Carlos Rangel fue un gran defensor de las ideas liberales, pero, sobre todo, fue un ejemplo de valentía.
Hace unos días tuve la enorme suerte de participar en un coloquio, organizado por la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala y patrocinado por el Liberty Fund, titulado “La Libertad y Responsabilidad en las Obras de Carlos Rangel”.
Yo había leído su obra principal, “Del buen salvaje al buen revolucionario”, pero desconocía otros ensayos suyos sobre el tercermundismo o el socialismo: me pareció que había coherencia intelectual en sus ideas. En algunos textos, pocos, podemos discutir si estaba más o menos acertado, pero no podemos olvidar que Rangel fue ante todo un periodista, no un teórico escribiendo desde su cátedra universitaria. Como el profesor Fernández Luiña dijo muy acertadamente sobre el libro del buen salvaje, “es un libro de trinchera”.
Ésa fue exactamente la impresión que me llevé al leer y debatir las lecturas propuestas: la de estar ante un analista político que defendió el capitalismo liberal en una época difícil, en la que, dada la buena salud propagandística del comunismo a fínales de los 70 y principios de los 80, pocos se atrevían a hacerlo: Carlos Rangel no vivió para ver la caída del Muro de Berlín, pero parafraseando a Les Luthiers, él fue de los pocos que reclamó daños y perjuicios al arquitecto…
Y lo hizo partiendo de una premisa que muchas veces pasa desapercibida: la teoría marxista es sencilla, lo cual es parte de su éxito político, incluso entre aquéllos que no se han leído sus textos fundacionales. Esa sencillez también facilita la idea de marxismo como religión de Estado, algo simple que permita una explicación antropológica integral del ser humano, naturalmente complejo: si los 10 Mandamientos hubieran sido 593, la cosa no habría sido tan fácil…
Rangel puso el foco en el argumento fundamental, esto es, la existencia de un supuesto comunismo primitivo al que se volvería, de manera automática, con la simple abolición de la propiedad privada, que fue el elemento que corrompió dicho estado de naturaleza original en el que se encontraba la sociedad. El capitalismo moriría de éxito, puesto que la concentración de capital en manos de unos pocos, iría reduciendo las oportunidades de inversión y empobrecería a los trabajadores, que sólo podrían abandonar su nivel de subsistencia mediante la revolución.
Pero esa teoría, supuestamente científica, había que contrastarla en un laboratorio: ya desde el principio, los resultados no se parecían ni remotamente a los que predecían las hipótesis marxistas, puesto que los trabajadores de los países capitalistas no eran cada vez más pobres ni el proletariado surgido después de la Revolución Rusa vivía cada vez mejor. En vista de los resultados del socialismo real, la lucha de clases entre burgueses y proletarios se amplió y pasó a ser una lucha de clases entre países ricos y países pobres (siempre que no fueran comunistas): ahí radica el origen del tercermundismo como ideología.
Desde esa trinchera intelectual, Carlos Rangel (venezolano de nacimiento) analizó la situación de los países latinoamericanos (entendiendo como tal la América que habla español), comparando su desarrollo con el de Estados Unidos: la sensación de fracaso es inevitable, especialmente porque la desventaja inicial de los norteamericanos era notable (sólo hay contemplar los edificios más antiguos de Ciudad de México o Lima y hacer lo mismo en Filadelfia o Boston, por ejemplo).
Ante el éxito de Estados Unidos, había dos opciones: la imitación o el rechazo a los valores de dicho éxito. Rangel sostuvo que Latinoamérica decidió imitar a Estados Unidos y buscar excusas para explicar el fracaso: el buen salvaje no sería sino un elemento mitológico (como la Fuente de la Eterna Juventud, las Amazonas o el Dorado), que supondría un pasado precolombino, puro, incorrupto, al que habría que volver después de lo que no fueron sino conquistas sucesivas por parte de españoles, ingleses, franceses y estadounidenses para llevarse el botín.
No negaba Carlos Rangel cierta actitud imperialista de Estados Unidos en Latinoamérica, ya desde la Doctrina Monroe (1823), que establecía que las repúblicas americanas no podían ser objeto de recolonización por parte de Europa, y por supuesto, a raíz de su victoria sobre España en 1898, cuando Estados Unidos empezó a tener conciencia de potencial mundial, incluyendo la construcción del Canal de Panamá, finalizado en 1914: pero Rangel veía ese intervencionismo en términos de seguridad nacional para los norteamericanos, no tanto como una cuestión de protección de sus intereses económicos.
En mi opinión, Carlos Rangel interpretó las consecuencias de ese paternalismo norteamericano correctamente, puesto que Estados Unidos asumió primero el papel de policía en la región para traicionar después a sus protegidos en más de una ocasión, siendo Cuba un ejemplo paradigmático: “Fidel no venció a los norteamericanos en Playa Girón”, dice Rangel, “sino a un puñado de latinoamericanos engañados, mal armados y dejados luego en la estacada…”
Aunque es evidente que Estados Unidos evitó que Latinoamérica sufriera, por ejemplo, el colonialismo europeo que padecieron Asia y África en el siglo XIX, su actitud también sirvió para justificar el subdesarrollo de la región por parte de sus dirigentes: no obstante, Carlos Rangel denunció la hipocresía de los países latinoamericanos al culpar a Estados Unidos por imperialista y, al mismo tiempo, por olvidarse de sus asuntos en el hemisferio. La eterna búsqueda del chivo expiatorio: siempre es más fácil culpar a alguien fuera que hacer autocrítica y encontrar las razones dentro…
El análisis histórico que hizo Rangel sobre las formas de poder político en América Latina fue simplemente brillante, estemos o no de acuerdo en todo: el Imperio Español, la Independencia, el caudillismo, las fuerzas armadas como un agente político más, el PRI en México, el APRA en Perú, el peronismo en Argentina o, por supuesto, la Cuba castrista. Sin embargo, me gustaría terminar con un texto, profético como he leído pocos, recopilado junto a otros ensayos en 1988, año en el que se suicidó: “Una sociedad venezolana hoy razonablemente moderna, inmensamente más compleja, politizada y habituada a ser halagada por ofertas políticas populistas, realizadas a medias mediante la liquidación acelerada del petróleo, haría forzosa no una dictadura limitada, un dicta-blanda, como se suele decir, sino una tiranía brutalmente represiva y resuelta a gobernar indefinidamente…”
Carlos Rangel fue un gran defensor de las ideas liberales, pero, sobre todo, fue un ejemplo de valentía. Sirvan estas pocas líneas como merecido recuerdo, ahora que Venezuela lo necesita más que nunca.
4 Comentarios
El tema es que tiene su miga.
El tema es que tiene su miga. Entonces los animales cuando alimentan a sus crías son comunistas primitivos. A ver si nos enteramos de una vez, la gente necesita acceder a cosas para cubrir necesidades y deseos. Incluso al que llaman capitalista le tiene que dar medios a sus empleados sino no harían lo que deben hacer.
¿Son comunistas por eso entonces?
Marx lo que quería es que hubiera lucha de clases para que ganaran sus intereses si es que podían hacerlo mediante revoluciones y el liberticismo económico. Dado que cualquiera puede ganar en una batalla, con que se retire el contrario ya gana.
De todos modos el marxista no
De todos modos el marxista no se entera aún que se basa en el empleo por cuenta ajena toda su teoría y que el sindicalismo tiene orígenes derechistas. Véase la extrema derecha al menos primigenia.
En fin, todo por la fama.
Buenas anotaciones tocayo.
Buenas anotaciones tocayo.
¡Un gusto haber compartido ese Liberty Fund!
Muchas gracias, Sr. Cota, Don
Muchas gracias, Sr. Cota, Don Fernando.
Sigamos defendiendo la libertad, incluso al modo de Chicago…
Un saludo.