Si hubiera que clasificar la línea política del residente de La Moncloa sobre la nación española habría que buscar entre las categorías más inquietantemente ambiguas: posibilismo, visión a corto plazo, supervivencia. Pero nada sería más certero que definirlo como alguien que sí, puede acabar manteniendo los vínculos comunes mínimos y formales entre españoles durante los próximos años, pero que deja semivacía a la resultante España futura y, sin duda, descoordinada y debilitada tanto hacia dentro como con vistas al exterior.
Hacia el envite nacionalista catalán todo es mano tendida, amago y retirada, tanto en materia lingüística como en lo referido a recursos transferidos. Cuanto más evidente es el beneficio inversor realizado en la otrora próspera Cataluña y su contraste con el de otras comunidades de similar cariz, más agresivos son los independentistas y menos educados y protocolarios sus dirigentes.
La actitud hacia "la nueva realidad vasca" no es muy diferente en las filas del partido popular, aunque para mantener las formas y acostumbrarnos a que el nacionalismo radical e institucional sea una realidad por muchos años, son alcaldes del PP y dirigentes de grado medio quienes se expresan conciliadoramente, seguidos de débiles desautorizaciones de Basagoiti. Por el otro frente, los gestos hacia Artur Mas se reparten entre la meliflua crítica de Sánchez Camacho y la oferta de diálogo de Rajoy.
Nada hay en la actitud del gobierno nacional, así como en la del Rey, que nos haga pensar que su estrategia, si es que lo que hacen y no hacen pueda llevar ese nombre, sea más que una resistencia blanda que incluya el envío de ríos de recursos a Cataluña y miradas a otro lado en una comunidad donde la sangre de las víctimas del terrorismo aún no se ha secado.
Tal y como podemos entender que es la esencia de la actitud del gobierno, se espera que el desafío catalán acabe paniaguado en 2014 y que el radicalismo en el País Vasco se enrede en la gestión diaria de las instituciones. Pero en el mejor escenario de ese planteamiento se les ha permitido a los nacionalistas de ambos lados penetrar a sus sociedades con mensajes de desafección y, a los españoles, aprender una actitud hacia su nación tan difusa, débil y falta de convicción como el propio gobierno de Rajoy está dando a entender.
Y si no es de esta, lo intentarán con más descaro aún, si cabe, en la siguiente ocasión.
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