Gracias a economistas como estos, la economía no es en absoluto la ciencia lúgubre de la que hablaba Carlyle.
Ya en el siglo XIX, se denominaba, de un modo un tanto místico, a la ciencia económica como “la ciencia lúgubre”, a partir de la conocida frase del filósofo Thomas Carlyle, haciendo referencia a la teoría de la trampa malthusiana y las previsiones de este con relación a la escasez de los alimentos derivada del crecimiento geométrico de la población. Algo queda todavía de este pensamiento en la ciencia económica con teorías como la del “decrecimiento”, promovida no solo por activistas sociales de carácter extremista, sino asimismo por algunos economistas académicos; aunque tras los últimos avances en teoría del crecimiento y en economía del desarrollo, la fracción (ya de por sí pequeña) de economistas defensores de la teoría del decrecimiento es cada vez menor. Pero hoy no me quiero centrar en estos economistas en concreto, sino en los tres protagonistas de esta última semana, los ganadores del Premio Nobel de Economía 2019, entregado por el Banco de Suecia. Este trio de economistas son Esther Duflo, Abhijit Banerjee y Michael Kremer. Los dos primeros forman un matrimonio de economistas académicos del MIT, mientras que Kremer es investigador en Harvard. Si consultamos la pagina web del Premio Nobel veremos que se les ha hecho entrega de dicho galardón “por su enfoque para aliviar la pobreza mundial”. Pero eso es simplificar demasiado. Estos tres economistas han recibido el Nobel por llevarle la contraria a Carlyle, por hacer bajar la economía de las musas al teatro, y por demostrar que el estudio teórico y la investigación académica no sirven solamente para fomentar discusiones de seminario, sino para generar soluciones y políticas aplicables a la vida real, y que ayuden a solventar los problemas de los ciudadanos. Es admirable el gran trabajo que han realizado, no solo por implementar métodos y vías de investigación enormemente innovadoras en la Ciencia Económica, sino por haber sido capaces de dejar a un lado cualquier sesgo ideológico, y haber dotado sus investigaciones de una objetividad y un pragmatismo sin igual. Ahora, centrémonos en cuáles han sido dichas principales innovaciones metodológicas, su correspondiente aplicación en la realidad, y consecuentemente, sus resultados.
En primer lugar, cabe mencionar cuáles eran los principales objetivos y metas de su trabajo. Tal y como indica el artículo que hoy titulo, este trío de economistas centró su línea de investigación sobre un indicador principal, la pobreza en términos absolutos, y no relativo, que suele ser identificada como desigualdad.
La pobreza en términos porcentuales (sobre el total de la población) se ha reducido desde un 36% a nivel global en 1990, a un 9,5% en 2017. Dicha reducción de la pobreza, tal y como indican diversos estudios (Laurence Chandy, Geoffrey Gertz (2011)- With Little Notice, Globalization Reduced Poverty- Yale University), se debe principalmente a una mayor internacionalización e interconexión de los mercados globales, lo cual ha permitido una mayor diversificación empresarial, creación de oportunidades en países emergentes y difusión masiva de las tecnologías de la información. Lógicamente, dicho proceso globalizador ha tenido efectos secundarios derivados principalmente de la deslocalización de empresas de países desarrollados hacia potencias emergentes, así como sobre la desigualdad intranacional, en multitud de ocasiones. Por ello, lo curioso y relevante de los estudios de Kremer, Duflo y Banerjee es que no se centran en absoluto en explicar este proceso o en observar la pobreza a vista de pájaro y proponer políticas generalizadas a nivel nacional, sino que se centran en determinados grupos de la población y estudian los efectos de las diferentes intervenciones sobre diversos indicadores relacionados al nivel de vida (alfabetización, salud, renta…), habiendo “aislado” previamente al grupo estudiado de cualquier otro efecto externo que pudiera interferir sobre los derivados de la intervención propuesta, y distorsionar así la comparativa con el grupo no intervenido, o al cual se le ha aplicado una intervención distinta. Dichos “experimentos reales” son denominados Randomized Controlled Trials (RCT). Veamos cómo funcionan.
Lo que se hace en dicha línea de investigación es seleccionar de manera medianamente aleatoria dos o más grupos de gente de un tamaño similar y características similares (en el mismo territorio) y que hasta el momento hayan dispuesto de unos medios similares para su desarrollo vital (de aquí deriva la dificultad de dichos estudios), y tras ello se investiga únicamente sobre una pequeña área en concreto. Por ejemplo, como un incremento de la disponibilidad de libros de texto en el aula puede ayudar a reducir la pobreza en el medio plazo a través de la alfabetización, o, en otro “set” de grupos distintos, se estudiaba como puede la asistencia profesional sanitaria y educativa ayudar a las familias durante el desarrollo del bebé y como se transmite esto más tarde en menores niveles de pobreza. Tras ello, se identifica el impacto marginal y diferencial de cada política pública, viendo cuales de todas ellas maximizan los efectos positivos, permitiendo así identificar las intervenciones más eficientes a la hora de ejecutar políticas públicas dirigidas a reducir la pobreza en países emergentes.
Pero, no es oro todo lo que reluce, y tal y como ha indicado el Premio Nobel de Economía 2015, Angus Deaton, los RCT no siempre pueden aplicarse y hay que ser conscientes de en qué situaciones pueden ser implementados para estudiar la divergencia de efectos de las diversas intervenciones, y en qué situaciones resulta más positivo aplicar políticas dirigidas al conjunto de la población y realizar un estudio acerca de los efectos agregados en lugar de particularizar las intervenciones. De todo ello, surge un debate metodológico muy interesante y fructífero a la hora de acercar la economía teórica y la investigación a la vida real de la gente. Para el que desee leer más en profundidad acerca de la opinión de Deaton, recomiendo: Deaton, A and N Cartwright (2016), “Understanding and misunderstanding randomized controlled trials.”
Para el correcto funcionamiento de los RCT, según estos expertos, las intervenciones han de realizarse “aislando” a grandes grupos de gente de cualquier política pública diferente y no contabilizada previamente al inicio del estudio que pudiese distorsionar los resultados. Por otro lado, los efectos han de ser sencillos de medir y mostrar una clara correlación con la política implementada (Por ejemplo: la variación en altura media de un grupo de determinada edad y de una determinada población tras haber introducido un complemento vitamínico en sus comidas, mientras que otro grupo de características muy similares no haya recibido dicho complemento, comparando así los efectos diferenciales de la intervención).
Por otro lado, en la opinión de Deaton, los RCT no serán útiles cuando los grupos de gente a estudiar sean excesivamente pequeños (debido a que las características individuales podrían tener una mayor importancia sobre el resultado final) o cuando se necesite analizar resultados de políticas cortoplacistas, ya que los RCT están más bien dirigidos a medir el Average Treatmen Effect (ATE) en el medio-largo plazo.
Este procedimiento de estudio proviene de las ciencias naturales, como la química o la biología, y uno de los primeros en implementarlo en economía fue Michael Kremer a mediados de los años 90, que junto a sus colaboradores comenzó a estudiar los efectos sobre el capital humano de los países emergentes de intervenciones que afectaran directamente a factores como la salud, la educación, las capacidades laborales, etc. Uno de los primeros experimentos de este estilo que Kremer llevó a cabo fue en Kenia, donde en colegios, estudió el efecto de proporcionar libros de texto adicionales a ciertos grupos de alumnos, analizando la diferencia con aquellos grupos que no disponían de ese “extra” de libros.
Unos años más tarde, Duflo y Banjeree construyeron sobre esta línea de investigación, aplicando RCTs al estudio de como un incremento de los recursos disponibles para la enseñanza primaria en escuelas de la India podía ayudar al desarrollo del estudiante y sus efectos sobre el emprendimiento, asimismo como el efecto (que resultó menor de lo que el mainstream pensaba) de micropréstamos a pobres con aspiraciones empresariales en mente, generalmente siendo estos proyectos de carácter rural.
En conclusión, para conocer los efectos de las distintas intervenciones, así como la metodología empleada en cada investigación o como estos estudios han ayudado a miles de personas a salir de la pobreza, huelga leer el libro Poor Economics, de Duflo y Banjeree, algo que me dispongo a hacer. Comentaremos algo más al respecto en un futuro. Pero ténganlo en mente, gracias a economistas como estos, la economía no es en absoluto la ciencia lúgubre de la que hablaba Carlyle.
1 Comentario
«In 2008 I held that
«In 2008 I held that something as absurd as the pseudo-Nobel in economics would end self-destructing. No point fighting it: it would collapse under the weight & monstrosity of the fraud. You can’t fool people forever.
2019 did the job»
Provocaciones Talebianas aparte, supongo que es de agradecer que a alguien le de por intentar RCTs durante décadas. Lo que no puedo concebir es que, lejos de reconocer sus mediocres resultados, van y les dan un Nobel.
Todo lo que «probaron» tras una serie de malas imitaciones metodológicas que harían sonrojar a cualquier médico, es una retahíla de obviedades inconexas de escasísima relevancia teórica y muy dudosa validez práctica. Pero ahí los tenéis, tres pseudo-ingenieros (con todo el respeto a la profesión) compartiendo fiesta con Peebles.
Mejor mirar para otro lado.