Skip to content

Triángulo rosa sobre uniforme a rayas

Compartir

Compartir en facebook
Compartir en linkedin
Compartir en twitter
Compartir en pinterest
Compartir en email

Para aquellas ideologías que tienen soluciones totales para los problemas de la sociedad, la homosexualidad consentida ha de ser combatida. Es más, en casi todas las sociedades ha habido generalmente un sentimiento (y una legislación) hostil hacia dichas prácticas voluntarias. Nada es comparable a la opresión ejercida por los regímenes totalitarios al imponer coactivamente una moral al conjunto de sus subordinados.

Desde que Stalin promoviera la moral de la "familia socialista" y criminalizara la homosexualidad en 1933, la ortodoxia comunista dictaminó que ésta era fruto del vicioso capitalismo. Se tipificó como delito en el código penal soviético. El testimonio de dos o más vecinos contra alguien que vivía sin compañía femenina y que acogía por las noches sólo a hombres podía acarrearle hasta cinco años de prisión por tan "peligroso" delito. En enero de 1936, Nikolai Krylenko, comisario del pueblo para la Justicia, anunció que la homosexualidad era subversiva y propia de las clases explotadoras; no habría lugar para ese tipo de conducta en la "sana" sociedad comunista. Se vinculó, pues, a la contrarrevolución (Yagoda, un mujeriego jefe de la NKVD, la relacionó incluso con el espionaje y Gorki, pluma del realismo socialista, con el fascismo). Más tarde, las autoridades médicas y judiciales soviéticas corroborarían en multitud de ocasiones ese punto de vista moral ejercido desde el poder.

Durante el nazismo se endurecieron exponencialmente las penas ya existentes contra los homosexuales que acabaron por engrosar las listas de los colectivos que la GESTAPO pretendió exterminar (no menos de 10.000 personas fueron asesinadas por dicho motivo). En los campos de concentración se les identificaba, según el marcador nazi de prisioneros, con un triángulo rosa invertido y bordado en su uniforme-pijama. Su trato hacia ellos en dichos campos fue brutal. Eran, de entre todos los presos, los que menores posibilidades tenían de sobrevivir. Himmler fue un fanático perseguidor de homosexuales por considerarlos degenerados genéticos de la raza a los que había que erradicar completamente de la sociedad. Los experimentos hormonales y químicos llevados a cabo en 1944 por el médico de la SS Karl Vaernet en el campo de Buchenwald para la "cura" de la homosexualidad fueron viles y criminales.

En la China de Mao, por su parte, se les persiguió de manera inclemente especialmente a lo largo de la Revolución cultural. Se les encarcelaba durante años y, a veces, se les castraba o ejecutaba. En 1997 se descriminalizó la homosexualidad y sólo recientemente se ha eliminado de la lista oficial que recogía los desórdenes mentales (Rusia lo haría en 1999).

Fidel Castro la combatió tenazmente en su isla. Durante algún tiempo fue ilegal en Cuba y estaba penalizada con cuatro años de encarcelamiento. Se requirió a los padres para informar a las autoridades cuando observaran a un hijo "desviado"; el no hacerlo era un crimen contra la revolución. A mediados de los años sesenta hubo detenciones en masa de homosexuales, sin cargos ni procesos. Muchos fueron internados en campos de trabajos forzados (las UMAP) con el objeto de ser reeducados, para "hacerse hombres" según pontificaban los agentes del Gobierno cubano (los catetos revolucionarios siempre idealizando la vida rural). A pesar de que el código penal cubano de 1979 la despenalizó formalmente, su situación legal en Cuba sigue siendo hoy delicada. La conducta homosexual "causante de escándalo público" puede ser castigada con hasta doce meses de cárcel y esta sanción se utiliza caprichosamente para arrestar a hombres afeminados o travestidos. Periódicos u organizaciones de homosexuales están completamente prohibidos en el paraíso progre caribeño.

Incluso hoy día en los países del antiguo bloque comunista persiste aún mucho prejuicio e intolerancia hacia los vínculos homosexuales fruto de la estela de la antigua moral colectivista e inquisitorial.

En las complejas y civilizadas sociedades de hoy la homosexualidad ha dejado de ser, por fortuna, un problema comunitario. En este contexto, el actual socialismo desdentado defiende el "otorgamiento" de derechos a los homosexuales como mero señuelo para ganarse el voto de dicho colectivo, que es lo que verdaderamente interesa. Por el contrario, en su programa político la defensa de las libertades individuales, en general, no parece ser una prioridad. Las ideologías colectivistas son "maravillosas" pues les resulta sorprendentemente fácil apoyar una cosa y la contraria en su estrategia hacia la toma o permanencia del codiciado poder.

Es siempre amenazador aleccionar en asuntos morales desde el Estado. El liberalismo, pese a renunciar al "punto de vista privilegiado sobre el mundo", reconoce que la moral constituye un factor humano relevante, si bien recela que su difusión sea ejercida desde el poder. Se sabe que el ser humano es hipersocial y, al tiempo, que su conocimiento es falible. Su aspecto práctico se encuentra diseminado y tácito entre todos los millones de personas vivas. El ejercicio efectivo de la libertad del individuo amparado por reglas generales y no discriminatorias se torna, pues, imprescindible para el progresivo aumento pacífico de medios y fines del hombre. Sólo así se evidencia realmente un respeto integral por la persona, inquietud primera del liberalismo.

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más artículos