Los sesgos cognitivos y limitaciones en la toma de decisiones también aplican en políticos, funcionarios y académicos al servicio del aparato estatal.
A finales del pasado año, la Real Academia de Ciencias de Suecia concedió el Premio Nobel de Economía al estadounidense Richard H. Thaler. El galardonado, profesor de la escuela de negocios Booth de la Universidad de Chicago, ha recibido tan distinguido reconocimiento por “su exploración sobre cómo las limitaciones de la racionalidad, las preferencias sociales y la falta de autocontrol afectan sistemáticamente a las decisiones individuales y a los resultados del mercado».
Thaler es uno de los principales impulsores de la denominada economía conductual, también conocida como economía del comportamiento o behavioural economics. Thaler no es el primero en recibir el Nobel por el desarrollo de esta disciplina: en 2002 el galardón fue otorgado al psicólogo Daniel Kahneman, pionero de la economía conductual, con quien Thaler ha colaborado estrechamente. Esta rama de la ciencia económica se basa en complementar las teorías y modelos económicos con la visión más completa y rica que pueda proporcionar la psicología. Dicho de otro modo, la economía conductual estudia cómo las personas toman decisiones en su vida cotidiana, cuáles son sus sesgos y errores sistemáticos frecuentes y cómo estos factores afectan al funcionamiento de la economía tanto a nivel individual como colectivo.
Richard Thaler explica que los modelos económicos generalmente utilizados por el mainstream económico son excesivamente simplistas. En concreto, alega que dichos modelos presuponen que el ser humano se comporta como el Sr. Spock de la serie Star Trek: que es un agente hiperracional, que toma decisiones optimizando su utilidad, empleando información perfecta y sin caer en sesgos ni contradicciones.
Sin embargo, explica el galardonado, a la hora de tomar decisiones el ser humano es mucho más parecido a Homer Simpson que a Sr. Spock: ante una misma oferta de alternativas, tendemos a escoger de manera diferente en función del orden o la forma en la que se nos presenten (arquitectura de la elección); ante elecciones complejas o con muchas alternativas, a menudo optamos por la más sencilla, por la opción por defecto o evitamos tomar una decisión, aunque no sea la mejor opción (camino de menor resistencia); nuestras valoraciones subjetivas se ven fácilmente sesgadas por referencias iniciales que pueden ser arbitrarias (efecto anclaje); calculamos mal las probabilidades de un suceso por dar mayor peso a aquellos eventos que recordamos más fácilmente (sesgo de disponibilidad) o porque coinciden con un estereotipo (sesgo de representatividad); valoramos de manera asimétrica las pérdidas y las ganancias (aversión a las pérdidas); una vez tomada una decisión, tendemos a mantenerla aunque deje de tener sentido (sesgo de statu quo); o cambiamos nuestras elecciones cuando sabemos que otras personas está optando por otra opción (efecto rebaño).
Richard Thaler no sólo ha adquirido prestigio académico por desarrollar el estudio de estos y otros sesgos cognitivos, sino sobre todo por plantear una serie de originales aplicaciones que denomina ‘nudges’ (en español, pequeño empujón). En su famoso libro Nudge, coescrito con Cass Sunstein, explica que estos “pequeños empujones” buscan modificar las decisiones de las personas mediante pequeños cambios en el contexto o en la forma en la que se presentan las opciones, de manera que tiendan a escoger la opción “correcta” o a superar la falta de fuerza de voluntad.
Pongamos un par de ejemplos. Supongamos que somos directores de un colegio y tenemos que decidir la distribución de los alimentos en la cafetería. Sabemos que, sin cambiar el menú, en función de cómo coloquemos las distintas opciones tenemos la capacidad de modificar las decisiones de consumo tomadas por los alumnos hasta en un 25%. En ese caso, un ejemplo de nudge propuesto por Thaler sería situar los alimentos más sanos más a la vista, de manera que sean consumidos más habitualmente. Otro ejemplo: es habitual, sobre todo en EEUU, que las empresas ofrezcan a sus empleados que una parte de su remuneración se invierta de manera automática en un amplio abanico de opciones de inversión a elección del empleado con buenas condiciones fiscales. Aun así, muchos empleados no se inscriben en el programa por lo tedioso que es darse de alta y escoger entre las distintas opciones. Ante esa situación, otro ejemplo de nudge sería que la empresa inscriba a los empleados por defecto al firmar el contrato de trabajo y que les dé la opción de darse de baja si no quieren participar en el mismo.
Richard Thaler y Cass Sunstein afirman que los “pequeños empujones” que proponen se engloban en una filosofía que denominan paternalismo liberal. Por un lado, señalan los autores, “el aspecto liberal de nuestras propuestas reside en la insistencia de que, en general, hay que dejar que las personas tengan libertad de hacer aquello que prefieran y que puedan salirse de aquellos programas en los que no deseen ser incluidas”. Por otro, afirman que “el aspecto paternalista reside en la creencia de que es legítimo que los ‘arquitectos de las decisiones’ (quienes diseñan el contexto en el que otros toman decisiones) procuren influir en el comportamiento de las personas para hacer que sus vidas sean más largas, sanas y mejores”.
Una de las reacciones habituales de quien escucha por primera vez el término paternalismo liberal es considerar que es una contradicción. Pero ¿realmente lo es?
La respuesta es que depende de qué consideremos que abarca el paternalismo liberal. Los dos ejemplos anteriores, por ejemplo, serían casos de nudges compatibles con el liberalismo: el director de un colegio tiene legitimidad para decidir sobre la disposición de los alimentos en la cafetería y, por tanto, está en su derecho de procurar escoger aquella que permita que sus alumnos tengan una alimentación más sana. Igualmente, una empresa debería de estar en su derecho de seleccionar las condiciones de remuneración por defecto de sus empleados siempre que éstos sean conscientes y den su consentimiento al firmar el contrato laboral.
Sin embargo, los entusiastas del paternalismo liberal no suelen limitarse a esperar que agentes privados desarrollen e implementen nudges dentro del ámbito en el que legítimamente tienen capacidad de decisión. Primero, porque tienden a tener la sensación de que está demasiado fuera de su control como académicos. Y segundo, porque consideran que pueden usar tanto los nudges para mejorar de manera altruista la salud, bienestar y felicidad de otras personas como para servir sus propios intereses, cosa que suele disgustar a los siempre bienintencionados académicos. Por ello, rápidamente tienden a proponer que sea el Estado el principal impulsor de estas ideas que venden como paternalismo liberal. Sin ir más lejos, Richard Thaler terminó contratado en Reino Unido por el gobierno de David Cameron, y Cass Sunstein por la administración Obama, para desarrollar regulaciones basadas en estos “pequeños empujones”.
Si en lugar de ser el director del colegio quien decide cómo se deben colocar los alimentos en la cafetería, el Estado dicta cómo todos los supermercados del país deben colocar sus productos con el objetivo de modificar los hábitos de alimentación de la población, la propuesta tendría mucho de paternalista pero muy poco de liberal. Si en lugar de ser cada empresa la que toma la decisión de ofrecer a sus empleados formas de remuneración más atractivas a largo plazo, es el Estado quien coactivamente fuerza a las empresas a ofrecer dichos planes, de igual manera estaríamos ante un claro caso de paternalismo antiliberal.
Lo más curioso es que este tipo de intervenciones estatales que Thaler y Sunstein proponen como compatibles con su idea de paternalismo liberal no sólo pasan por alto que la única forma que tiene el Estado de implementar estos atractivos “empujoncitos” sea obligando y coaccionando a los agentes privados. Además, también se olvidan de que todos los sesgos cognitivos y limitaciones en la toma de decisiones que han estudiado con tanto detalle también aplican (tal vez aún en mayor medida) en políticos, funcionarios y académicos al servicio del aparato estatal. ¿Por qué si consideran que las personas no son lo suficientemente racionales como para decidir lo que consideran mejor para sí mismos (lo que en muchas ocasiones puede ser cierto), los políticos y burócratas no van a tener esos mismos o peores problemas cuando decidan imponer sus decisiones sobre los demás? Es una buena muestra de que hasta los ganadores del premio Nobel tienen sus propios sesgos.
3 Comentarios
Buen articulo Ignacio, aunque
Buen articulo Ignacio, aunque es un error afirmar que porque defiendan que algunos nudge se apliquen desde el estado, ya no son liberales, pues si bien la tradición anarcoliberal está en contra de cualquier acción pública, el liberalismo clásico no.
El liberalismo clásico, entre los que podríamos incluir autores recientes como Hayek o Mises, están a favor de la legislación pública; una cosa es que aboguen por pocas normas, y otra que no acepten ninguna.
Los nudge tal y como los plantean Thaler y Sunstein no son coactivos, aunque sean iniciativa del gobierno, pues siempre dejan la opción de salirse e insisten en que no sea complicado. Esa es la respuesta que dan ellos a los fallos del gobierno; como los políticos y tecnócratas se pueden equivocar, es indispensable que exista un mecanismo sencillo de salida.
La pregunta de si son necesarios los nudge del sector público es inadecuada, la pregunta correcta es, ¿mejora el bienestar de la sociedad sin vulnerar la libertad individual? y creo que podemos coincidir en que en algunos casos la respuesta es sí.
Curioso, yo vivo en
Curioso, yo vivo en Inglaterra y este comentario me explica muchas cosas. Por ejemplo, el estado obliga a las empresas a poner una pension privada en la que la empresa esta obligada a poner un porcentaje y el trabajador otro que va aumentando con el tiempo, el trabajador se puede salir pero la empresa esta obligada a ponerlo y a pagar. Ademas de todas formas tienes que seguir cotizando para la publica que seguramente o no la recibas o sera muy pequeña. En anuncios la venden como algo muy bueno y en realidad es un desastre porque los salarios van a caer obligatoriamente por una pension privada (muchas se han ido a la ruina ultimamente) que igual no ves nunca. Al final esto de los empujones los politicos lo ven a su manera para quitarse de en medio los problemas de forma dictatorial y crear otros en un futuro.
Jesusi, la cuestión sobre el
Jesusi, la cuestión sobre el tema que comentas, es que las pensiones públicas van a ir disminuyendo en relación a los salarios, y ante ese problema tenemos distintas opciones. Pero lo que considero evidente es que la posición liberal no debería ser un sálvese quien pueda. Hay que ofrecer soluciones, y especialmente pensando en las clases más vulnerables, que son las que debido a una falta de interés o capacidad, no sabrían planificar sus ahorros para la vejez; es cierto que el mercado ofrece soluciones de asesoramiento, pero a menudo no de la forma más eficiente posible. Por eso como alternativa al redistribucionismo socialdemócrata, los liberales podemos ofrecer una arquitectura de las decisiones que faciliten y simplifiquen la vida; normas por defecto que aunque no sean óptimas, si mejoren nuestra situación a largo plazo.
La situación del Reino Unido seguro que es muy mejorable, pero gracias a la reforma que has explicado, están más preparados para afrontar el futuro que en España.