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Un camino de un solo sentido

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Un economista, al recordar sus años en la London School of Economics, se refería a Paul Sweezy como «el más hayekiano de los hayekianos». Hayek, como es bien conocido, es el intelectual liberal más influyente del siglo XX, mientras que Paul Sweezy es uno de los pocos economistas marxistas de cierta relevancia. Un caso más conocido, prácticamente único para un intelectual de su talla, es el de John N. Gray, que pasó del liberalismo (con elogios a John Stuart Mill, todo hay que decirlo) a convertirse en uno de sus críticos más conocidos. Curiosamente, también tiene cierta relación con Hayek, ya que le ha dedicado un libro y, en el último que ha publicado, aún a costa de exponerse al público sonrojo por quienes hayan leído al austríaco, le dedica varias páginas tan críticas como alejadas del pensamiento real de Hayek.

Gray es una excepción. Mill lo es, también. Habitualmente los pensadores liberales no abjuran de la defensa de la libertad para pasarse con armas y bagajes al socialismo. Lo contrario, sin embargo, es una experiencia común. Mario Noya y Javier Somalo acaban de publicar un libro en el que han recogido una docena de testimonios en torno a la pregunta ¿Por qué dejé de ser de izquierdas?, un tránsito que requiere siempre el abandono del socialismo. Yo salí del reconfortante terreno del socialismo muy joven. ¿Por qué el viaje es siempre en el mismo sentido? ¿Qué hace que la experiencia de dejar atrás el socialismo sea muy común pero que el camino inverso sólo lo hayan transitado unos pocos?

El socialismo nos llama desde nuestros atávicos instintos tribales, que repelen la complejidad, el cambio incesante, la diversidad propia de las sociedades libres y extensas. Más allá de los méritos que pueda tener el pensamiento socialista, en gran parte está subordinado a un llamado de nuestros genes, a un recuerdo ancestral impreso en el alma humana. El socialismo pretende eliminar todas las manifestaciones de ese mundo complejo y antiintuitivo e imponer una sociedad igualitaria, pulcra, racional, comprensible. La imagen de la nueva sociedad, la indignación por las injusticias propias de las sociedades libres queman el alma del socialista, le convencen de que cualquier paso hacia la nueva sociedad es justificable.

Por ello vemos a legiones de personas que en su vida diaria son perfectamente razonables, pero que en cuestiones políticas mienten sin ningún reparo o justifican un sistema que ha causado cien millones de víctimas de pura represión mientras se ven a sí mismos moralmente superiores a quienes se duelen de tales crímenes. Pero no todos resisten. Habitualmente alguno de tales excesos lleva al socialista a preguntarse qué habrá llevado a sus correligionarios a cometerlo. Y cuando obtiene la respuesta, aparece su propio comportamiento pasado bajo una nueva luz. Por eso los ex socialistas son menos transigentes con la moral de que el fin justifica los medios, tan propia del socialismo.

¿Por qué son contadísimas las excepciones a la norma de que los liberales nunca dejan de serlo? Quien ama la libertad, lo sabe.

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