Una de las características definitorias de toda ideología totalitaria es la búsqueda de chivos expiatorios a los que culpar de los males por los que atraviesa el país. El chavismo tiene una lista grande, a la que recurre cuando vienen mal dadas, como sucede actualmente. Estados Unidos, Colombia, Bush, la burguesía, Uribe o la oligarquía son algunos de sus blancos favoritos. Apelando frecuentemente a ellos, Chávez ha provocado el hartazgo y se ha convertido en el bufón de un público muy concreto que espera con ansiedad sus arrebatos de pseudo-humor.
La estrategia, básicamente, consiste en emplear un lenguaje de corte izquierdista con el que, entre otras cosas, ha logrado el apoyo de jóvenes (y no tan jóvenes) europeos que no conocen carencias de ningún tipo, pero a los que parece que su buena situación les genera una suerte de dilema o desosiego moral de difícil explicación.
Es por ello que también fuera de las fronteras de América Latina la ideología comunista, en cada una de sus versiones, goza de adeptos y fieles practicantes de la demagogia. Además, insultar al estamento eclesial parece que sale gratis y permite aumentar puestos en el ranking del buen progre, esto es, aquél que tiene una visión unidireccional del mundo y no se conforma con defenderla, sino que la quiere imponer.
Sin embargo, la situación real es que el Chavismo no atraviesa por su mejor momento. La expansión y patrocinio de esta ideología se basa, esencialmente y desde un punto de vista económico, en la existencia de unos precios altos del petróleo, lo que ofrecía ingentes beneficios al gobierno de Caracas con los que financiar a los Ortega, Morales o Castro/s de turno. Las cosas han cambiado pero no así la triste situación de los nicaragüenses, bolivianos o cubanos que ven como la precariedad sigue instalada en sus vidas, al mismo tiempo que sus derechos más elementales son cercenados por parte de las instancias gubernamentales.
En Venezuela también se ha producido un recorte del subsidio del Gobierno, lo que se traduce en que necesidades y productos básicos de la población no pueden ser satisfechos. Consecuencia natural: descontento en aumento, que se suma al ya provocado por la constante mina de las libertades.
¿Cómo ha reaccionado el protagonista principal y único de Aló Presidente? Muy sencillo. Siguiendo la premisa citada al inicio de este artículo: ha buscado un enemigo y le ha tocado a la Iglesia. El cardenal Urosa ha sufrido la dialéctica incendiaria y los insultos de Hugo Chávez, así como sus amenazas, cual mafioso de algún de clan calabrés.
Desde Europa, esta persecución a la Iglesia puede que se jalee desde ciertos sectores, no tenemos duda de ello, pues palmeros hay en todos los sitios. Sin embargo, en Venezuela las cosas son distintas. El pueblo venezolano es católico y por tanto, las afirmaciones de Urosa, en forma de alertas sobre la senda marxista, comunista y totalitaria por la que transita el país, pueden ejercer mayor influencia ante la opinión pública que las denuncias formuladas por la oposición política al régimen, cuya división le resta en algunos casos credibilidad.
En definitiva, con las amenazas sufridas por Urosa, los venezolanos ven como ningún estamento social está al margen de los tentáculos liberticidas de su presidente. Todo ello con las elecciones de septiembre en el horizonte, cuyos resultados son difíciles de adivinar. Los senadores de la democristiana cristiana chilena no podrán refrendarlos, ya que Chávez, optando una vez más por la demagogia (ha recurrido a la figura de Allende, icono de la izquierda latinoamericana), les ha vetado la presencia. ¿Acaso tiene algo que esconder?
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