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Sexagésimo aniversario de la declaración Schuman

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A las 6 de la tarde del 9 de mayo de 1950, en el Salón del Reloj del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, tuvo lugar uno de los discursos más transcendentales en la historia de la Unión Europea. Robert Schuman, ministro francés de Asuntos Exteriores, fue el encargado de leer la que sería conocida como Declaración Schuman, en la que se hacía un llamamiento a la paz mundial, a la integración europea y a su puesta en marcha mediante realizaciones concretas. Esa realización concreta se plasmaría en la puesta en común de la producción de carbón y acero y su sometimiento a una autoridad supranacional.

Apenas un año después se firmaría el Tratado de París, que daría lugar a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. La experiencia sirvió para que en 1957 se firmasen los Tratados de Roma, que darían lugar al nacimiento de la Comunidad Económica Europea y la Comunidad Europea de la Energía Atómica.

Hoy, sesenta años después, resulta casi inevitable hacerse la pregunta de si el proceso iniciado con dicha declaración ha sido positivo o no. Para ello debe analizarse el contexto histórico en la que se produjo: cinco años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, con Alemania aún ocupada, en plena Guerra Fría y mes y medio antes de que se iniciase la Guerra de Corea. En este contexto no extraña que la primera frase del discurso sea que “la paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan”.

En búsqueda de esta paz, se rescataron las ideas del Conde Richard Coudenhove-Kalergi sobre la integración europea como forma de evitar enfrentamientos bélicos. No obstante, y probablemente influidos por fracasos anteriores como la Unión Federal Europea, se abandona la idea de realizar una integración en todos los sentidos. Así, en el discurso se deja clara la idea de que “Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas”, motivo por el que se inicia dicha integración por elementos tan concretos como el carbón y el acero. Creando un mercado único, que comenzase por estos productos, se pretendía evitar futuras tensiones bélicas.

Parece claro que el objetivo fundamental de la Declaración ha sido un éxito, al no haberse producido ningún enfrentamiento bélico entre los países integrantes de la Unión Europea (aunque, por ejemplo, los conflictos de los Balcanes haya afectado a países en aquel entonces no miembros). Por otro lado, la “fusión de los mercados” de los países que integran la UE ha sido un hecho. Basta con acudir a cualquier supermercado para poder adquirir productos de distintos países que en principio circulan por los países miembros sin ningún tipo de obstáculo. Por tanto los organismos herederos de la alta autoridad propugnada en la Declaración Schuman, parecen haber logrado evitar el nacionalismo económico de los gobiernos de los respectivos países miembros, que normalmente hubiesen recurrido a barreras arancelarias y no arancelarias, para obstaculizar la entrada de productos de países competidores.

No obstante, pese a sus innegables logros, también pesan sombras sobre la actual Unión Europea. El viejo problema de Quis custodiet ipsos custodes? sigue siendo válido. Es cierto que las autoridades supranacionales de la UE vigilan y ponen en marcha mecanismos para, por ejemplo, tratar de impedir que las autoridades nacionales recurran al establecimiento de barreras no arancelarias que limiten la libre circulación de mercancías. No obstante no existe ningún impedimento para que las autoridades comunitarias puedan establecer dichas barreras frente a terceros países, o que los requerimientos sanitarios, técnicos o medioambientales que establezcan favorezca a determinados grupos de presión, creando barreras legislativas anteriormente inexistentes y de difícil justificación.

También debe reseñarse que el procedimiento legislativo resulta complejo, lento y sometido a múltiples variantes (procedimiento legislativo ordinario o de codecisión, procedimiento legislativo especial de consulta y de dictamen conforme), lo que unido a la multiplicidad de organismos y el mecanismo de elección de los miembros, a veces elegidos por sufragio, a veces por los representantes de los países miembros, hace difícil determinar quién debe ejercer el control sobre la compleja administración europea y a quién debe rendir cuentas ésta.

El alejamiento de estos organismos de los problemas reales europeos queda patente en distintos informes y legislaciones, que centran sus esfuerzos en temas no relacionados con el mercado único, y que obstaculizan y dificultan la producción de bienes y servicios en el seno de la UE. Por otro lado, la libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales en algunos campos, como los servicios, presenta obstáculos legales, por lo que la fusión de mercados, que en un principio se planteó, no se encuentra en el estado en que debiera encontrarse sesenta años después de las palabras de Schuman.

Por lo tanto, en este sexagésimo aniversario, cabe celebrar, sin duda los aspectos positivos que ha introducido la Unión Europea, pero sin olvidar las dificultades y complejidades añadidas que ha supuesto y que suponen un obstáculo para la recuperación económica.

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