La Comisión Europea ha impuesto a Microsoft una nueva multa, pues entiende que la compañía de Redmond, si bien cumplió con su exigencia de compartir con sus competidores el código de sus productos para que puedan progresar copiándolo, lo hizo imponiéndoles un precio que considera «excesivo». El objetivo de Bruselas es fomentar la competencia, forzando a que el competidor preferido del mercado comparta con los demás la fórmula de su éxito. Está preocupada por el poder que su «dominio» en el mercado puede conferirle, y quiere reducirlo a base de regulaciones y multas.
Es innegable lo encomiable de su esfuerzo, pero cabe preguntarse si su actuación es necesariamente positiva o siquiera conveniente. Parte de identificar la competencia con un número importante de oferentes, algo que ya se da en ese mercado, y en la semejanza en el tamaño de éstos, condición que claramente no seda. Pero hay otra forma de entender la competencia, como explicó el profesor Hayek en su seminal Dos tipos de competencia. La identifica el economista con la rivalidad en un proceso abierto y sin límites, sin intervención de los poderes públicos. Mientras que según la primera concepción la competencia tiene que estar asegurada por la intervención de los reguladores, la segunda la define como la ausencia de éstos y la sola base de la libertad y del Estado de Derecho.
Es, de hecho, ese proceso de rivalidad y de búsqueda permanente de nuevos caminos con que llegar al consumidor lo que hizo que Microsoft sea hoy la primera empresa del mundo y no un interesante proyecto en un garaje. El mercado lo componen, al fin, millones de consumidores sin mayor interés que servirse lo más cumplidamente posible al menor coste. Y nada asegura el predominio de Microsoft si no sirve de forma constante esos deseos, con centenares de empresas deseando ocupar su lugar. Acaso, sin hacer menoscabo de las buenas intenciones de la Comisión Europea, debiera plantearse si erigirse en árbitro del mercado y en juez y parte de sus sanciones es la vía más adecuada. Quizás debería replantearse honestamente cuáles deben ser los límites de su actuación.
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