base social de la derecha no nació ayer, ni cree que el mundo lo habiten ángeles.
Lo que casi nadie en la derecha traga es que un político se meta en un supermercado y obligue a un vigilante de seguridad y a unas cajeras, con sueldos en órdenes de magnitud por debajo del suyo, a pasar un rato desagradable porque ella quería un subidón de adrenalina.
Y es que la derecha del mundo real ha tenido que asistir a este tipo de situaciones más de una vez en su vida, y tiene familiares que las sufren a diario. Pero esta experiencia en carne propia, claro, está fuera del alcance de la inteligencia derechil que habita en medios de comunicación y tribunas periodísticas. Para ellos lo que hizo Cifuentes se puede cuantificar en 40 euros. Lo anotas en una Excel y al aplicar la fórmula de comparación con otros casos de corrupción se hace imperceptible, así que es incomprensible todo, o, mejor todavía, simple fruto del populismo.
Todo esto sería una anécdota si no fuera por la desproporción que existe entre las diferentes familias de la derecha a la hora de acceder a los altavoces sociales. Lo de Cifuentes, en su momento, estaba muy claro para todos. Después de estos años, solo se alude a las cremas para quitarle importancia al hecho y dejarnos el poso de que fuimos demasiado duros con ella. Cuando hayan pasado diez años, es posible que se convierta en un ejemplo de libro sobre cómo el populismo pudo acabar con la carrera política de una mujer valiente. Y la derecha social tragará, porque la lluvia fina habrá hecho su trabajo.
Después de las elecciones andaluzas hay mucha gente que no comprende cómo podemos volver a tener al PP con mayorías absolutas. Horroriza un horizonte con Feijoo gobernando en solitario, o en coalición con el PSOE, y con Montoro de vuelta en Hacienda. Pero no deja de ser la consecuencia lógica del equilibrio de poder en la derecha española.
El círculo vicioso de España es que tenemos una izquierda latinoamericana y un problemón secesionista, así que nos agruparnos en torno al centro centrado para empatar, lo que crea una asimetría que acentúa el problema. Fuera de ese consenso hay de todo: gente inteligente poniendo su granito de arena y desquiciados vendiendo sus neuras. Nada sólido a lo que la derecha social se pueda agarrar, así que se recurre al consenso con la esperanza en que esta vez la cosa va a funcionar.
Así que más que enfadarse con el mundo, habría que volver una y otra vez a lo fundamental: nadie debería pastorear a la derecha social, que tiene derecho a que sus distintas sensibilidades tengan sus altavoces de opinión. Simetría y libertad de expresión. Son conceptos sencillos a los que hay que aspirar, y que no son tan inalcanzables como parecen.
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