Si bien resultaría difícil proporcionar una definición rigurosa del término, todos tenemos una idea de en qué consiste un trabajo precario. Se suele asociar con trabajos temporales, mal pagados, en que el trabajador se limita a hacer tareas rutinarias y para las que se requiere escasa preparación. Posiblemente sean las últimas dos características apuntadas las que causan las primeras, puesto que ambos rasgos posibilitan que haya mucha mano de obra capaz de llevarlas a cabo, y el emprendedor preferirá no invertir demasiado en el individuo a contratar.
Los trabajos precarios se suelen asociar también al capitalismo salvaje, a empresas que compiten en la gama baja de productos: poca calidad a poco precio. No voy a citar ejemplos concretos, en primer lugar, porque sería injusto para los empresarios; y, en segundo lugar, porque ni siquiera hace falta, ya que la mayor parte de la gente tiene estas asociaciones a fuego en su imaginación.
Comenzaré el análisis praxeológico del fenómeno describiendo la situación en el mercado no intervenido. Nada excluye la existencia de trabajos precarios en este mercado, como se puede imaginar. El salario y restantes condiciones laborales son percibidas como un todo por el individuo, y sobre ellas decide si acepta o no el trabajo precario en función principalmente del coste de oportunidad de hacer otra cosa. De la misma forma, el empresario contratante compara el rendimiento que espera del individuo con los pagos que habrá de llevar a cabo si consuma la contratación. Si ambas partes perciben que van a ganar con el intercambio, el contrato se formaliza y el trabajador asume su puesto precario.
Sin embargo, no acaba aquí el proceso. Si realmente el trabajador percibe el puesto como precario, tratará de mejorar sus condiciones, usando para ello su capacidad de innovación. Son muchísimos los caminos que pueden explorar, pero aquí nos interesa especialmente uno: lo que en el argot se llama la integración vertical aguas abajo. Ello consiste en que siempre podrá, a partir del conocimiento y experiencia que obtenga en el desempeño de su trabajo, intentar ponerse por su cuenta en competencia con su contratista. En este sentido, hay que recordar que grandes empresarios de nuestro país comenzaron trabajando en lo que ahora denominaríamos "trabajos precarios".
Por su parte, el empresario "explotador", consciente de la misma amenaza, tenderá a mejorar las condiciones laborales del trabajador precario. No solo por la amenaza de que le entre un competidor, sino también por los costes que tendría para él cambiar de individuo para un puesto en el que presumiblemente ya tiene a alguien que funciona. No se olvide al respecto que el empresario ha anticipado los recursos necesarios para suministrar el producto o servicio y depende especialmente de la mano de obra para culminar el proceso.
En esencia, en el mercado no intervenido, parece que el puesto de trabajo precario surge gracias a las ideas de los emprendedores. Pero dicha precariedad rápidamente tiende a desaparecer. Si la idea es un éxito, porque el trabajador puede transformarse en competidor si no se le mejoran las condiciones, y porque el mismo éxito hará que se revalorice el puesto de trabajo permitiendo mejorar las mismas. En cambio, si la idea fracasa, el puesto de trabajo precario estará llamado a desaparecer en la recanalización hacia otras actividades de los recursos reservados.
¿Ocurre lo mismo en el mercado intervenido? Apuntemos tan solo dos escenarios de los posibles.
Uno se refiere a la existencia de barreras legales a la entrada, sea por concesión de monopolio u otros títulos habilitantes. En este caso, desaparece la presión competitiva que el trabajador puede ejercer aguas abajo, puesto que, en principio, le está vedada la entrada a la actividad en que podría mejorar la prestación mediante la experiencia adquirida. Un ejemplo bastante claro puede ser el de las farmacias y los titulados farmacéuticos que trabajan en ellas. Dada las dificultades de estos para hacerse con su propio establecimiento, terminan siendo carne de "trabajo precario", pues difícilmente pueden disciplinar a la otra parte contratante.
El otro escenario se correspondería con aquellas actividades para las que la regulación obliga a contratar a los individuos, presumiblemente contra las preferencias del empleador. En este caso, el trabajador se encuentra proporcionando un servicio que la sociedad no demanda en realidad. Resulta así muy difícil que la experiencia atesorada pueda traducirse en mejoras de productividad o en los servicios, pues es algo que nadie demanda, y que solo se contrata por obligación.
A modo de ejemplo, se puede traer el de los socorristas de piscinas comunitarias. Es obligatorio, no sé si a nivel regional, nacional o europeo, que todas las piscinas, incluso las comunitarias, tengan un socorrista durante el horario de apertura. Me atrevería a decir que esta imposición suele ser indeseada por los vecinos y que, en un mercado libre, la mayor parte de las piscinas comunitarias prescindirían del servicio (que muchas veces limita el propio horario de apertura de la piscina). Pero, gracias a ello, se crean una serie de puestos de trabajo de nimio recorrido y malas condiciones, con escasa perspectiva de mejora.
Aun sin poderse obtener conclusiones de más rigor a partir del breve análisis realizado, sí se han mostrado indicios bastante ilustrativos de que existe una relación causal entre precariedad laboral e intervención en el mercado. Una vez más, los aspectos más indeseables de la economía encuentran dificultades para encajar en la perspectiva dinámica del proceso competitivo. Y es que es muy difícil explicar la existencia de aspectos indeseados para los individuos sin apoyarse en la existencia de aquellos obstáculos que impiden la satisfacción de las preferencias.
Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!