En Madridnia automáticamente pasaríamos a pagar menos impuestos y/o a recibir mejores servicios públicos.
Con el fenómeno Tabarnia, la propuesta de secesión respecto de Cataluña de unas comarcas catalanas en torno a Barcelona y Tarragona y cuya población de manera mayoritaria no desea separarse del resto de España, quizá nos encontremos ante el acontecimiento político, en lo que a Teoría del Estado se refiere, más importante desde que los dizque liberales de Cádiz crearon el Estado español a comienzos del siglo XIX.
Juan Ramón Rallo, preguntado hace unos días en su conferencia de cierre de año en el Instituto, como si de una trampa saducea se tratase, por la compatibilidad entre el liberalismo y la democracia, respondía que, mientras se reconozca el derecho de secesión, la democracia, incluso en su vertiente más feroz (sufragio universal), no debería presentar problemas para el liberalismo. Esto es, podéis ser todo lo democráticos que queráis, pero entre vosotros: a mí dejadme que me largue y me asocie libremente con quien quiera.
Y Tabarnia, con todas las salvedades y matices que se quieran (la aspiración debería ser alcanzar una plena soberanía individual), es eso: libertad de asociación y desasociación; el ejercicio del derecho, inalienable y previo a cualquier constitución y ley estatal, a constituir comunidades políticas de libre adscripción.
Quien esto firma no era muy optimista con el panorama que se cernía sobre Cataluña, porque si malo era que una mitad de catalanes nacionalistas (catalanes) impusiera a la otra mitad la separación del Principado de (lo que quedase de) España, tampoco parecía muy presentable que la mitad españolista (jacobina nacionalista española, en puridad, pues a lo que se apela es a que sea el conjunto de los españoles, esto es, la nación española, quien debe decidir sobre el devenir de cada una de las partes de España) forzase a la otra mitad de sus todavía paisanos a acatar una legislación de hace cuatro décadas (legislación sobre la que, por razones obvias de edad, apenas pudo decidir una parte no representativa de los actuales catalanes). Así las cosas, nos encontrábamos con que la solución que iba a salir del órdago del referéndum del 1 de octubre solo podía ser el trágala de la intangible nación española o el trágala de la granítica nación catalana.
Y en estas aparece Tabarnia en el debate público para colocar a los separatistas catalanes frente al espejo cóncavo de sus contradicciones: en Gerona no nos pueden entender, Cataluña nos roba, somos un pueblo y tenemos derecho a decidir, no hay nada más legítimo que las urnas, esto no va de independencia sino de democracia…
Por eso Tabarnia, valga la expresión de plumilla sin recursos, es un soplo de aire fresco… pero cuya viabilidad resultará harto complicada: jamás un nacionalista catalán aceptará que se trocee su nación, así como difícilmente los constitucionalistas españoles admitirán perder una parte de Cataluña aun a cambio de hacerse hegemónicos en otra. No obstante, aunque solo sea por lo interesante del planteamiento teórico, no habría que desdeñar el impacto de la propuesta tabarnesa a medio o largo plazo en nuestra sociedad.
Hay que tener siempre presente que el Estado español, a pesar de su cacareada descentralización, en términos fiscales y económicos ejerce una feroz redistribución de la riqueza de unas regiones a otras. Las comunidades autónomas españolas disfrutan de competencias en educación, sanidad, cultura o medios de comunicación, pero a la hora de la verdad, es el Estado central quien, en gran medida, recauda, reparte y gasta. ¿Y si surgiera un movimiento de madrileños que reclamase dejar de ser los verdaderos paganinis de este tinglado redistribuidor? En Madridnia automáticamente pasaríamos a pagar menos impuestos y/o a recibir mejores servicios públicos. Y las regiones que en no escasa medida viven a costa de nuestras transferencias podrían por fin empezar a prosperar una vez que se desembarazasen del asfixiante yugo de paniaguados y burócratas que padecen.
Pero iré más lejos. ¿Y si el ejemplo de Tabarnia diese pie al surgimiento de pequeñas comunidades organizadas según las normas que voluntariamente sus miembros se quisieran dar a sí mismos? Los del olor a estiércol, tractores, camisas de cuadros y pantalones de pana del agro catalán podrían disfrutar, con todo el derecho del mundo, de su republiqueta indigenista, de pureza étnica y en la que solo se pueda estudiar y rotular en catalán. Y, por poner otro ejemplo, los habitantes del distrito de Salamanca en Madrid, caso de formar una comunidad política, se garantizarían no ser gobernados nunca más por comunistas y volverían, entre otros beneficios, a contemplar en sus calles una Navidad digna de tal nombre…
¡Siempre Tabarnia!
1 Comentario
Así es. Parece que algo se
Así es. Parece que algo se mueve y convendría saber aprovecharlo. Que de algún modo afloren espontáneamente las contradicciones del estatismo siempre debiera suponer para un liberal motivo de satisfacción y esperanza en tanto que aboque a considerar los conflictos en sus justos términos, sin subterfugios: sólo los individuos tienen derechos (negativos), no los territorios ni los colectivos.
Si bien Tabarnia se pergeña como una parodia burlona de la veleidad nacionalista, también plantea, en efecto, una prometedora e insoslayable cuestión de fondo: el, ya popular, deseo de autodeterminación debe referirse al individuo o será un concepto vacío e inconsistente. En esta tesitura, creo oportuno destacar que tan fecundo debate, por todavía confuso e incipiente que sea, sólo puede surgir de la tensión política y de una crítica radical hacia cualquier postura pseudopacífica, pero jamás vería la luz si el separatismo colectivista lograra triunfar. Por eso, quienes desde un libertarismo más visceral que meditado se han apresurado de hecho a bendecir el nacionalismo fascistoide, ignorando sus manifiestos ataques al individuo, como si el fin justificara los medios (aforismo que condensa la esencia antiliberal) lanzan piedras contra su tejado: podremos especular con Tabarnia o Madridnia sólo en la medida que todo nacionalismo encalle. Así que mejor no servir balones de oxígeno al que todavía colea.