Un fantasma recorre nuestras aulas; es el fantasma de la ideología de género y el igualitarismo entendido de la peor manera posible. Es decir, en el sentido de la búsqueda y exaltación de la igualdad de resultados enmascarada de una presunta igualdad de oportunidades. Ambas no dejan de ser una quimera. Aun así, siempre será más favorable potenciar esta última, puesto que el talento es un bien muy escaso y debe ser galvanizado para beneficio de todos.
Por mi formación conozco relativamente bien cómo funciona la Educación[1], en concreto, la Secundaria Obligatoria. Después de mi paso fugaz por las aulas debo afirmar que la situación es catastrófica. Por si algún lector intrépido tuviera interés en saber qué está ocurriendo en un sector tan delicado e importante como es este, le emplazo la obra de José Sánchez Tortosa, especialmente: El profesor en la trinchera (2008), El culto pedagógico. Crítica del populismo educativo (2018), y también a Gregorio Luri, La escuela no es parque de atracciones (2020).
Empieza a florecer la literatura contra el mainstream educativo y los dogmas instaurados a fuego por parte de unos pedagogos que quieren jugar a ser guardianes de la moral y convertirse en una especie de ingenieros sociales que moldeen al alumnado a su imagen y semejanza. Siempre izan la bandera de la tolerancia, el respeto hacia la diversidad y demás frases rimbombantes que tienen un sustento condicional, es decir, tolerante en tanto en cuanto digas y opines lo que yo dictamino que es correcto. Diversidad sí, pero no ideológica (¿un profesor liberal? ¿conservador?). Para muestra un botón. Animo a cualquier lector a plantear una conferencia provida en un instituto de secundaria o en alguna universidad (públicos ambos). La respuesta será categórica: no. Argüirán que se trata de intolerancia, fundamentalismo religioso (católico, por supuesto), fascismo o algún argumento comodín. En la universidad, en el mejor de los casos, si se llegara a celebrar sería “escracheada” por aquellos que enarbolan la bandera de la libertad de expresión. Si la cuestión provida se sustituyera por “una defensa del capitalismo”, el resultado con mucha seguridad sería el mismo.
Esto es el desenlace de una completa hegemonía cultural y educativa por parte de la izquierda. Los mismos que reparten carnets de demócrata deciden quién puede participar y quien no en espacios públicos. De ahí que, bufones de la corte de “Progretiland”, puedan convertir nuestros institutos en auténticos sumideros de ideologías totalitarias o nihilistas hasta la saciedad. Un ejemplo claro: el albardán de Pamela Palenciano humillando en un instituto público a chavales de 15 años. Para más inri, con dinero público (con capital privado tampoco estaría justificado). Podría pensarse que estas conferencias feministas no son la norma, puedo aseverar que sí que lo son. De hecho, después de cursar el Máster de Formación de Profesorado en la UAB puedo afirmar categóricamente que se trata de planes de estudios organizados por una especie de Politburó lila cuyo fin es la proyección negativa de sus propias frustraciones.
Este término sacado de la psicología (proyección) fue acuñado por Freud a finales del s.XIX en referencia a personalidades paranoides y ególatras. La premisa básica que impregna el concepto es que no se ve el mundo como es, sino como somos nosotros. Esta cohorte de (des)educadores sienten ofensas percibidas desde fuera, esto es un arcaico mecanismo de defensa para los sentimientos de ansiedad y culpabilidad. Dichos mecanismos defensivos salen a flote cuando la función del ego de demostrar la realidad se ve seriamente dañada por una regresión narcisista. Es dentro de la paranoia donde este espíritu de proyección alcanza su mayor potencial, el clímax son los delirios persecutorios que experimentan dichos sujetos con las sensaciones que sienten interiormente, el psicoanalista Otto Fenichel lo postuló de la siguiente manera “In general, the organism prefers to feel dangers as threats from without rather than from within because certain mechanisms of protection against overly intense stimuli can be set in motion against external stimuli only” (Fenichel, 2014, pág. 131).
Esta especie de “dictablanda” está encabezada por pedagogos, los cuales son a la educación lo que los demagogos a la política. Más allá que esto pueda parecer una hipérbole para desprestigiarlos es importante mencionar el correlato etimológico entre ambas palabras: demagogo como conductor de masas y pedagogo como conducción o educación del niño (Tortosa, 2018, págs. 28-29). Las concomitancias entre ambos en la educación actual son cada vez más notorias. La visión del mundo con las “gafas lilas” hace que aumente la miopía y el astigmatismo con una tendencia patente de distorsión de la realidad a voluntad propia. Se trata de la sintomatología de una época posmoderna que ensalza los valores de la subjetividad hasta límites insospechados, lo cual no deja de ser la culminación de un largo proceso iniciado en los albores del “Mayo francés” entre adoquines y estructuralismo.
Es importante mencionar quiénes son estos pedagogos. De ejemplos hay muchos. Quizás lo más importante sean sus características ideológicas: anticapitalismo, feminismo radical (anti-terf, seguramente) y cualquier “lucha” minoritaria que se ponga por delante. En muchos casos, se trata de personas que consiguen plazas fijas en universidades, que están dentro del mundo editorial, educativo, en medios de comunicación y demás. Aún así, creen firmemente que se les silencia. Es curiosa la tradición occidental de financiar a sus propios “revolucionarios” para que se dediquen a difamar a nuestra cultura mientras ostentan cargos públicos bien remunerados y viven bajo el paraguas de un estado permisivo y protector.
Haciendo un salto temporal, los revolucionarios de principios del siglo pasado sí que tenían un coste de oportunidad altísimo, un ejemplo es Stalin. El que después sería el sátrapa soviético, disponía de unas convicciones con las cuales se jugó de facto la vida robando bancos en la Rusia zarista para así financiar la revolución, con esto no estoy insinuando que atracar bancos sea correcto o que Stalin sea ejemplo positivo de nada, lo que articulo es que en las sociedades occidentales hay una izquierda “radical chic” (como lo postuló Tom Wolfe) que se dedica a despotricar y organizar protestas románticas donde confluyen batucadas y fotos en redes que nada tiene que ver con la “Revolución”, sino más bien con un ansia desmesurada de alimentar el ego. Y por supuesto, donde el coste de oportunidad personal es ínfimo. Lo que hoy tenemos son revolucionarios anticapitalistas financiados desde la Administración y es precisamente la abundancia generada por el sistema económico la que permite que esto suceda[2].
Por eso debemos preguntarnos hacia dónde va la Educación de nuestros hijos, adolescentes, adultos. ¿Qué valores se inculcan? Hasta donde yo he podido ver, el valor fundamental en el cual hacen hincapié es el de la igualdad de género (aunque no es el único, se inocula también la cosmovisión anticapitalista, colectivista y en algunos casos, predomina un halo de marxismo cultural). Es significativo que la premisa igualitaria se aplique sólo dónde ellos creen conveniente, puesto que las mujeres representan el 66,6% (es decir, dos tercios) del total del profesorado[3]. No hace falta mencionar que en este campo donde hay predominio femenino no se pide una paridad 50-50 como en otros lugares bien remunerados, curiosamente nadie pide paridad asfaltando carreteras a 40º a la sombra en verano. Sea como fuere, si durante el Franquismo la religión católica ocupaba un grueso importante dentro del sistema educativo, con la secularización se han conseguido potenciar religiones intramundanas (como postuló Eric Voeglin) como es, de facto el feminismo en la actualidad.
Así pues, considero de vital importancia inmiscuirnos dentro de la Educación y no dejarla inmersa en un pozo de ignorancia supina, exaltación de la mediocridad, fervor por la subjetividad sentimental, frenesí de ideología revestida con tintes de “ciencia” y, en definitiva, del desprestigio hacia el intelectualismo y a los valores de responsabilidad individual y trabajo duro. Los que somos hijos de la educación pública, debemos proteger este ascensor social que nos permite analizar críticamente la realidad sin dejarnos embaucar por las ínfulas totalitarias de los ingenieros sociales que pululan a su antojo parasitando instituciones públicas. Especialmente, profesores (universitarios) que olvidan que su objetivo es aportar conocimiento, conseguir que el alumnado aprenda y no hacer de activistas sociales. Para ello hace falta una alternativa a esta izquierda que gobierna, pero no convence, y conseguir derogar el mantra propuesto por James Carville de “[it’s] the economy, stupid”. Hay que empezar a poner el foco en la cultura, esa área tan descuidada por la derecha.
Bibliografía
Bell, D. (2015). El final de la ideología. Madrid: Alianza Editorial .
Fenichel, O. (2014). The psychoanalytic theory of neurosis. Londres: Routledge.
Tortosa, J. S. (2018). El culto pedagógico. Crítica del populismo educativo . Madrid: Akal.
[1] El término procede del latín educatio, sustantivación de educare, próximo a ducere, que significa sacar fuera, criar.
[2] Esta concepción se la debo al sociólogo estadunidense Daniel Bell en referencia a los estudiantes del “Mayo francés” diciendo lo siguiente: La riqueza de la sociedad permitió que estos hijos floridos se desentendieran de todo y vivieran de lo que les mandaban sus padres (Bell, 2015, pág. 128). Bell también expone el ejemplo de Stalin, no como algo positivo, sino como muestra de que los revolucionarios antes se jugaban la vida, no sólo por los actos delictivos, sino a veces por el simple hecho de escribir un libelo que no le gustará al poder de turno. Mi posicionamiento es el mismo.
[3] Pueden consultarse los datos en el siguiente enlace: https://stecyl.net/informe-indicadores-de-la-educacion-2020-pofesorado-del-sistema-educativo-por-edad-y-sexo/
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