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Sólo sí es sí. ¿Es oro todo lo que reluce?

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La mentira es un arma revolucionaria

Lenin

Si conoces a tu enemigo y te conoces a ti mismo, no deberías temer el resultado de mil batallas. Si te conoces a ti mismo, pero no a tu enemigo, por cada batalla que ganes sufrirás una derrota

Tsun Tzu

La mayoría de los españoles están convencidos de que el “problema” de la rebajas de condena a agresores sexuales, motivado por la mal llamada ley del “sí es sí”, obedece a la simple inexperiencia (ignorancia, o torpeza jurídica) de los del partido de la Ministra de Igualdad. Algunos incluso avanzarán unos centímetros más: “Que son unos inútiles, sí; pero, sobre todo, soberbios y sectarios, ese es el problema que les llevó a no escuchar a las decenas de voces que, cual canarios alertando de la fuga de grisú, les advirtieron desde los cuatro puntos cardinales”, se atreverán a añadir los más “radicales”.

En el caso de sus socios de gobierno del PSOE, el problema -según nuestros compatriotas-, no es ya sólo la torpeza, que también, sino la ambición, cierta obsesión por el poder, “constatada” -dirán-, en las palabras que Carmen Calvo espetó a Iglesias en la Ser, en las que, sin embargo, simplemente reconocía “respeto a la ministra de Igualdad” a pesar de las “objeciones clarísimas” que, contra dicha ley,  tenían algunos miembros del Gobierno pertenecientes al PSOE (“ves, lo sabían, pero la obsesión por mantenerse en el poder les llevó a tragar”).

Bastaría, sin embargo, con dedicarle quince minutos a la cuestión -sólo quince viendo el video de Juan Ramón Rallo, si lo hacemos a través de los medios tradicionales, ni con mil horas-, para empezar a intuir nuestro error, al menos respecto a los de Podemos, y entender que el origen del supuesto “problema” puede no haber estado en la “torpeza” de nuestra ministra y su equipo: Seguiríamos creyendo que su intención última es loable [reducir la comisión de los delitos de agresión sexual], aunque su método –no siempre confesado- sea poco “ortodoxo”; y es que muchos -podemitas o no- consideran injusto, poco práctico o incluso errado, corregir al “delincuente” a través de la condena penal -lo que llaman “punitivismo”- y creen que lo realmente progresista es alcanzarlo a través de otras alternativas (educación, socialización, “empoderamiento” económico…), mientras se reducen las penas demasiado “agresivas”, aunque no se atrevan a confesarlo tan claramente como nos gustaría.

Con esta interpretación los impulsores de esta ley no serían ya tan tontos -con o sin orejeras sectarias-; serían, simplemente, unos cobardes -equivocados o no- sin valentía para confesar sus poco comprendidos métodos (los del PSOE seguirían siendo cómplices, ya por ideología, ya por practicidad).

Me temo, sin embargo, que en esto, como en otras muchas cosas, estamos siendo demasiado ligeros, inconscientes del sesgo que quizás nos puede y nos confunde una vez más: espontáneamente -o tras hábil y calculada manipulación- tendemos a pensar que la intención que dirige el actuar de los políticos es, generalmente, el bien común, y, como mucho -generalmente sólo con carácter excepcional y en los casos más incomprensibles y groseros- la búsqueda del beneficio personal -normalmente del poder por el poder, o del dinero-. No hay motivo racional y lógico, sin embargo, para que sea así. Generalmente les tomamos por mentirosos en casi todo, menos en las motivaciones últimas que aducen para justificar sus actos; esas sí tendemos a creérnoslas, sobre todo cuando parecen obedecer a lo que nosotros creemos (bien común, poder o dinero). ¿Por qué?

A nadie se le ocurre pensar -salvo a los locos conspiranoicos, por supuesto- que todo pueda ser una farsa; que puede haber otras motivaciones, ocultas y nunca confesadas, difíciles de adivinar por la gente “normal”; que es un error dar por hecho que los demás tienen idénticos fines a los que tenemos -o tendríamos- nosotros; que el mal no es, para muchos, simple ausencia -errada y torpe- de bien. Creo que no hacerlo es un error. Deberíamos plantearnos otras alternativas -por anímicamente duro y mentalmente difícil que sea-, aunque fuera sólo para descartarlas. Muchos llevan diciendo, al menos desde Zapatero, que nos gobierna un puñado de incapaces, sin experiencia ni conocimiento, cegados por su ideología -PSOE-, o de cobardes acomplejados -PP-. Pues para ser tan inútiles, es llamativo que sus supuestamente estúpidas políticas sigan aplicándose décadas después, por los unos y por los otros, en todos los países a la vez, siempre en la misma dirección, sin dejar -ni por un segundo- de seguir “ganando yardas”, aunque sea centímetro a centímetro. “Es el signo -aleatorio y arbitrario: ergo evolutivo fetén- de los tiempos”, se dirá. Todo siempre tan casual…

Decía alguien a quien se tiene por mentor ideológico -e incluso amigo- de Hilary Clinton o de Obama, autor de “Tratado para Radicales. Manual para revolucionarios pragmáticos” -tan caro para muchos izquierdistas, tanto íberos como celtas-, Saúl Alinsky, en la dedicatoria de su libro:

Que se me perdone por tener al menos un reconocimiento para el primer revolucionario: de todas nuestras leyendas, nuestra mitología y nuestra historia (y quién puede saber dónde termina la mitología y dónde empieza la historia, o cuál es cuál), el primer revolucionario conocido por el hombre, aquel que se rebeló contra el poder establecido y lo hizo de manera tan eficaz que pudo al menos ganarse su propio reino: Lucifer.

Saúl Alinsky

(Nota: la página en la que aparece lo anterior ha sido expurgada -no sabemos si por error o simple casualidad- de varias de las versiones que del libro hay en la red en pdf). Se me dirá que esas palabras son mero esnobismo, pedantería propia de un cursi, exabrupto inane de un provocador profesional. Seguramente. Pero, puestos a creer como creemos las motivaciones confesadas por nuestros políticos “de medio pelo”, deberíamos, quizás, darles, con igual actitud, una vuelta también a estas palabras. Por si acaso, digo. A lo mejor empezamos a ver el mundo de otro color… o quizás no.

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