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¿Son los peores los políticos que llegan arriba?

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En su clásico Camino de Servidumbre, Hayek dedica un capítulo a explicar por qué son los peores los que llegan arriba en las organizaciones burocráticas o estatales. Para Hayek, la observación empírica del tipo de dictadores que han encontrado normalmente los regímenes totalitarios (¿por qué nunca sale un dictador bueno?), tiene una razón causal, que hace imposible que progresen hacia tan alto nivel individuos "buenos". Para Hayek lo que ocurre es que la persona afectada tiene que resolver un conflicto entre moralidad y éxito, por lo que solo alguien que esté dispuesto a sacrificar la primera puede conseguir el segundo.

Estamos en estos momentos viviendo las intrigas palaciegas para hacerse con la cúpula de uno de los dos partidos tradicionalmente mayoritarios en nuestro país. Para comprender dicho proceso, es imprescindible, a mi entender, el magnífico artículo descriptivo que el periodista Jesús Cacho publicó hace unas semanas en VozPopuli.

Con independencia de los personajes involucrados y las técnicas utilizadas, lo que me interesa es la observación de las habilidades que ha de dominar un político para triunfar en España. Y, como se puede deducir de la narrativa del periodista, ninguna de ellas tiene absolutamente nada que ver con la satisfacción de las necesidades de esos individuos por los que teóricamente trabajan los políticos.

Así, observamos políticos que controlan perfectamente el funcionamiento del aparato; que saben posicionarse ante determinados temas de opinión pública para no quemarse; que dominan los tiempos; que manejan con enorme soltura los resultados de las encuestas internas; que saben buscar protector en el partido cuando les abandona el actual; que aplican los resortes adecuados para manipular las redes sociales…

Todas ellas, habilidades completamente inútiles para servir a los ciudadanos que les votan. Pero imprescindibles si han de llegar a algo dentro de su partido. ¿Por qué ocurre esto?

Es muy sencillo y muy general. Todos tratamos de prosperar y de mejorar nuestra situación. Eso lo hacemos mejorando el desempeño en nuestra actividad diaria, tratando de complacer mejor a nuestros jefes, que en el fondo son nuestros clientes. Innovamos, somos más eficientes, adquirimos experiencia… pensando en cómo hacer que nuestro jefe nos valore más. Incluso, si vemos que nuestro jefe, nuestro intermediario con el cliente, hace mal cosas que se podrían hacer mejor, puede que nos planteemos saltárnoslo y hacer las cosas a nuestra manera en nuestra propia empresa.

Esa es la esencia de la mejora en la sociedad humana regida por el libre mercado: el premio al que mejor sirve a los congéneres.

Los políticos no son una excepción a la norma. El tipo que se meta en política tratará de innovar, ser más eficiente, adquirir experiencia… en el tipo de actividades que haga que su jefe le valore más. Sin embargo, en los partidos políticos y en España, la cadena de satisfacciones no llega al cliente final, al ciudadano, por razones que no son objeto de este artículo.

Por tanto, si bien los políticos se esmeran tanto en sus quehaceres como pueda hacerlo cualquier individuo en su trabajo, lo cierto es que las habilidades cuyo desarrollo les parece requerido, no son ciertamente aquellas deseables para la sociedad, y posiblemente sean perniciosas para ella. El político eficiente no consigue su premio por servir mejor (directa o indirectamente) a sus congéneres.

Y aquí enlazamos con lo que decía Hayek sobre los "peores". No es que lleguen al poder por ser los peores: si fuera así, llegarían los peores al poder en todos los ámbitos de la vida, no solo en política. Es que el sistema (totalitario) hace que, si no eres el "peor" no puedas triunfar.

Lo mismo parece ocurrir con los partidos políticos en España. No es que los políticos sean personas negligentes, descuidadas o corruptas: es que, para triunfar, han de dominar habilidades que nada tienen que ver con lo que cabría esperar de un Gobierno decente. Básicamente, habilidades de imagen, de intriga, de posicionamiento interno y por el estilo.

Si el sistema democrático español exigiera de sus políticos otro tipo de habilidades, serían otros los políticos que ahora mismo están en el poder, o peleando por él. 

La conclusión es obvia: para solucionar los problemas políticos que aquejan a España, no basta con cambiar los políticos. Es necesario cambiar el sistema que premia a ese perfil de político.

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