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Teletrabajo, sí, pero libre

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El libre mercado tiene considerables ventajas a la hora de encontrar soluciones a dificultades, conflictos y complicaciones que puedan surgir en un contexto o bajo unas circunstancias. La posibilidad de probar varias de ellas es consecuencia de poder poner el foco en el problema y no colocarlo en la norma que, no pocas veces, impide o dificulta algunas de esas soluciones, cuando no las limita a una o unas pocas. La situación ligada a la pandemia de la covid-19 colocó a empresarios y trabajadores de todo tipo y condición ante la imposibilidad de seguir ejerciendo su función, abocándoles, incluso, a la pérdida del trabajo o el cierre de la empresa. Ante esta grave situación, se planteó, entre muchas, la posibilidad del teletrabajo, que era una modalidad exótica de trabajo, en el sentido de que se venía hablando de ella durante muchos años, sobre todo en los medios de comunicación, pero raramente se planteaba en serio en el ámbito empresarial, sólo unos pocos eran los que se la permitían y casi siempre como una pequeña parte del concepto más amplio de la conciliación laboral. A partir de ese momento, mucho se ha hablado de ella, y su relativo éxito ha hecho que el Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias salga a regularlo para evitar “abusos” y definir conceptos.

Diría que el teletrabajo es una medida de éxito indudable, pero limitado. Es evidente que sólo es posible en los trabajos que no requieren la presencia física del trabajador para realizar el servicio que ofrece la empresa. Ninguna obra, ningún servicio de reparaciones, ningún servicio de mensajería o transporte, entre otras actividades, puede hacerse sin una o varias personas que lo hagan en el sitio y en el momento requeridos[1]. El teletrabajo ha sido una solución parcial para aquellas empresas y aquellos trabajadores que usaban o podían usar las tecnologías de la información para hacer su labor. Ha ayudado, eso sí, al desarrollo exprés por parte las empresas tecnológicas de soluciones a cuestiones como un mayor y más eficiente ancho de banda, un uso intenso de las redes, así como la promoción de programas y aplicaciones existentes y el desarrollo intensivo de nuevas que resolvían, al menos parcialmente, las necesidades que iban surgiendo (videoconferencias, software de control de jornada, etc.). Ha sido el mercado, la labor de miles de empresas y profesionales de estos sectores oferentes, la que ha facilitado este contexto para que el teletrabajo haya sido posible, y no las regulaciones o la labor de los políticos. Conviene recordarlo, pues ahora algunos se han apuntado tantos que pertenecen a otros.

El teletrabajo, sin embargo, no está exento de limitaciones. Ya he mencionado las ligadas a la naturaleza de la actividad desarrollada, pero incluso en aquellas que se adaptan bien, tiene un límite. El teletrabajo implica desarrollar en el hogar parte o toda la labor que, en otras circunstancias, se desarrollaría en el puesto laboral. Eso implica, no pocas veces, mezclar en un único sitio la vida laboral, familiar y personal. Las condiciones que se han dado en la pandemia han favorecido esta circunstancia y no ha sido agradable para muchos. Las personas necesitan compartimentar actividades por una cuestión de higiene mental. En caso contrario, surge cierta sensación de celda, desencadenándose conflictos, agravándose los aspectos negativos y diluyéndose los positivos. Una de las quejas habituales ha sido el no poder desconectar del trabajo, que debería ser algo habitual al salir del ámbito laboral. Otra queja ha sido la dificultad de tener un horario fijo, ya que el hecho de convivir con otros supone distracciones y una labor interrumpida continuamente (sobre todo si hay menores de edad y otros dependientes). También ha habido quejas entre los trabajadores de que sus superiores les han llamado a deshoras, incluso en fines de semana, por cuestiones puramente laborales, hecho que, en circunstancias normales, era poco habitual.

Otro de los aspectos polémicos que ha salido a la palestra ha sido el coste que ha supuesto para el trabajador esta modalidad, ya que usa los recursos que tiene en su casa y no los de la empresa. En bastantes casos, las empresas han puesto a su disposición ordenadores personales, aunque la electricidad, el ancho de banda y otros elementos han sido aportados por el trabajador. No menos cierto que lo anterior es que, para el trabajador, también ha habido ahorros, en algunos casos considerables, como son los ligados al desplazamiento o los gastos en hostelería, comidas y otros similares, que ya no ha sido necesario hacer o al menos ya no salen tan costosos. El teletrabajo no es una solución mágica para nadie y es posible que haya cambios en la carga de los costes, pero fijarnos sólo en los costes que nos interesan para hacer ciertas reivindicaciones con carga ideológica quizá no es lo más adecuado para el eficiente funcionamiento de la medida. Es complicado saber cuándo los gastos en un hogar se refieren a una labor ligada al ámbito laboral y cuándo no. ¿Cómo se adjudica el ancho de banda de una conexión a internet si un miembro de la familia está viendo Netflix y otro, a su vez, está conectado en una teleconferencia? ¿Cuánto del consumo eléctrico sería asumible por dos empresarios en un hogar donde dos personas desarrollen teletrabajos para distintas empresas? No es fácil separar, salvo que este teletrabajo se haga desde otro sitio que no sea el hogar familiar y se pague un alquiler incluyendo los costes propios de la oficina. En este sentido, si el teletrabajo se generaliza, empresas de coworking podrían facilitar el coste al empresario original[2].

Toda esta polémica ha llevado al Gobierno, con el consejo y la presión de ciertos organismos sociales, a ponerse manos a la obra para regular el trabajo a distancia con un Real Decreto Ley, que entra en vigor el 13 de octubre. De entrada, se fija que será teletrabajo cuando se realice al menos durante más de un día y medio a la semana, lo que no deja de ser un límite arbitrario. En el Real Decreto Ley se asegura que todas las empresas deberán proporcionar a los empleados los medios, herramientas y equipos necesarios y que “no podrá suponer la asunción por parte del trabajador de gastos relacionados”, pero que “podrá establecer el mecanismo para la determinación y compensación o abono de estos gastos”, y que en el acuerdo se debe incorporar un “inventario”. Personalmente, lo veo complicado, no sólo por los ejemplos que he puesto antes, sino porque es demasiado difuso para ser legislación, parece que está redactado para crear conflictos y hacer la medida imposible.

Esta legislación dice favorecer la reversibilidad de la modalidad de trabajo, lo que en principio está bien, y evita jornadas laborales interminables, abogando por el “derecho a la desconexión digital”, con un horario que debe ser respetado, aunque es complicado establecerlo de cualquier manera, ya que, al menos en el hogar, las interrupciones pueden ser demasiado frecuentes y la disciplina para lograrlo, no ser tan fácil de mantener. Personalmente, creo que el trabajo ligado a un horario es más complicado de adaptar al formato de teletrabajo que el ligado a objetivos. Yo veo más una transición del primero hacia el segundo para incrementar la eficiencia, pero eso entraría en conflicto con el Decreto.

El Decreto establece también la exigencia de evaluación del lugar de trabajo a cargo de la empresa, o las instrucciones para que pueda hacerlo el propio trabajador si la empresa no es autorizada a acceder al hogar o local; otro hecho polémico, ya que no siempre se puede tener una casa lo suficientemente preparada para la labor y, en el peor de los casos, habría que optar por un alquiler cercano al domicilio[3]. En resumen, se me antoja una legislación demasiado rígida para una medida que, en la mayoría de los casos, está ligada a una situación excepcional como la vivida en la pandemia que, si bien se pueden normalizar ciertos hábitos adquiridos, es razonable pensar que una vez que la pandemia sea vencida, las cosas vuelvan a su cauce[4].

Incluso el Gobierno se ha planteado la adaptación de las zonas rurales (lo que se llama, de manera errónea, la “España vaciada”) para el desarrollo del teletrabajo, incluso a nivel europeo y mundial. La idea no deja de ser un brindis al sol, salpicada de demagogia, al obviar las dificultades que aparecen en este ámbito territorial (aunque el pensamiento mágico nos lleve a imaginar un futuro maravilloso lleno de aldeas y pequeñas poblaciones conectadas). Sería necesaria una inversión potente en digitalización de las zonas rurales, algo que está aún por llegar, pese a las mejoras hechas en los últimos años. Esta iniciativa asegura que el clima, el precio de la vivienda o la calidad de vida son factores positivos, pero, suponiendo que haya una red digital aceptable, la ventaja del precio pronto se vería dificultada por el lógico aumento del precio de la oferta ante una demanda creciente. Por otra parte, el clima de la zona y la calidad de vida (sea lo que sea eso) son irrelevantes para el desarrollo del trabajo en sí y sólo serían valorados de forma subjetiva por la persona que busca el lugar, no habiendo un gusto objetivo. El Gobierno, por último, aboga por una normalización de esta actividad, cosa que se me antoja que terminaría frenando tal soñada migración.

El teletrabajo es una solución parcial a un problema global, cuya regulación excesiva e ideologizada aspira a destruir sus ventajas. Parece que las soluciones que surgen del libre mercado, de la interacción voluntaria entre trabajadores y empresarios, fueran por sí mismas perversas, mientras que las surgidas de la mente de políticos que han tenido poco o ningún contacto con el mundo empresarial fueran virtuosas y loables. En tanto en cuanto la solución surja del libre acuerdo entre partes (empresario y trabajador) será más eficiente, pues se podrá ir adaptando en función de las necesidades o el contexto. Por el contrario, si una excesiva regulación acaba con las ventajas y la adaptabilidad de medidas como el teletrabajo, nos veremos abocados a que, en otras pandemias y hechos similares, no haya soluciones que permitan una actividad económica necesaria para todos.

[1] Para mí es discutible que exista una tecnología adecuada para que la telemedicina sea eficiente. La pandemia ha propiciado mucho este tipo de atención, pero creo que sus resultados finales han sido muy mejorables y, en algunos casos, trágicos.

[2] No podemos dejar de pensar en aquellos sectores que se han visto lastrados por el hecho de que los trabajadores dejen de ir a hacer su trabajo en las oficinas habituales. En especial, las empresas de hostelería, que han reducido mucho sus ingresos.

[3] Lo que supondría un desplazamiento, más corto, eso sí, pero desplazamiento, para el trabajador. La empresa podría plantearse si le merece la pena asumir ese teletrabajo.

[4] Quizá estemos de suerte y se elimine de una vez por todas el exceso de reuniones que ralentizan y no ayudan al desarrollo laboral, pero esto es una opinión muy personal.

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