Votar con los pies siempre es difícil, especialmente cuando los políticos han acostumbrado a la gente a crecer, educarse, trabajar y vivir casi toda la vida en la misma población.
Sigo con esta serie de comentarios sobre las asignaturas del Máster en Economía UFM-OMMA: hoy me toca Hacienda Pública y Política Fiscal. El profesor, Adrià Pérez Martí.
Personalmente, aprecié mucho la documentación que usó durante sus clases: diapositivas con texto, algunos gráficos y un par de tablas con datos, sin fotos ni imágenes. Creo que fue un acierto para explicar la naturaleza de los impuestos y su supuesta neutralidad, sus efectos visibles y no visibles, las opciones de los distintos agentes económicos para minorar su impacto planificándolo de antemano o intentando recuperarlo después de devengado, las fases de la imposición (impacto fiscal, traslación, incidencia, difusión, cuña fiscal), los diferentes tratamientos fiscales asimétricos, la diferencia entre el tipo impositivo medio y el marginal, los efectos sobre la empresa (activo, pasivo, beneficios), etc.
Tengo que reconocer que este comentario es uno de los más difíciles para mí: siempre he tenido la sensación de que hay que ser casi un experto para poder hablar de fiscalidad, dada la complejidad técnica del asunto. Como no lo soy, ni pretendo aparentarlo, mi intención esta vez es simplemente compartir algunas ideas elementales de alguien que paga impuestos y que pude confirmar al estudiar esta materia durante en el máster.
Soy de los que piensan que hay que reducir el Estado a su mínima expresión y vigilarlo constantemente para que no se desmadre, pero también soy consciente de que, por muy limitados que sean los servicios públicos de ese Estado mínimo, los impuestos son necesarios para mantenerlos.
Ahora bien, si alguien va a recibir algo del Estado, lo normal es que lo pague, sin exigirle a otros que también sufraguen ese gasto aunque no reciban nada a cambio: por eso prefiero las tasas a los impuestos. Si necesito que la universidad me compulse mi título para que me lo convaliden fuera de España, ese servicio lo pago yo, no mi vecino.
Si no todos los impuestos pueden individualizarse hasta ese extremo, prefiero que el recaudador esté cerca del contribuyente, de manera que éste pueda exigirle cuentas más fácilmente: creo que la descentralización en materia fiscal es una alternativa muy recomendable frente a un Estado mastodóntico.
Además, me parece que esa cercanía entre el que paga y el que recauda, también simplificaría algunos impuestos, demasiado complicados para la mayoría de los que no tenemos ni tiempo ni ganas de entender cómo funcionan: siempre necesitaremos asesoramiento para determinadas operaciones empresariales complejas, por supuesto, pero la mayoría de las liquidaciones deberían ser sencillas y cualquiera tendría que poder presentarlas sin tener dudas respecto a si habrá cumplido la ley o no. En Estados Unidos, donde la relación del ciudadano con la administración, en general, es mucho más limitada que en la mayoría de los países de la Unión Europea, es muy habitual, e incluso muy recomendable, recurrir a un asesor fiscal para presentar la declaración de impuestos antes del famoso 15 de abril: no debería ser tan difícil…
Por último, asumiendo que los impuestos deben ser lo más individualizados, cercanos y sencillos posible, tienen que ser iguales para todos los contribuyentes: esto me parece tan básico que no dejo de sorprenderme cada vez que leo y escucho declaraciones del tipo “los ricos tienen que pagar más”. Independientemente de que los datos demuestran que eso no serviría para llegar a los niveles de recaudación deseados por todos los socialdemócratas de cualquier partido, la realidad es que los ricos ya pagan más. Es lo que tienen los porcentajes: el 10% de 1.000 es 100, y el 10% de 1.000.000 es 100.000, les guste a los demagogos o no.
Si algo me quedó claro al estudiar esta asignatura es que los impuestos distorsionan la realidad económica: como siempre, los efectos que se ven son fáciles de identificar (menos renta disponible), pero los que no se ven, no son tan sencillos de determinar (en qué invertiría una empresa si pagara menos impuestos sobre los beneficios obtenidos). En cualquier caso, garantizar que esos impuestos sean iguales para todos, minimizará dicha distorsión.
La otra idea fundamental que me gustaría destacar es la de competencia fiscal, íntimamente ligada a la descentralización mencionada anteriormente. Puedo entender que los políticos, persiguiendo sus propios intereses, se opongan a que las administraciones compitan entre sí por miedo a perder contribuyentes: lo que no entiendo es que esos mismos contribuyentes no vean los efectos positivos, la verdad.
A veces se piensa que la competencia sólo genera una reducción de los precios en los bienes y servicios intercambiados, pero eso no es exactamente así: también mejora su calidad, y por tanto, cambia las valoraciones subjetivas de los consumidores, que muchas veces acaban pagando incluso algo más de lo que estaban dispuestos a pagar inicialmente.
Centrándonos en el caso de España, habría que entender por qué los contribuyentes españoles, cuando actúan como consumidores, creen que la competencia les beneficia a la hora de comprar un coche, pero no cuando tienen que hacer frente al pago de sus impuestos. ¿Ha funcionado la descentralización en nuestro país tal y como nos indicaría la teoría, esto es, no sólo permitiendo una rebaja de la carga fiscal de los ciudadanos sino mejorándola, como consecuencia de una sana competencia fiscal entre las distintas administraciones públicas?
La respuesta evidente es no, claro que no ha funcionado: mejor dicho, es que ni siquiera ha habido una descentralización como tal, puesto que las comunidades autónomas son responsables del gasto, pero no de los ingresos para hacer frente a dicho gasto, puesto que sigue siendo en Estado central quien se encarga de su recaudación para distribuirlos después. Así no puede funcionar bien.
Creo con Juan Pablo II que el nacionalismo es el paganismo de nuestro tiempo: no me gustan los nacionalistas, especialmente los de España. Todo lo que proponen es más Estado, más gobierno, menos libertad para sus futuros ciudadanos: pero eso no significa que, teniendo una idea de nación común que ya no existe en España, no se pueda plantear descentralizar nuestras administraciones lo más posible, siempre que se hagan responsables de recaudar el dinero necesario para sufragar los gastos que les demanden sus contribuyentes, sin tantos incentivos para gastar lo que no tienen.
Votar con los pies siempre es difícil, especialmente cuando los políticos han acostumbrado a la gente a crecer, educarse, trabajar y vivir casi toda la vida en la misma población, manteniendo nuestros amigos y nuestra familia relativamente cerca de nuestro trabajo. Todo eso tiene muchas ventajas, lo sé por experiencia, pero incluso sin tener que renunciar a nuestro ADN social, los contribuyentes españoles podrían acostumbrarse a exigir mucho más a sus gobernantes, que como cualquier político, nunca están dispuestos a perder el poder: en mi opinión, la competencia fiscal es necesaria para mantenerlos a raya.
4 Comentarios
Bravo Fernando. Apruebo tu
Bravo Fernando. Apruebo tu Flat Tax , el paganismo secular señalado `por Juan Pablo II y demas.
Buen articulo: un On point para un useño !
Gracias, César.
Gracias, César.
Aquí seguimos, intentando sobrevivir a Trump y a Hilaria…
Coincido. El flat tax és más
Coincido. El flat tax és más equitativo que el sistema progresivo, siendo este último el gran paso hacia el igualitarismo absoluto. Buen artículo
Muy buen artículo. El motivo
Muy buen artículo. El motivo por el que la competencia para comprar un coche la vemos bien pero ni siquiera la concebimos para/con los impuestos es, creo, que nos vemos como consumidores ante un comercial de concesionario, y para nada pensamos que también somos consumidores del Estado.