Kristian Niemietz. Este artículo fue publicado originalmente en el IEA.
Cuando tenía unos 18 años, ocasionalmente escribía artículos para la revista del colegio. Recuerdo una reunión editorial en la que dije que estaba trabajando en un artículo, pero que necesitaba una información que no podía encontrar. Uno de los miembros del equipo, que era un friki de la informática, me sugirió que buscara en Internet. Recuerdo que le contesté: «¿Internet… qué?».
A finales de los 90, todavía era posible desconocer la existencia de internet. En el Reino Unido (yo vivía entonces en Alemania, pero las cifras son más o menos las mismas), sólo uno de cada ocho hogares tenía acceso a Internet en 1998. A partir de entonces, sin embargo, el número de usuarios se disparó. Aumentaron a uno de cada cinco en 1999, uno de cada cuatro en 2000, uno de cada tres en 2001, uno de cada dos en 2002 y dos de cada tres en 2003. En 2016, sin embargo, parecen haber tocado techo, acercándose a la marca del 95%, pero sin llegar a superarla.
Exclusión digital
En este contexto, la BBC publicó recientemente un artículo sobre lo que denomina «exclusión digital», que describe la difícil situación de las familias sin acceso regular a Internet. Aunque casi con toda seguridad no fue su intención, el artículo, y las respuestas al mismo, son una buena ilustración de cómo funciona el sesgo de la BBC, y de cómo nuestro zeitgeist anticapitalista se perpetúa a sí mismo.
No es que no esté de acuerdo con el artículo. No quiero restar importancia al problema de la exclusión digital, ni dar a entender que es un problema inventado, sólo porque sea un fenómeno relativamente reciente. Hay un mundo de diferencia entre no tener acceso a Internet en 1998 y no tenerlo en 2023. Mi yo de 18 años no estaba limitado de ninguna manera significativa por el hecho de no tener acceso a Internet, porque vivía en una sociedad en la que el acceso a Internet era un extra opcional agradable de tener, no un requisito.
¿Pobreza?
Casi todo lo que se podía hacer online en 1998 también se podía hacer offline, aunque de forma más lenta e incómoda. Pero desde entonces, muchas actividades sociales y económicas han pasado a realizarse totalmente en línea, o surgieron en línea en primer lugar. Esas actividades no tienen un equivalente directo fuera de línea. Si no se pueden realizar en línea, no se pueden realizar en absoluto.
Es un ejemplo de cómo los bienes de lujo pueden convertirse con el tiempo en bienes esenciales, un fenómeno que describí en mi libro de 2011 A new understanding of poverty:
La pobreza es específica del contexto […] porque la definición de necesidades es específica del contexto. No hay nada inherente a un teléfono o un frigorífico que haga de estos bienes ‘necesidades’ o ‘lujos’. Son necesidades en algunos lugares, pero no en otros, dependiendo de […] las convenciones sociales imperantes en una época y un lugar determinados. Estos bienes no eran necesarios en los años veinte, pero lo son hoy. A medida que las sociedades se vuelven más ricas, las normas y expectativas sociales se vuelven más exigentes y la participación social se vuelve más costosa.
A new understanding of poverty
Así que estoy de acuerdo en que en 2023 el acceso a Internet constituye una necesidad, y su carencia involuntaria una forma de pobreza, aunque hubiera sido ridículo sugerir lo mismo en 1998.
Exclusión o privilegio, una cuestión de perspectiva
Y sin embargo, en lugar de centrarse exclusivamente en los aspectos negativos, ¿le habría hecho daño a la BBC incluir también un párrafo en el que se reconocieran los fenomenales y rápidos avances que se han producido en el campo de las tecnologías de la información y la comunicación? ¿No es increíble que ahora consideremos «básico» algo que yo ni siquiera sabía que existía cuando tenía 18 años? Que a lo largo de mi vida adulta hayamos pasado de «¿El inter-qué?» a «¿Cómo podemos aumentar la cobertura de Internet del 95% al 100%?».
No se trata simplemente de una cuestión de equilibrio. Es una parte esencial del fenómeno que la BBC intenta describir. Si hoy pensamos que el acceso a Internet es una necesidad, sólo lo hacemos porque el acceso se ha extendido muy rápidamente. Si hubiéramos seguido en la senda de crecimiento anterior a 1998, nadie hablaría hoy de «exclusión digital». Es mucho más probable que describiéramos a los internautas como beneficiarios de un «privilegio digital».
«Banda ancha popular»
¿Pretendía el autor del reportaje de la BBC fomentar el resentimiento anticapitalista? En absoluto. La palabra «capitalismo» ni siquiera aparece ahí. Se limita a describir un problema y a citar a varias personas entendidas en la materia. Pero, por supuesto, casi todos los que compartieron la historia en Twitter la interpretaron como una tardía reivindicación del corbynismo, haciendo referencia a las propuestas de Corbyn sobre la «banda ancha popular» de las últimas elecciones generales.
Eso no es culpa de la BBC. El usuario medio de Twitter lo ve todo como una reivindicación del corbynismo, y no hay nada que la BBC, ni nadie, pueda hacer para impedirlo. Pero, como mínimo, es mucho más fácil darle un giro «corbynista» a la historia que interpretarla como yo lo he hecho. La historia no es, en sí misma, anticapitalista o corbynista.
¿Es el anticapitalismo una creación del capitalismo?
Pero, en consonancia con el espíritu de la época, da por sentados los logros del capitalismo, tratándolos como algo obvio y no como algo que necesita explicación. Luego se centra implacablemente en los defectos. Es el equivalente de la crítica gruñona de TripAdvisor, que da por sentada una comida excelente, una gran selección de vinos y unos precios razonables, para luego quejarse de los inconvenientes difíciles de evitar, como la lentitud del servicio en horas punta.
Los anticapitalistas afirman que el zeitgeist anticapitalista no es más que una respuesta lógica a los fallos objetivos del capitalismo. Si el capitalismo funcionara, afirman, nadie estaría en su contra.
Sentencia de muerte en el bolsillo
Nada más lejos de la realidad. El capitalismo no puede ganar si nos negamos a reconocer ninguno de sus logros, pretendiendo que el progreso simplemente cae del cielo, pero luego nos obsesionamos implacablemente con sus defectos. Fue Joseph Schumpeter quien dijo hace 80 años que «el capitalismo se somete a juicio ante jueces que tienen la sentencia de muerte en el bolsillo.
Van a dictarla, sea cual sea la defensa que escuchen». Schumpeter no habría entendido la palabra «digital» (salvo quizá en el sentido de «algo relacionado con los dígitos»), y mucho menos «exclusión digital». Pero ni el anticapitalismo blando e implícito de la BBC ni el anticapitalismo duro y explícito de Twitter le habrían sorprendido lo más mínimo.
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