La Summa de Tratos y Contratos publicada por Tomás de Mercado en 1569 ofrece una amplia variedad de consejos valiosos para los actuales profesionales del comercio. Este tratado mercantil del dominico español es otro ejemplo más de la ciencia económica aquilatada por la Escuela de Salamanca durante el siglo XVI.
Aparte de las discutibles opiniones del autor sobre la teoría cuantitativa del dinero, los precios tasados y determinados prejuicios de carácter religioso, la Summa define con claridad en qué consiste vender, alaba la función social del comercio y brinda magníficas lecciones para los emprendedores. En su Sevilla natal y gracias a la familia, Tomás de Mercado conoció desde joven el ambiente de los mercaderes. Era la época en que la aventura americana de España estaba en plena ebullición. Mercado se aprestó a razonar las motivaciones de aquel intenso periodo por medio de este tratado cuyas conclusiones siguen siendo válidas.
Para el dominico un comerciante es aquel que aguanta un bien previamente adquirido, sin transformarlo, esperando más adelante transar con él. Ese es el valor y la incógnita en la venta: la expectativa de lo que puede o no llegar. Asuntos de menor mérito son los casos del labriego o el escudero que venden su trigo o sus corceles respectivamente sin dilación:
El mercader no busca ni aguarda se mude la substancia o cualidad de su ropa, sino el tiempo y, con el tiempo, el precio, o el lugar… Mercar cualquier género de ropa o bastimento y, sin que en él haya mudanza, tornar a venderlo, porque le aumenta el valor o muda lugar, esto es mercadear y negociar.
Mercado recomienda modestia y discreción en los comerciantes, siempre vigilados por la envidia igualitaria de sus contemporáneos. Hoy, algunos emprendedores hispanos de alto nivel siguen a pies juntillas este consejo:
Así que en vivir modesto excusa costa, ahorra dineros y hácese bienquisto y acreditado. Ítem deben ser en su hablar reportados y de pocas palabras, atento que si hablan mucho, como siempre hablan en derecho de su dedo, pensarse ha de ellos que en todo engañan.
El autor reprende la costumbre de apurar el precio final en detrimento de la otra parte durante el acuerdo; anima a la autoformación (“aficionados a buenos libros”) ante las tribulaciones y prefiere los consultores que comprendan la praxis de los negocios a los eruditos en demasía. Tomás de Mercado ampara la pluralidad de sociedades mercantiles para que los fines del comercio lleguen a buen puerto:
En estas compañías, unas veces ponen todos dineros y trabajo; otras, se reparte el puesto, que unos ponen dineros, otros lo negocian y tratan. En la ganancia, unas veces ganan por iguales partes; otras, por desiguales -el uno dos tercios, el otro uno-; y de otros mil modos se varía y diferencia el concierto, tanto que no cae debajo de número ni ciencia, ni es menester que caiga.
Mercado defiende el valor subjetivo en los bienes y relata la sorprendente historia, digna de película de género, de un navío que, cargado de oro y plata, encalló en 1556 frente a las costas de la Florida, cuyo cargamento de oro y plata era cordialmente rechazado por los indios que habitaban aquellos parajes ( Libro II, capitulo VI ):
Esta es prueba evidente de esta verdad que tratábamos: que no valen las cosas entre los hombres lo que vale su natural, sino, según dijo el Filósofo, lo que es nuestra voluntad y necesidad, como la que les da estima y valor.
Por último, (dejando aspectos para otro comentario) Tomás de Mercado alaba la dignidad social que el comercio trae consigo. Es la última cita, quizá extensa, pero es inmejorable y los globofóbicos, que siempre minan los deseos de la gente humilde en salir de la miseria, deberían enmarcarla si algún día les alcanza razón:
Hesíodo, autor antiquísimo, y Plutarco afirman que en aquellos tiempos ningún género de vida que el hombre siguiese, ni ejercicio ninguno en que se ocupase, ni trato ni oficio en que se ejercitase, era tan estimado y tenido entre las gentes como la mercancía, por la gran comodidad y provecho que causa, así en los tratantes como en todo el cuerpo de la república. Lo primero, esta arte provee las ciudades y reinos de infinita variedad de cosas que ellos en sí no tienen, trayéndolas de fuera, tales que no sirven sólo de regalo, sino muchas veces necesarias para la misma conservación de la vida. Lo segundo, hay gran abundancia de toda suerte de ropa, así de la propia de la tierra como de la extranjera, que es gran bien.
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