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¿Qué haría Ahmadineyad sin Israel?

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El encuentro entre Abbas y Netanyahu de este mes de septiembre era esperado y deseado desde hacía tiempo. Primero retomaron las conversaciones indirectas y, finalmente, se encontraron en Estados Unidos. La administración demócrata de Obama ha sido una de las grandes valedoras de que así haya sido, consciente el de Illinois de que su bagaje internacional, Premio Nobel al margen, es más bien deficitario. Además, en un buen número de ocasiones la diplomacia norteamericana ha ido por detrás de los acontecimientos, por ejemplo en el caso de Honduras.

El mandatario árabe y el israelita fueron cautelosos tanto en sus declaraciones previas como en los análisis de lo que aconteció en las conversaciones. En Israel, Netanyahu es más optimista que Lieberman. Razones para la desconfianza no le faltan al Ministro de Exteriores, cuyo pesimismo avalado por los hechos suele ser empleado para desacreditarlo. Sin embargo, la historia está ahí y tiende a repetirse.

En efecto, poco antes de iniciarse el diálogo, Hamas llevó a cabo una masacre que costó la vida a numerosos ciudadanos de Israel. El objetivo de esta acción era claro: frenar cualquier intento de normalización en la región. Si finalmente se logra la paz, la razón de ser para Hamas y su futuro económico no tendrá lugar, es decir, dejará de “administrar” las cuantiosas cantidades que en forma de ayuda para el desarrollo tan generosamente le llegan.

La comunidad internacional reaccionó condenando el atentado y lo hizo con un vigor mucho mayor que las opiniones públicas occidentales. Por desgracia, el gobierno de Tel Aviv se ha acostumbrado a que así sea. En agosto, el ataque sufrido por sus soldados a manos de Hezbollah “pasó desapercibido”, pese a que la ONU dio la razón a Israel. Si el veredicto de Naciones Unidas hubiera sido el contrario, el “todos a la calle” se habría convertido en la consigna y el calificativo de genocida el otorgado a quien no comulgara con “la versión oficial”. Sin embargo, el enaltecimiento del terrorismo que hizo Hamas no encontró repulsa en forma de manifestación solidaria con Israel.

Tras el atentado cometido Hamas, apareció en escena el que faltaba y al que nadie había invitado: Ahmadineyad. El iraní echó gasolina al fuego y de nuevo amenazó con borrar a Israel del mapa. Una vez más, y eso es lo triste, las bravatas de este vulnerador sistemático de derechos humanos han quedado impunes. Nos estamos acostumbrando a aceptar y dar por bueno todo liberticidio procedente del régimen de Teherán. Las elecciones del 12 de junio de 2009 refrendan esta tesis. La oposición política y civil aún sigue reclamando justicia y la mayor parte de ella lo hace desde las cárceles.

Sin embargo, las amenazas vertidas por Ahmadineyad no le sirven para ocultar la realidad de los hechos, especialmente en lo que al contexto doméstico se refiere, cuya depauperación va en aumento y donde los derechos humanos y libertades fundamentales son una utopía.

Así, a los problemas económicos de la población iraní, especialmente de aquellos sectores que no comulgan con el integrismo religioso de los Ayatolás, se une ahora que la comunidad internacional está pendiente de lo que pueda pasar con Ashtiani, condenada a la lapidación tras un juicio-farsa. Antes ya había recibido 99 latigazos. Todo ello sin olvidar que su abogado defensor, ante las presiones y amenazas sufridas, hubo de huir del país teniendo Noruega como destino. Hasta ahora, la mediación internacional no ha surtido efecto. Lula y Amorim intentaron de convencer a Ahmadineyad de lo erróneo de sus planteamientos sin éxito alguno.

Siguiendo con las dificultades, la OIEA desconfía de los supuestos fines civiles del programa nuclear y el líder de la oposición, Karrubi, ve como la Guardia Revolucionaria asedia su casa. Lo dicho, la paz en Oriente Medio se convierte en el principal enemigo para Ahmadineyad.

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