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Santander: un vistazo a la realidad económica del siglo XIX

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Puede que le sorprenda al lector que haya visitado Santander durante algún verano u otro, pero lo cierto es que, hasta tiempos muy recientes, no todos los santanderinos disfrutaban de las vistas del sardinero con asiduidad. De hecho, aún hoy somos muchos los que, una vez pasa el verano, nos replegamos a la bahía para nuestros quehaceres diarios.

Quienes vivimos en el norte conocemos el cantábrico, y Santander, que no por nada es la novia del mar, sabe mejor que nadie que, en ocasiones, también l’oumo e mobile cual piuma al vento. Lo cierto es que hay un sentido a que la ciudad se expandiese siempre resguardada de la inmisericordia del océano, como también lo hay para que sea hoy precisamente la parte que da cara al mar, la que más visitantes recibe durante el verano y las causas, que trascienden a la propia ciudad, trazan una curiosa ruta causal cuyo origen vamos a situar en irlanda.

El puerto de Castilla

Con la llegada del trienio liberal, la ciudad, que lo llevaba siendo poco más de medio siglo (fue villa hasta 1755), comienza uno de los ciclos de crecimiento más importantes de su historia. La liberalización de las relaciones comerciales en el interior del país y las nuevas roturaciones destinadas a los cereales incrementaron la presencia de la harina y el trigo en la balanza comercial española, que tenía por uno de sus principales puertos de salida el de Santander.

Durante todo el siglo XIX, pese al incipiente auge de la industria, el sector agrícola seguía teniendo un importante peso en la economía europea. La población mundial se duplicó en 100 años y el enorme flujo migratorio hacia América corresponde, como dice Tortella, a un desequilibrio entre la población y la tierra disponible en ambos lados del Atlántico.

Si en el Nuevo Mundo faltaba mano de obra, en la vieja Europa faltaba tierra para alimentarla y es precisamente eso lo que nos indica el altísimo consumo de fertilizantes con relación al estadounidense. No es de extrañar que el comercio de cereal fuese un negocio muy lucrativo para la burguesía santanderina y esto lo van ustedes a recordar unos párrafos más abajo.

El puerto tuvo un auge lo suficientemente grande como para que, ya en 1845, se le otorgue al marqués de Remisa una autorización para ejecutar una línea de ferrocarril en Santander, cuyas conexiones todavía dependían de la diligencia. Permítanme recordarles que la primera línea de ferrocarril que empieza a operar en la península no se inaugura hasta 1849[1], por lo que debería ser prueba de la enorme confianza que había depositada en el despegue comercial de la ciudad.

Tras la pequeña edad de hielo

Por aquél entonces, Santander, que contaba con cerca de 17.000 habitantes, se expandía tan solo por la bahía, en torno a la que se desarrollaba el puerto. Pero algo sucedió a mediados de siglo para que se decidiera extender los límites de la ciudad hasta las playas que quedan cara al mar. No hay que ignorar que el clima no era el mismo en el siglo XIX que lo es hoy.

Si bien llevamos un periodo relativamente largo experimentando un calentamiento en la temperatura, durante el siglo XVII sucedió la Pequeña Edad de Hielo, cuyos efectos aún podían sentirse a principios de siglo y que tuvo su último pico más bajo de temperaturas en 1850. Bañarse en el cantábrico podría ser aún menos apetecible de lo que es hoy para quienes estén acostumbrados a las cálidas aguas del mediterraneo.

Pero este periodo climático de transición con el calentamiento actual también se caracterizó por una enorme variabilidad de los fenómenos atmosféricos. Ello contribuyó a una terrible depresión agrícola en Europa durante 1846. La gran hambruna en Irlanda alentó al gobierno británico a recordar lo librecambistas que son, y en mayo de ese mismo año se derogan las Corn Laws. Al abrir el mercado a las importaciones de cereal, Inglaterra marcó una tendencia que seguirán varios países Europeos.

EL cereal

Europa está necesitada de cereal y en España los precios comienzan a aumentar durante el año posterior provocando una crisis de subsistencia. Es importante señalar que, si bien hubo revueltas populares en muchas ciudades españolas, en cantabria tan solo se dio una y fue en Castro Urdiales. ¿se acuerdan que el comercio de cereal era un negocio muy lucrativo para Santander?

Pues parece ser que más perjudicó a la ciudad la decisión del gobierno de prohibir las exportaciones de cereal en marzo de 1847 como medida para paliar el aumento del precio de los alimentos. Tanto es así que las gestiones del ferrocarril se paralizaron hasta unos años más tarde. Hubo presiones para dar marcha atrás a la medida y se logró limitar la prohibición, pero es probable que, en Santander, alguno pensase en buscar formas alternativas para lucrarse.

El Grand Tour llevaba realizándose en Europa desde hacía un par de siglos, pero es a partir del siglo XIX cuando los viajes comienzan a democratizarse. En 1810 aparece en inglés y en francés la palabra turista y, para 1840, ya comienza a volverse popular. El turista, parece ser, se distinguía del viajero por corresponder a una forma de viajar más masificada y superficial. Realmente el término no dejaba de ser una forma despectiva con la que referirse a las nuevas clases medias que, gracias al desarrollo económico y técnico, tenían la capacidad de viajar igual que la vieja aristocracia europea.

Turismo

El mundo editorial contemporáneo nos da buena muestra del peso que comenzaba a tener este fenómeno del turisteo en el mundo europeo. Durante la primera mitad de siglo se popularizaron las guías de viaje entre las que podemos destacar la guía de Murray para los británicos. La primera guía de Murray se publicó en 1836 y vendió 10.000 ejemplares en los primeros 5 años.

Estaba claro que había una oportunidad comercial que ya llevaba tiempo explotandose en europa y, en 1847, aprovechando la recomendación que los médicos comenzaban a hacer sobre los beneficios del agua del mar[2], se publicó, en la Gaceta de Madrid, el primer anuncio de la ciudad como destino turístico por sus playas.

Según un reportaje de 1930 en La Revista de Santander, tan solo entre los meses de mayo a agosto de 1849, fueron a Santander unas 3000 personas. Dudo, creo que con buenas razones, de la capacidad de la ciudad para acoger a un número tan grande de turistas. Recordemos que la población era de 17000 personas un par de años antes, por lo que vamos a hacer un ejercicio de precaución y suponer que, de todos esos viajeros, muchos usaban la ciudad como sitio de paso. Las conexiones del puerto con otras ciudades inglesas y francesas debieron de ser atractivas para muchos españoles del interior pues esto mismo parece haber sido un buen reclamo para los lectores de El Espíritu del Siglo en 1852:

Al ver esta facilidad para viajar ¿quién es el que está en Santander, particularmente en el verano, y no va a dar un paseo por los Campos Elíseos y el Jardín de Plantas de París? ¿Quien el que no cruza el estrecho de Calais y visita a la capital del mundo industrial?

El Espíritu del Siglo

Fiestas en el Sardinero

Realmente, la mayor parte del éxito turístico en Europa se debía a la reducción de tiempo y costes que supuso el ferrocarril. Al no haber una línea operativa desde Madrid, el éxito de la campaña pudo ser bastante más moderado, pero lo suficientemente grande como para que se iniciara la construcción de una fonda en 1849 que, originalmente, contó tan solo con un piso pero que hubo de ir agrandandose en los veranos siguientes dada la afluencia de visitantes.

Santander era la puerta a España para muchos extranjeros que llegaban en barco[3], y ya contaba en el centro con hospedaje y afluencia de europeos de todas las nacionalidades, de eso nos dejan constancia los libros de viaje de varios autores ingleses durante principios de siglo[4], pero la construcción, esta vez, de una fonda en el Sardinero muestra los nuevos intereses de los turistas.

Realmente, ya hubo bañistas con anterioridad. En los años 1845-1846 hay constancia de la celebración de fiestas en el Sardinero y fue por ello, que el 29 de julio de 1846, el ayuntamiento comenzó a hacer presupuestos para un camino que lleve a las playas.

Unir la playa a la ciudad

Quizá ya desde entonces se pensaba promover la playa fuera de la localidad santanderina, pero el timing es muy extraño. Para 1847 no había, aún, ninguna infraestructura construida y las conexiones con la capital aún eran precarias y costosas. Hasta 1864, no se terminó de construir el paseo de la Concepción, que permitió unir la playa con el resto de la ciudad. Tendría sentido, al menos para mí, tratar de desarrollar las infraestructuras en lo que se construye el ferrocarril para poder tener lista la playa para su inauguración. Y, en ese sentido, el tempo es bueno. Pero la realidad política y económica debió de frustrar el plan inicial. Me aventuro por ello a sostener que la nueva legislación comercial algo tendría que ver para que se decidiese anunciar en 1847.

La historia de la playa santanderina es la curiosa historia de cómo los intereses económicos y políticos de agentes tan diversos han de aprender a coordinarse a medida que vas sucediéndose los acontecimientos. El plan original del ferrocarril que se origina del auge comercial alienta la aclimatación de la playa, y es precisamente el proteccionismo que acaba con dicho comercio el que insta a la playa a ponerse a punto con mayor celeridad. La falta de cereal en europa que lleva a multiplicarse el tráfico comercial santanderino es el causante de la limitación de sus exportaciones y, ante el ánimo del gobierno central, una ciudad de la periferia busca su lugar dentro del entramado económico.

Notas

[1] Es cierto que hubo en España intentos muy tempranos de construir un ferrocarril, pero la mala imagen que el gobierno español, que varias veces había incumplido pagos de deuda, tenía para los inversores extranjeros ralentizó mucho el proceso en el país.

[2] Durante todo el siglo hubo varias epidemias de cólera que preocuparon bastante a la población europea.

[3] hay que recordar que, a partir de 1820, España es redescubierta por los europeos como un atractivo destino turístico.

[4] Durante su estancia en la ciudad en los años 30 del siglo XIX, George Borrow describe un ambiente muy cosmopolita en la fonda en que se hospedaba, al ver una gran mezcla de ingleses, franceses y alemanes.

1 Comentario

  1. Veo muchas erratas… muchos nombres propios sin mayúsculas y resulta demasiado fácil perder el hilo de la narración por la falta de este.


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