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Siete razones para una aceleración nuclear

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Desde que Dwight D. Eisenhower hablara y pusiera término al monopolio gubernamental de la tecnología nuclear al firmar el Atomic Energy Act de 1954, se permitió finalmente el acceso de la industria privada a uno de los grandes logros de la ingeniería. Desde entonces, tanto la inversión como la investigación en dicha energía han crecido imparablemente.

Hoy, veinte años después del accidente de Chernobyl, la energía nuclear está tomando nuevo impulso. A pesar de que aún estamos muy lejos de un deseable mercado libre de generación de energía, al menos, todo gobierno responsable debería contar urgentemente con la energía nuclear en los planes energéticos actuales. Éstas son algunas razones ineludibles para una aceleración (o anti-moratoria) nuclear:

1. Seguridad energética a largo plazo. La energía nuclear nos permitiría dejar de ser tan dependientes del suministro exterior desde zonas políticamente inestables (Oriente Medio, Maghreb, Venezuela, Nigeria, países del Caspio…) y de suministradores organizados en cárteles (la OPEP desde 1960 y puede que, en breve, también del gas). Esta tendencia seguirá aumentando en los próximos años debido a la caída de las reservas en otras áreas productoras de petróleo y de gas menos inestables (Mar del Norte, Estados Unidos, México).

2. Estabilidad y competitividad económica. A diferencia de los costes crecientes en la generación (que no iniciales) de energía eléctrica mediante centrales con combustibles fósiles (especialmente del petróleo y gas), el coste de la generada por centrales nucleares es muy estable a largo plazo, pese a sus iniciales y elevados costes de inversión que requieren amortizaciones prolongadas. Su coste de producción en Europa es, con todo, el más bajo. En un escenario de globalización de las economías, en caso de que un país tenga que pagar una excesiva o inestable factura energética (es ya factible pensar en un precio del crudo por encima de los 100 dólares el barril), la competitividad de su economía puede verse seriamente afectada si sus competidores internacionales adoptan un modelo de mix energético diferente respecto del peso que tome la energía nuclear.

3. Seguridad en el manejo de riesgos. La construcción de centrales de tercera generación o de reactores rápidos y la moderna gestión de residuos (protegidos por tres barreras: la propia forma química del residuo, y las barreras de ingeniería y geológica) minimizan el riesgo de contaminación. Sólo han sido dos los accidentes graves en toda la historia de la explotación nuclear. Además, es esclarecedor saber que el peor accidente, Chernobyl, fue debido a una temeraria experimentación (conseguir una circulación de agua «natural» en el sistema primario sin utilizar la bomba de recirculación y creer además que era mejor hacerlo a baja potencia, justo donde un reactor nuclear es mucho más inestable) en una central muy insegura que no contaba ni con un mísero edificio de contención.

4. Reducción de la radioactividad de los residuos. Además del reproceso de combustible nuclear gastado para fines nuevamente energéticos (gestión en ciclo cerrado) y los menores residuos producidos ya por las centrales de reactores rápidos, están los audaces procesos P&T: separación mediante procesos químicos de los radionucleidos y su transmutación (nueva alquimia del siglo XXI), mediante reactores de neutrones rápidos y bombardeo de aceleradores de partículas para reducir eficazmente la radiotoxicidad y el volumen de los residuos, y que pueden ser una portentosa realidad de uso industrial de aquí a 20-30 años.

5. No emisión de gases de efecto invernadero (CO2). A diferencia del consumo del carbón o de la actividad de las centrales térmicas o de ciclo combinado de gas que despiden grandes dosis de CO2, las centrales nucleares no emiten ninguna emisión de este u otros gases o partículas nocivas a la atmósfera. Frente al supuesto e inminente cambio climático debido a la acción humana (según la doctrina ecologista) es errónea y abusiva la imposición política de sustitución gradual de energías tradicionales por energías alternativas (solar, eólica, biomasa, biocumbustibles…) de muy escasa rentabilidad y eficiencia, que supone una inadecuada asignación de recursos escasos y cuya ronda, por descontado, pagamos todos. Conozco pocos artículos tan contundentes en este sentido como los publicados por Ángel Fernández (1,2). La alternativa a este estado de cosas es, hoy por hoy, la energía nuclear: la única que se hace cargo de las externalidades al gestionar todos sus residuos, la más estable y la menos costosa. Además, la fisión nuclear reduciría, por su ausencia de emisión de CO2, los elevados costes o penalizaciones que suponen los derechos de emisión suscritos insensatamente en Kyoto por nuestros representantes públicos.

6. Se reduciría la financiación constante de regímenes hostiles a Occidente. Es del todo inconveniente transferir divisas masivamente por partidas energéticas a países cuyos representantes son de conocida (y reconocida) hostilidad hacia la apertura y el progreso mundial a que empuja Occidente. Los intentos de operaciones de financiación terrorista desde los países desarrollados quedarían más limitados y cercados debido a las crecientes medidas de prevención en este asunto. Esta importante reducción en la financiación de tiranías poco recomendables sería un paso decisivo para la seguridad occidental a diferencia de las costosas incursiones bélicas de muy escaso éxito.

7. Muchos de los grandes suministradores de uranio son geopolíticamente estables: Australia, Canadá, Sudáfrica, Brasil. Es más, nuestro país, tradicionalmente minero, cuenta con suficientes yacimientos de uranio (el combustible básico hoy día de la energía nuclear) en Extremadura o Salamanca como para permitirnos ser autosuficientes en la generación de energía nuclear. Disponemos también de capital y conocimiento en la materia. Lo que falta es decisión política en este tema tal y como ocurre en nuestra vecina Francia.

El problema no es que se cerrara Zorita el año pasado ni que esté previsto el cierre de nuevas centrales nucleares (i.e. Garoña para 2009). Tampoco incluso que no se prorroguen las licencias de explotación de las restantes más allá de los 40 años de vida útil (casi todas las de Estados Unidos se han prorrogado a 60 años). El verdadero problema es la inexistencia de planes de construcción de otras nuevas en España para el suministro estable de energía a la sociedad entera. ¿Acaso vamos hacia un modelo de energía sin nucleares como ocurre en Italia o Portugal? Países como Japón, Corea del Sur, China, India, Estados Unidos, Francia, Suecia o Finlandia (muy concienciados estos últimos ante cualquier impacto ambiental) cuentan con representantes políticos que están apostando ya decididamente por la nuclear.

La desgracia de estar la energía planificada centralmente por políticos es que su previsión de demanda futura está sujeta a error (como toda planificación) pero sin que el político se haga cargo alguno de sus costes, que corren por entero a cargo del contribuyente (a diferencia de la planificación privada). Sus horizontes son demasiado cortos. Por el contrario, la puesta en marcha de una central nuclear requiere de, al menos, dos legislaturas (demasiado desgaste ante la maleable opinión pública y muy inconveniente para la particular vida planificada de no importa qué político de turno).

La planificación, la generación, el suministro de energía (incluida la cargada de futuro) y sus precios deberían estar completamente emancipados de la regulación política (no así de una deseable inspección o supervisión) para que la libre función empresarial, en un entorno competitivo, pudiera cubrir convenientemente las necesidades energéticas de la sociedad civil. El sostenimiento de crecientes poblaciones humanas seguirá siendo viable si se dispone de unas fuentes de energía estables y eficientes. Éstas son un asunto demasiado serio como para que su futuro esté totalmente en manos políticas.

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