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Primavera en el Fondo Monetario Internacional

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Como cada primavera, el Fondo Monetario se reúne para analizar qué ha pasado con sus previsiones y recomendaciones tras el frío invierno. Del 19 al 21 de abril se reunieron en Washington los miembros del club. No fue una alegre celebración, por más que las declaraciones a la prensa estuvieran teñidas de un falso atisbo de optimismo. Dentro del FMI, el Comité Monetario y Financiero era el que despertaba más inquietud. Su declaración final no es exactamente muy animosa.

El lenguaje oculto tras las palabras

No debe ser fácil redactar un comunicado negativo sin transmitir pesimismo. Y esa era la misión del Comité. Algo así como contarle a un alumno esforzado que ha vuelto a suspender, sin hundirle. El texto del comunicado está plagado de términos graves y, a pesar de ello, el tono no es dramático.

Recuperación, repuntes, avances… acompañado de muchos peros, debe, es necesario, se requiere. Es decir, los países avanzados, emergentes y de bajo ingreso estamos en el borde del abismo todavía. El que los emergentes saquen la cabeza no quiere decir que ese avance sea permanente. Y ese adjetivo es uno de los que con más insistencia se repite. Las reformas deben ser estructurales, el crecimiento sostenible, hay que eliminar vulnerabilidades (luego están ahí) y reforzar la capacidad de resistencia (luego nos falta). No son buenas noticias. No son buenos resultados. El Comité Monetario y Financiero maquilla como puede el mensaje de fondo porque, tras un duro invierno, no se puede mirar a cámara y decir, de nuevo, que la cosa no funciona.

La lección para los españoles, en mi opinión, debería ser, precisamente, que las recetas cortoplacistas no valen. Llevamos años aplicando medidas de pocas miras, fijadas para horizontes cercanos, y así no alterar las calles, evitar más ocupaciones de plazas por indignados que, además del grito y la violencia, poco serio han aportado hasta ahora. Y, no se puede olvidar, para no ceder más votos. Porque el PP tiene presente que ganó las elecciones porque el PSOE perdió votos, no porque el PP ganara muchos adeptos. Y la racionalidad política, para nuestra desgracia, ha sustituido los intereses de los ciudadanos por el recuento de votos.

A vueltas con el crecimiento

Al analizar las palabras que el Comité Monetario y Financiero le dedica a Europa el panorama se enturbia. Es un difícil equilibrio en el que nos movemos, hay varios ritmos dentro de la UE, y lo fácil es interpretar el mensaje a gusto del interlocutor. Es verdad, como han destacado los medios, que se hace hincapié en el crecimiento y su sostenibilidad. Sólo faltaría. Estamos en recesión. Sin embargo, a mí lo que me llama la atención es que el comunicado hable de objetivos y de políticas "creíbles". Ese toque de atención indica que muchos anuncios de medidas y fines a alcanzar no se ajustaban a las posibilidades reales de las economías. Los objetivos que la Unión Europea establece y a los que los gobiernos como el español se comprometen son irreales en muchas ocasiones. En el caso de España, no tanto por irrealizables como por la manifiesta falta de coraje político a la hora de ir a por ellos.

Crecer de manera permanente implica crear riqueza, absorber el 26% de paro, frenar la sangría empresarial y reinventar el modelo de producción. Y, para ello, el saneamiento del sistema financiero y la reorganización fiscal son un sine qua non. El siguiente eslabón en la cadena de decisiones políticas es la necesidad de desmontar el clientelismo bancario de los partidos políticos y del gobierno, y la reorganización territorial del Estado para disminuir el gasto de las administraciones públicas. No se me ocurre quién o qué partido político va a tener el arrojo necesario para emprender esas reformas. Todo lo demás, peanuts. No sirve de nada a largo plazo.

Ya está convocada la siguiente reunión para octubre. Nos espera un final de primavera cargado: el viernes se anuncia el nuevo paquete de medidas, y un verano incierto, con la esperanza del tirón del turismo en la mente de todos. Mientras tanto, la hidra de las tramas de corrupción emponzoña el ánimo de los ciudadanos, y la ultra izquierda amenaza con echarse a la calle, de nuevo. Lo que no se gana en las urnas y se gana en la calle no es democrático. Pero ellos no lo son. Y yo, como Antonio Camuñas, prefiero contar votos en tres días que muertos en tres años.

Solamente me queda la esperanza de oír a Soraya Sáenz de Santamaría anunciar medidas serias de apoyo a los empresarios, a los inversores y a los ahorradores. Es lo último que se pierde, dicen.

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