Uno de los errores más frecuentes a lo largo de la historia de la teoría económica ha sido considerar que la tierra y su explotación tienen un algo que la hace diferente y, por tanto, debe justificarse la intervención estatal de una u otra manera. Ese qué sé yo esencial, en parte, era que de ella se extraía el alimento básico, pero también, que su propiedad era un elemento de poder y de estatus. Quien no tenía tierra tenía que pagar por labrar la de otro o vender su trabajo para no vagar por los caminos. El mismísimo John Locke defendía la propiedad privada pero consideraba que, en el caso de la tierra, la propiedad privada estaba muy bien siempre que se dejara para los demás as good and enough.
Pero a medida que la industrialización se ha generalizado, el nivel de vida de nuestra civilización occidental ha mejorado gracias al desarrollo del sistema capitalista de mercado, la tierra ha dejado de tener esa relevancia y la supervivencia no depende exclusivamente de los frutos de la tierra. No para los europeos en general. Y, desde luego, no tanto como para, pongamos, los africanos.
A pesar de ello, seguimos machacando a los países menos desarrollados con la vergonzante Política Agrícola Comunitaria. La PAC nació a principios de los 60, en una Europa que acababa de firmar el Tratado de Roma, que todavía trataba de recuperarse de la guerra y que no podía competir con la agricultura estadounidense. Para que luego venga Naomi Klein a decir que Friedman se dedicó a buscar ocasiones traumáticas en los países en vías de desarrollo como Chile para aplicar medidas liberalizadoras y egoístas. Es precisamente al contrario, parece que la pobreza, la recuperación de una guerra, etc. justifican la protección estatal. Y mucho más tratándose de la agricultura y del subsidio de precios agrícolas para suavizar la posguerra.
Pero incluso si nos ponemos las gafas de no ver y pasamos por alto su origen, el caso es que hacia 1990 la PAC se había convertido en un monstruo, hijo de la intervención y la hipocresía, que impedía el desarrollo económico de los países menos favorecidos. Por ejemplo, en la industria azucarera el 70% de los subsidios europeos se dedicaron a subvencionar la exportación, gracias a lo cual las industrias del Caribe y de Brasil se vieron anuladas por completo. No solamente eso, la idea de producir a destajo con financiación europea (para la producción o para la distribución, me da lo mismo) recibió críticas de los ecologistas que consideraban el daño medioambiental y el agotamiento de los recursos.
Finalmente llegaron las reformas, la de 1992, la del 2003… Reformas para llegar al mismo sitio, coincidiendo con la entrada de un puñado de nuevos países en la Unión Europea, implementadas a lo largo de 11 años y con más de una moratoria para determinados países dispuestos a resistir hasta el final antes de perder las ayudas.
Mientras tanto, los países pobres para quienes la agricultura es la base de su subsistencia reciben las migajas que los europeos tan caritativamente les concedemos. Eso sí, de competir en el mercado, nada.
Para el 2008 hay prevista otra reforma. Se intentarán unificar los 21 mercados comunitarios (por productos) en uno único y hacer que la Unión Europea sea más competitiva. Esta idea de la intervención para competir, además de muy difundida, está viciada. La idea de competitividad justifica la intervención estatal en aras del "mercado". Los países, las empresas compiten en un mercado libre (el mejor mecanismo redistribuidor que haya existido), lo demás es simple y pura intervención en un mercado no-libre que desemboca en monopolios y redistribución arbitraria.
Otro aspecto es el presupuesto. La buena noticia es que mientras que el presupuesto de la PAC representaba un 70% del presupuesto total de la UE en 1984, se ha ido reduciendo hasta representar un 43% en la actualidad. El hecho de que las decisiones de política agrícola se tomen a nivel europeo unido a las recientes incorporaciones de países necesitados de financiación no va a facilitar que esta tendencia continúe. Por no hablar de los problemas de transparencia de las ayudas.
Muy interesante sería saber exactamente cuál va a ser la factura del biofuel y si todos la vamos a pagar por igual. Es el problema de la fijación exógena de objetivos económicos, y más cuando esos objetivos son "de todos". En este caso, todos somos Europa.
Lo más sangrante es que mientras seguimos manteniendo una postura hipócrita con los países menos desarrollados (en especial con los del continente africano), quienes protestan ante esta reforma lo hacen demandando más protección, mayores subvenciones a los precios del azúcar y el mantenimiento de la teta de la vaca llena para que no se nos acabe la sopa boba aunque ahora seamos más.
Recuerdo la letra de la canción de Glutamato-Yeyé: Todos los negritos tienen hambre y frío, tiéndeles la mano, te lo agradecerán… Pocas veces se ha retratado tan fielmente la estupidez mercantilista europea.
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