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Suárez, de moda

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Me refiero a Francisco Suárez, el filósofo y teólogo de la Escuela de Salamanca, del que ya he hablado alguna vez en estos Comentarios. Está de moda “no solo porque lo que Descartes aprendió de la modernidad en gran medida se lo debe al jesuita español, sino porque la explicación de que todo problema político es un problema teológico tiene que leerse y entenderse a la luz de lo escrito por Suárez”. Precisamente con estas palabras, el semanario Alfa y Omega presentaba un libro reciente del eximio doctor jesuita: Una aproximación al Tratado de las Leyes y Defensa de la fe (Unión Editorial, 2010), escrito por un grupo de profesores del CEU, algunos de los cuales han colaborado también en la publicación de otra obra similar: En la frontera de la modernidad. Francisco Suárez y la ley natural, resultado de un Curso de Verano de aquella Universidad.

El primer libro nos ofrece algunos extractos de esas dos grandes obras suarecianas: De legibus y la Defensio fidei, impresas hace ya tiempo en una excelente colección del CSIC, el Corpus Hispanorum de Pace (aquellos tomos verdes que nos recuerdan al gran maestro Luciano Pereña). Sin embargo, como resultan difíciles de encontrar (y constan de bastantes volúmenes), me parece oportuna esta versión más reducida para un público interesado en la materia aunque no erudito, y con unas presentaciones de los editores y del filósofo José J. Escandell.

En cuanto al segundo, coordinado también por los profesores Fernández de la Cigoña y López Atanes, ofrece primero una introducción al pensamiento suareciano y después se centra en el estudio de la ley natural con otras cuestiones jurídicas y filosóficas.

Pues bien, verán que vuelvo a escribirles sobre los doctores de Salamanca, porque al igual que en la Economía, de la que ya hemos señalado alguna vez sus avanzadísimas intuiciones, en lo referente al pensamiento político también podemos rastrear la propuesta de un moderno orden liberal que posteriormente desarrollarían los fundadores del liberalismo clásico. Aquí es preciso recordar la importancia de algunos tratados escolásticos bien conocidos en la Europa Moderna, como fueron la citada Defensio Fidei (especialmente sus libros III: Principatus Politicus, y VI: De Iuramento Fidelitatis) de Francisco Suárez, o el De Rege et Regis Institutione, de Juan de Mariana. El primero fue publicado en 1613 para refutar el famoso Juramento de Jacobo I de Inglaterra. Se propone defender la libertad cristiana frente al absolutismo político (el caso de los católicos perseguidos en Gran Bretaña), al tiempo que es una defensa de la autoridad legítima frente a rebeliones injustificadas (el caso de los protestantes sublevados en los Países Bajos): con la tradición medieval, Suárez entendía que la potestad política es otorgada por Dios directamente al pueblo, y por el pueblo a los gobernantes. Esta postura generó susceptibilidades y alguna incomprensión en España, además de ser condenada públicamente en Oxford (1613) y París (1614). Pero los vericuetos de la Historia permiten afirmar que (citando a Pereña): “dos siglos más tarde, en la revolución francesa y aún en el movimiento de la independencia de los virreinatos españoles en América, las ideas democráticas de Suárez son utilizadas como favorables para el pueblo y contrarias a la nobleza”. Seguramente no se pueda hablar con propiedad de “democracia representativa”, pero debo reconocer que me gusta mucho esa frase del profesor jesuita: “omnis potestas a Deo per populum libere consentientem”.

Finalmente, en cuanto al De legibus, me parece muy interesante aquella reflexión escolástica sobre la jerarquía de las leyes, que nos recuerda un argumento muy del gusto de la Escuela Austriaca: la existencia de un orden natural en las actividades humanas, que es el resultado de su acción, pero no de su designio. Estas normas configurarían tanto el ordenamiento político como el económico. En lo que se refiere al primero, la repercusión de todo ese iusnaturalismo escolástico deviene en la defensa de un orden político natural, en el que la autoridad descansa democráticamente en el pueblo. Y los frutos más conocidos de tales premisas serían la defensa del tiranicidio o la justificación de la Independencia americana (que ahora celebra su Bicentenario y sobre lo que me gustará escribirles en otra ocasión).

No quiero terminar estas líneas sin referirme a otro profesor, Francisco Baciero, por cierto de la Universidad de Salamanca, que lleva algunos años estudiando la figura de Suárez como gran precursor de la modernidad. Por ejemplo, analizando su influencia (como ya hemos señalado) sobre Locke; o sobre Leibniz y toda la filosofía alemana del XVII y XVIII.

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