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Prometeo o Epimeteo, la elección primordial de España

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Dice la mitología griega que, cuando llegó la hora de la creación de los mortales, los dioses encargaron a dos titanes hermanos, Prometeo y Epimeteo, tal labor. Epimeteo, el que piensa después de actuar, comenzó a distribuir talentos, fortaleza, rapidez, agilidad… entre los animales pero, por su falta de previsión, al llegar a la creación del hombre no habían cualidades para conformarlo. Cuando acudió para supervisar la tarea de su hermano, Prometeo, el que piensa antes de actuar, se dio cuenta del desastre que había provocado Epimeteo y decidió ofrecer al hombre, débil y desvalido, la luz del fuego divino.

El resto de la historia es bien conocida. Prometeo es acusado de robo, condenado y finalmente perdonado por Zeus, quien regaló a los hombres a Pandora, la primera de las mujeres. No es una casualidad que fuera, precisamente, Epimeteo quien aceptara a Pandora y se casara con ella.

La política europea, en general, y la española, en particular, consiste, en el fondo, en una elección entre uno de los dos modelos: Prometeo y Epimeteo, entre actuar y después pensar o, por el contrario, pensar y después actuar

La distribución buenista de Epimeteo

No tenía que ser fácil decidir cuál debía ser la distribución de los dones entre los animales, entre los que está incluido el hombre. De hecho, al parecer, Epimeteo trató de ser justo y al débil le dotó de habilidades para escapar, o de alas, y a los más fuertes les proporcionó un cuerpo grande y robusto que les sirviera, a la vez, de protección. Pero, además de ese buenismo, era necesario tener algo de lo que él más carecía: visión.

De la misma forma, el político, el gestor de dineros ajenos, de cargas y subvenciones, no puede dedicarse a tratar de repartir, con las mejores intenciones, lo que se supone que unos y otros merecen. Porque, si dejamos de lado los casos de individuos más embrutecidos, ¿quién no merece todo? Puestos a decidir, ¿no merecemos todos un cobijo?, ¿un trabajo?, ¿pan en la mesa?, ¿o algo más que pan, una dieta saludable?, ¿educación primaria, secundaria, la que haga falta?, ¿sanidad?, ¿ayuda psicológica?

En tanto que todos somos personas, todos lo merecemos. La cuestión es que la mitología es eso: una leyenda que no existe y que sirve para entender al ser humano, mediante el uso de arquetipos y fantasías.

La cruda realidad es que los dones de los que hablo no son repartidos por los dioses, son financiados gracias al trabajo y el esfuerzo de la población. Así que, antes de actuar sin pensar, como Epimeteo, estaría bien que nuestros gobernantes se plantearan si realmente son ellos los mejores distribuidores. Porque con su buenismo no se ha solucionado mucho en este año pasado.

Que sí, que podemos cantar la oda de los brotes verdes. Ya lo hizo el gobierno anterior. Pero los millones de parados siguen mirando a la cara a quienes deberían estar procurando que se generaran esos puestos de trabajo. No es que el Gobierno deba crearlos, pero sí asegurar un marco adecuado, quitar piedras del camino de los empleadores, piedras que fueron puestas por los mismo gobernantes que, jugando a ser dioses, se pillaron los dedos o, mejor dicho, pillaron el cuello, más que los dedos, de quienes crean riqueza: los empresarios.

El fuego insuficiente de Prometeo

En la historia mitológica, fue Prometeo, el que piensa antes de actuar, a quien se le ocurre hacerse con el fuego y las artes de los dioses, con el objeto de que el hombre, desnudo y desvalido, pudiera sobrevivir. Y así fue. El hombre pudo conseguir alimento, desarrolló las artes y salió adelante. Sin embargo, aquello no fue suficiente. La razón es que los hombres vivían aislados, cualquier intento de vida en comunidad acababa en fracaso, ya que terminaban injuriándose y matándose entre ellos.

Al no ser capaces de vivir juntos, los hombres eran devorados por las bestias, que estaban mejor dotadas que ellos. Por eso Zeus envió a Hermes para que le diera a los hombres los dones del pudor y la justicia, y así hubiera armonía en las ciudades y amistad entre los hombres. Y le ordenó que la distribuyera a todos y que se impusiera esta ley: que todo aquel incapaz de respetar la justicia y el pudor fuera repudiado, como una peste, por la sociedad.

Y esta es la principal lacra de nuestro Occidente tan evolucionado y moderno: falta respeto a la justicia, no hay verdadera rendición de cuentas por aquellos que pervierten las instituciones de justicia y actúan sin pudor (y vergüenza torera).

Nótese que, también en este caso, no es algo que vaya a manar del cielo, nos lo tenemos que ganar a pulso todos, cada uno en su puesto, en su pequeño entorno, repudiando al corrupto, y también frente al poder, denostando a los políticos que se burlan del más preciado don de la civilización.

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