Cada vez con más frecuencia nos bombardean con noticias relacionadas con la violación de los derechos humanos. Políticos de todos los pelajes se unen para denunciar en voz alta semejante brutalidad aquí y allá, con una indignación tal, que finalmente me he sentido abochornada. Sí, confieso avergonzada que no he leído la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Para preparar mi espíritu solidario de precampaña de Navidad, aprovechando que ya están colgados en la Castellana los… ¿adornos navideños con forma de monocadena de ADN?… que ha preparado el candidato no liberal a la Alcaldía de Madrid, he decidido ponerme a ello.
Y, la verdad, más que a las puertas de la Navidad me siento en plena Semana Santa.
Al principio, uno lee con cierta tranquilidad cosas como: "Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona" en el tercero de los artículos, o "Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes" en el quinto, y más adelante: "Toda persona tiene derecho a la propiedad, individual y colectivamente" (artículo 17) y se siente reconfortado, civilizado, miembro de una sociedad que ha avanzado lentamente en el transcurso de la historia y piensa en las luces navideñas, en el calvo de la Lotería y en cosas de esas… por poco tiempo.
Se me eriza el vello de la nuca cuando leo esto: "Toda persona, como miembro de la sociedad, tiene derecho –tomen aire– a la seguridad social, y a obtener, mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y los recursos de cada Estado, la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad" (artículo 22). Y sigue el calvario: "Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial –vuelvan a respirar– la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene, asimismo, derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad" (artículo 25). Y me pregunto, ¿con cargo a quién va todo este gasto? ¿Quién realiza ese esfuerzo para que toda persona disfrute del "libre desarrollo de su personalidad"? De manera involuntaria, agarro el bolso con fuerza aún sabiendo que es inútil, no hay nada que hacer… es a mi costa. Con el bolso aún asido, leo los dos últimos artículos: "Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad". ¿En esta comunidad, solamente en ésta puedo? Y la puntilla: "Nada en esta Declaración podrá interpretarse en el sentido de que confiere derecho alguno al Estado, a un grupo o a una persona, para emprender y desarrollar actividades o realizar actos tendientes a la supresión de cualquiera de los derechos y libertades proclamados en esta Declaración".
¿Dónde puede borrarse uno de este club? ¿Se puede?
Dice Anthony de Jasay en la introducción a su Justice and Its Surroundings: "A freedom is a freedom and not a right". Según el liberal de origen húngaro, si necesitas definir un derecho para asegurar una libertad, ya no se trata de una libertad propiamente dicha. Más bien, lo que se consigue es convertir la libertad, apuntalada por un derecho, en un privilegio. Tal y como lo plantea, un derecho para alguien siempre implica una obligación para otra persona.
La situación de cada individuo debería ser la consecuencia de la libertad de acción, no el objeto de un sistema de privilegios acordados de manera supuestamente universal que restringe la capacidad individual de elegir, mi poder adquisitivo, mis recursos. El sentimiento de esclavitud es doble cuando, mientras me aseguran el derecho a expresarme, se me prohíbe luchar contra la barbaridad impuesta.
La cosa cambiaría solamente con redactar, por ejemplo, el terrible artículo 25 de esta manera: "Toda persona tiene libertad para dedicar sus esfuerzos y capitales a intentar alcanzar un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo libertad para acceder, si quiere, a los seguros privados en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad".
Está claro que me equivoqué de bando. En la próxima vida quiero ser damnificada social, y recibir todo eso que ignoraba que es indispensable para mi dignidad y el desarrollo pleno mi personalidad en esta sociedad, por supuesto a costa de otro. Usted, por ejemplo.
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