Con la tasa de inflación incrementándose mes a mes a la par que se recortan décimas de las estimaciones de crecimiento futuro de muchos países, vuelve al centro de la escena en el debate económico un término temido: estanflación. Una mezcla de circunstancias inevitables y decisiones de política económica nos podrían estar llevando a un escenario así. Aunque la política económica no es el único ni principal factor afectando al crecimiento de los precios (los cuellos de botella surgen a raíz de una reactivación económica desacompasada), sí está jugando un papel mucho más importante de lo que muchas veces se quiere admitir.
Todos sabemos que en la Gran Recesión del año 2008 se cometieron graves errores de política económica por parte de gobiernos e instituciones, que más tarde tuvieron que ser enmendados virando el rumbo de dichas políticas. Es precisamente el reconocimiento de estos errores lo que ha llevado a los gobiernos y bancos centrales a tratar de evitarlos a la hora de diseñar políticas para paliar los efectos económicos de la Covid-19, siendo esto un error. El fallo viene precisamente de centrarse tanto en evitar los errores del pasado que en ocasiones se pasan por alto algunas de las características diferenciales de la presente crisis con la del 2008 y los adyacentes errores de política económica.
En el año 2008 el shock económico fue principalmente estructural y secular y no tanto una recesión de carácter cíclico, como muchos afirmaron (y aún afirman) hoy en día. Fue precisamente esta interpretación errónea de la realidad lo que llevó al diseño de una política económica inicial que falló en muchos de sus cometidos y tuvo que ser mejorada en muchos aspectos a partir del año 2012 (en Europa). Aún así, aunque dichas políticas económicas lograron solventar sobremanera muchos problemas a corto y medio plazo, no fue capaz de lidiar con ciertas deficiencias estructurales que hoy en día aún arrastran muchos países, como es el caso de España.
La llegada de la crisis de la Covid-19 no ha servido para generar una reacción real de la política económica en pro de resolver dichas deficiencias estructurales. Sí es cierto que los fondos Next Generation tienen un propósito y objetivo reformistas, pero la fiscalización de estos será clave si se desean implementar reformas reales para la transformación del modelo productivo. Mientras tanto, la presente crisis continúa aumentando las desigualdades socioeconómicas, deteriorando la calidad de las instituciones públicas (mayor concentración de poder por parte de los gobiernos y toma de decisiones discrecionales sin la necesaria rendición de cuentas), generando inestabilidad en los mercados financieros y profundizando en determinadas fallas estructurales que perdurarán en el futuro.
Tal y como he mencionado con anterioridad, ha sido precisamente el hecho de tratar de evitar repetir los errores de política económica de la crisis del 2008 lo que está haciendo que en la actualidad se reaccione con excesiva lentitud a la marcada crisis de oferta global que vivimos en el presente. Aunque la crisis de la Covid-19 sí pudo ser considerada como una crisis dual (oferta y demanda) durante los primeros meses de la pandemia en Occidente, hoy en día los remanentes de la crisis son prácticamente exclusivos de oferta. La crisis de demanda se desvaneció casi de un plumazo a raíz de los programas masivos de estímulo fiscal de los gobiernos y la ampliación (tanto en volumen como en el tiempo) de los programas de inyección de liquidez monetaria de los bancos centrales.
Desde finales de 2020 no se ha visto ningún esfuerzo real por parte de los responsables globales de política económica por variar (aunque sea levemente) las estrategias de dicha política, sus instrumentos y el peso relativo de cada uno. Es decir, no se ha hecho una reflexión real sobre el peso proporcional que deben ocupar las políticas fiscal y monetaria en la recuperación económica. Si algo está claro es que el peso de cada una en el mix de política económica no puede ser el mismo que en marzo de 2020, ya que esto podría llevarnos a un punto de inflexión a partir del cual el coste de determinadas políticas sea superior a sus beneficios, a raíz de una inflación sostenida o un estancamiento del crecimiento potencial.
En el momento actual más que nunca las decisiones de política económica han de tomarse de manera coordinada, a través de instituciones multilaterales donde los países puedan expresar sus necesidades y preferencias, adaptando su política fiscal a la estrategia del banco central. Una de las decisiones más relevantes que se deberán tomar a nivel multilateral es la referente al momento de levantar progresivamente el pie del acelerador de los estímulos monetarios y fiscales, ya que, en un futuro cercano, un exceso de estos podría derivar en un peligroso desanclaje de las expectativas de inflación. Lo preocupante no acabaría ahí ya que dicha inflación sostenida supondría varios problemas adicionales de índole económica, financiera, y; por supuesto, social.
Es por todo ello que es el momento de centrar las políticas económicas en la oferta, generando un crecimiento a largo plazo que, a la par, permita suavizar la inflación en el corto. Para ello la política económica se debe centrar en promover inversiones en sectores altamente productivos y que eleven el crecimiento potencial de la economía global. Además, en mercados laborales como el español resultan esenciales políticas de reskilling para determinados grupos de trabajadores que componen el grueso del desempleo estructural. Si los esfuerzos no se concentran en esto, nos encontraremos ante una situación de ralentización del crecimiento económico, incremento de las desigualdades y continuación del crecimiento del peso de la deuda pública sobre el PIB de los países. Para ello, en esta fase de recuperación, resulta esencial un cambio de mentalidad (por leve que sea) por parte de algunos responsables de política económica a nivel global.
La natural transición a la recuperación económica ha hecho emerger cuellos de botella globales y escasez de oferta de trabajadores cualificados en muchos países del mundo. Mientras tanto, la demanda vuelve a nivel pre-crisis e incluso superior en algunos sectores, empujada por las políticas expansivas. Por lo tanto, observando la coyuntura actual, podemos concluir que nos hallamos ante una crisis global de oferta.
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