La felicitación de Tsipras a Pablo Iglesias reza así; le felicita por haber derrotado a la austeridad.
Hoy es el día en que me gustaría hablar del tiempo, de fútbol, o de cualquier cosa que no sea de los resultados electorales. Me pregunto qué resultado me habría gustado, cuál era mi escenario predilecto. Tal vez uno con matices donde todos vigilen a todos con el prurito con el que nos vigilan a nosotros. No quería que esto se transformara de nuevo en una lucha binaria derecha/izquierda, como le pese a quien le pese ha sucedido. No quería estar en manos de los nacionalistas como siempre, como ha sucedido le pese a quien le pese. Eso del lado de los «no quería». Por parte de los «no creía» también hay para dar y repartir. No creía que Podemos fuera a tener tanto apoyo porque creí que los más temerosos de izquierda y los más fieles socialistas votarían al PSOE. No creía que Ciudadanos fuera a tener tan mal resultado porque pensé que no le pasaría factura a Rivera los errores de campaña, creí que quedarían compensados por el miedo de la gente de centro derecha que están enfadados con el PP.
No pensé que la abstención (mi opción) fuera a ser tan abultada. Con el miedo que han inoculado estaba convencida de que quienes decidimos no participar en todo esto seríamos menos.
La ceremonia de la confusión
«No quiero votar a los de siempre. Ya hemos tenido suficiente. Rivera no me inspira confianza porque ha estado bailando con todos y en el último momento de repente dice que sí apoyaría al PP. No quiero que gane Podemos. Y no quiero abstenerme, quiero votar por primera vez en mis treinta y un años para que cambien las cosas. Este cachondeo no puede seguir». Esa era la conversación con un honrado autónomo el domingo por la mañana. A medida que analizábamos me daba cuenta de que esta sonata electoral es una mezcla de miedo y de confusión y que la dispersión y los resultados inesperados se deben a que en medio de la niebla lo normal es caminar en círculos.
Hoy lunes, el día de después, la cosa no está mejor. Parece que el miedo remite. Total, lo votado, votado está. Ya no hay remedio ni vuelta atrás. No solamente eso,ante la posibilidad de elecciones anticipadas, mucha gente persiste en mantener su apoyo al partido que votó ayer. Lo que sí aumenta a pasos agigantados es la confusión.
Rivera dice que se va a abstener para que el PP forme un gobierno débil que no pueda salirse con la suya y tenga que pactar hasta para ir al cuarto de baño. Pedro Sánchez, en contra de su propia cúpula (Susana y los barones, según dice la prensa), se niega a abstenerse y anuncia su «no» a Rajoy y al PP. Y Rajoy mientras tanto reúne a su ejecutivo para analizar los resultados. Tras perder decenas de escaños, no se entiende qué es exactamente lo que hay que analizar. A menos que, tal y como se rumorea, Soraya vaya a relevar al gallego que ni con puñetazo ha remontado.
La derrota de la austeridad
La felicitación de Tsipras a Pablo Iglesias reza así; le felicita por haber derrotado a la austeridad. Toda una seña de identidad y a la vez un elogio a la locura (rememorando a Erasmo) dado que proviene del presidente que ganó a la austeridad, se rindió a ella, rompió su «Podemos» particular, se peleó con Varoufakis, y acaba de firmar su enésimo plan de austeridad para recibir fondos de los sufridos trabajadores del resto de Europa, que están rescatando a los votantes de Tsipras y a todos los demás. Esos mismos, todo sea dicho, que se van a comer el coste de los refugiados provenientes de Siria (y de otros sitios), el coste de la guerra con Siria y todo lo que nos quieran endilgar. Y todo con sonrisa, gracias, por favor, deme usted un poquito más fuerte que me encanta que me azoten….
Pero el mensaje de Tsipras es de lo poco auténtico que se ha dicho desde hace meses. No porque Pablo y sus «pablettes» hayan derrotado nada, sino porque quieren ser el faro de la nueva Europa, esa Europa del sur, que no paga deudas, que no acepta la autoridad de la troika, que se enfrenta a Merkel y a quien haga falta. Vamos, que hace lo que Varoufakis sí estaba dispuesto a hacer y que Tsipras no pudo, porque se quedaba sin fondos. Fondos europeos para que la gente del pueblo, arruinada primero por el robo instalado en las venas de la sociedad siguiendo el ejemplo de los políticos, y después debido al auge del populismo de Syriza, simplemente siguiera comiendo, se alimentara, exhaustas las arcas públicas y huidos los capitales de la tragedia griega de nuestro tiempo.
Decía el autor de las sonatas de las estaciones, don Ramón María del Valle-Inclán que la miseria moral del pueblo español «está en su chabacana sensibilidad ante los enigmas de la vida y de la muerte. La Vida es un magro puchero; la Muerte, una carantoña ensabanada que enseña los dientes». Tal vez por eso nos arreglamos fatal en lo más trascendental y somos tan capaces en el menudeo. Es la España esperpéntica la que vivimos.
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