El New York Times ha dado a conocer parte de los planes del Gobierno de los Estados Unidos en su lucha contra el terrorismo islámico. La Administración federal seguía los pasos del dinero, la savia que junto con el odio sin límites a lo occidental alimenta las organizaciones terroristas y sus actividades criminales. Tenemos que acabar con ellos, ¿no? Y tiene que hacerlo el Gobierno, ¿no? Y si para hacerlo tiene que tener control sobre las claves internacionales de nuestras cuentas, si tiene que intervenir los teléfonos de los periodistas y otros ciudadanos, pues qué le vamos a hacer. Su objetivo es protegernos.
¿No?
Mientras nos entretenemos en pensar si el Estado va a renunciar a cualquier objetivo que pueda obtener con todos los medios que se arroga con la excusa de perseguir al terrorismo, centrémonos en la actitud del New York Times y en la de sus críticos. Los más conservadores han pronunciado en un tono más elevado que otras, la palabra traición. La información del Times desbarata los planes del Gobiernos por invalidar los planes de los terroristas, en su permanente lucha por hacer de este un mundo más seguro. Pero no es la única crítica. Resulta que el Times pretendía haber desvelado un secreto que, pásmense, estaba en boca de todos. Algo así como si dijera en sus páginas que ha desvelado los secretos planes de Bush de hacer permanentes sus rebajas de impuestos. ¿En qué quedamos? ¿Ha desbaratado un preciado secreto oficial o engaña a sus lectores habiendo pretendido hacerlo, ya que se hablaba de ello hasta en las hojas parroquiales?
La reacción conservadora a la información del Times es el típico caso en el que un macrovalor colectivo nubla el pensamiento hasta dejarlo absolutamente inservible, algo que ellos mismos denuncian una y mil veces en la izquierda, y con razón. Ese valor colectivo es la fidelidad al Gobierno por lo que se refiere a nuestra seguridad. Todo lo que se oponga a sus designios, a sus manejos, a sus planes, es traición.
Pero contar la verdad, ¿es traición? Y si lo es, ¿a qué se traiciona? La respuesta no puede ser otra: a algo que no casa con la verdad, que sufre con la convivencia de una sociedad informada y que puede tomar sus decisiones responsablemente y por el contrario se crece con el ocultamiento, la propaganda y la mentira, disfrazada de verdad por profesionales. La acusación de traición a un medio de comunicación por contar lo que ocurre es el reconocimiento de una debilidad, la alianza con vacío informativo y moral.
Cuando se antepone un valor colectivo (en este caso la seguridad nacional y la fidelidad debida al Gobierno en esta materia) a los derechos individuales, como el de obtener información veraz y transmitirla, lo más valioso se pone en peligro. Puesto que estos valores supraindividuales son imposibles de asir, no se refieren ni pueden referirse a situaciones concretas, su ámbito es potencialmente ilimitado y por tanto su capacidad para arrinconar a los derechos de las personas es total.
Pero, entonces, ¿cualquier traición es inocua? ¿Toda fidelidad es innecesaria o incluso mala? Ni mucho menos. La sociedad es un entramado de afectos, dice Arcadi Espada, con profunda verdad. Esos afectos se asientan en unas relaciones de solidaridad, de acuerdos mutuos y convenciones aceptadas que permiten ese milagro de que millones de personas puedan seguir sus propias vidas en relación con el resto. Estas solidaridades interpersonales necesitan de un compromiso personal, y su violación sí es una traición moralmente reprobable. Pero no es el caso del Estado. La relación que mantenemos con él es de obediencia y subordinación. Ninguna exige un compromiso moral.
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