Hay que tener en cuenta que para algunos países del Este la pertenencia a la OTAN es mucho más importante que la pertenencia a la UE, que no les protege de nada.
Aunque existen muchos pareceres sobre el tema, desde mi punto de vista, la Comunidad Económica Europea, hoy Unión Europea, nace a finales de los años 50 para neutralizar la posibilidad de una nueva Alemania fuerte e impedir una nueva guerra europea, dentro del contexto de la Guerra Fría. La CEE, una entidad internacional de tipo supranacional, dotada de una capacidad autónoma de financiación institucionalizada por los Tratados de Roma de 1957, era por tanto, una organización política con fuerte base económica.
En sus primeros pasos, se convirtió en una alianza económica en la que los miembros más beneficiados eran Francia -la PAC nace para satisfacer las necesidades del campo francés en competencia con los productos agrícolas de mercados mucho más eficientes en el sector primario, como los de los países descolonizados- y la República Federal Alemana, que en pocos años se había convertido, de la mano de Konrad Adenauer y con la inestimable ayuda norteamericana del Plan Marshall -que si bien su efectividad económica puede y debe ser discutida, es incuestionable que consiguió estabilidad y seguridad para la Europa de la posguerra-, en un exportador de productos industriales[1].
La CEE satisfacía las expectativas de los Estados Unidos y, en parte, de la URSS, enzarzados en una guerra fría, ya que el protagonismo político de los alemanes era secundario, aunque el peligro de su resurgimiento siempre estuvo presente en las negociaciones entre superpotencias. Mientras, su peso económico era cada vez mayor y se extendía a buena parte de sus antiguos enemigos. La entrada de Gran Bretaña en 1973, tras la muerte de De Gaulle, que vetaba de manera sistemática la entrada de los británicos por cuestiones más personales que de otro tipo, generó un triángulo político que dio lugar a un equilibrio de poder casi perfecto en un entorno difícil como el que existió durante los años 70 y 80.
En ningún caso, la Unión Europea de esa época estaba basada sobre la democracia, el libre mercado y la asociación libre; por el contrario, aunque había cierta libertad de puertas adentro, la Comunidad era fuertemente proteccionista (lo sigue siendo), nadie elegía a sus líderes y representantes (eso se ha solucionado en parte, pero tampoco satisface las demandas del ciudadano europeo) y eran los gobiernos nacionales más poderosos (en el fondo, sigue siendo así) los que determinaban quién podía y quién no y en qué condiciones se podía entrar[2].
Con la firma del Tratado de Maastrich en 1992, la Comunidad Económica Europea se convirtió en la Unión Europea, fortaleciendo sus instituciones políticas y adoptando cierto espíritu imperial. La UE estaba abierta a la llegada de nuevos miembros y éstos llegaron de la mano de la caída del comunismo en la Europa del Este y la desaparición de la URSS[3]. También fue la época en la que la UE tuvo que hacer frente a una nueva crisis, la que provocó la reunificación alemana, y establecer una posición ante las guerras balcánicas, que nunca fue única sino variada y en función de los intereses de los distintos gobiernos. En cuanto a la primera, no sólo les costó a los alemanes, sino también al resto de europeos, y comprometió su unión política por los recelos de Francia y Gran Bretaña, en especial de ésta segunda. Y es que, medio siglo después, una Alemania unificada se seguía viendo con preocupación. En todo caso, esta nueva Alemania tuvo la “suerte” de que la URSS hubiese desaparecido y de que Occidente la consintiera.
Los países del Este, recién recuperada su libertad, deseando tener una prosperidad como la de Occidente y recuperar la estabilidad política perdida, pidieron y negociaron su entrada en la UE. Alemania en particular y la UE en general vieron, en estos nuevos países, mercados a los que vender sus productos y servicios, lo que ayudaría a hacer frente a los costes de la unificación. Sin embargo, algunos de ellos no podían entrar en las mismas condiciones que los que ya estaban allí y se impusieron plazos y condiciones para dichos procesos. La CEE y ahora la UE nunca había sido una unión de iguales, pero en esos años lo fue menos aún. El Acuerdo de Schengen, las condiciones para estar en la Zona Euro, las diversas asociaciones que había entre países, incluso que no forman parte de la UE pero que de facto están en ella, han ido creando una serie de crisis internas en las que algunos de estos nuevos miembros o aspirantes se han sentido traicionados, a la vez que el equilibrio de poder que había en los 90 saltaba por los aires.
La situación actual es hija de estas contradicciones e inconsistencias, que siempre han existido y que ahora se han plasmado en una nueva crisis institucional. Los habitantes de las zonas más ricas se sienten engañados por los organismos europeos de poder, a los que ni siquiera eligen, salvo los miembros de un Parlamento que no tiene apenas poder real. No está ayudando que ciertos países como Alemania miren más por sí mismos y lleguen a acuerdos políticos y económicos sin tener en cuenta los intereses comunes (suponiendo que los haya). Tampoco ayuda que otros como Gran Bretaña hayan planteado la salida de la Unión para calmar a ciertos círculos euroescépticos que estaban ganando peso a golpe de demagogia y populismo, que hayan convocado un referéndum sin un plan adecuado para la salida y que haya terminado ganando esta opción, creando más incertidumbre donde ya había mucha.
La respuesta a ello ha sido un incremento del sentimiento nacional frente al europeo y la proliferación de los populismos y los extremismos políticos, tanto de izquierda como de derecha, que crecen a la sombra del descontento y se alimentan de la sensación de miedo, frustración e injusticia que nace de la crisis del estado socialdemócrata que es la UE, con sus derechos positivos, que no pueden ser aplicados a todos por igual debido a la falta de recursos públicos, en definitiva, a la inconsistencia e inestabilidad del Estado de Bienestar.
Mientras, algunos de los países periféricos del Este y del Mediterráneo se sienten traicionados, pues no han llegado los beneficios de la permanencia en la Unión. Más bien al contrario; se han visto envueltos en otros problemas, como la crisis de los refugiados, el último episodio de un problema mucho más general, que es el de la libre circulación dentro de la UE sin unas fronteras suficientemente seguras en un entorno de Estado de Bienestar Universal. El descontento es general. La Federación Rusa, que dirige con mano de hierro Vladimir Putin, quiere sacar ventaja de este problema interno de la UE y ha “invitado” a algunas de estas naciones a formar parte de su esfera de influencia. Entre ellas, Grecia, el país más importante de la zona.
La crisis de identidad de la UE está haciendo que se plantee su propia existencia. Debe aclarar si es una organización de iguales; los ciudadanos europeos no se sienten protegidos por las instituciones comunitarias y, por el contrario, algunos perciben a Bruselas como el enemigo y se lanzan en manos de (falsos) profetas del espíritu nacional o de agentes externos que se perciben más fuertes, como los rusos.
Existe un factor más a tener en cuenta: Estados Unidos acaba de elegir a un presidente que, a priori, es partidario de la reducción de la influencia de Estados Unidos en el plano internacional, tanto en diversos escenarios bélicos y políticos, como en la OTAN, donde ha pedido que otros países incrementen su esfuerzo económico[4]. En la actualidad, los estadounidenses asumen casi el 70% del presupuesto total de la OTAN, cuya principal tarea es defender Europa. Hay que tener en cuenta que, para algunos países del Este, la pertenencia a la OTAN es mucho más importante que la pertenencia a la UE, que no les protege de nada. Este abandono de los estadounidenses está siendo aprovechado por rusos y chinos para crecer en poder político-militar y económico en muchas regiones donde los americanos y occidentales están desapareciendo.
[1] Todo ello debido a que, a diferencia de lo ocurrido en la República Democrática Alemana, no se habían desmantelado las industrias de la época nacionalsocialista y, sobre todo, no se había optado por una política comunista.
[2] En el fondo, estar dentro era más ventajoso que estar fuera.
[3] Éste es un hecho fundamental para entender la nueva situación/relación con la Federación Rusa, que está intentando recuperar la esfera de influencia de la URSS y la tradicional de la Rusia zarista.
[4] Este esfuerzo se cifra en un 2% del PIB de cada país como poco, cifra que no pocos países miembros de la Organización ni alcanzan.
1 Comentario
Me parece estupendo el
Me parece estupendo el articulo. Noto en falta comentar la imposición por parte de la UE de políticas que rechazan los ciudadanos de algunos países que sienten están perdiendo su identidad y el fracaso de controlar el gasto público descontrolado de casi todos los Estados y que se percibe como una clase dirigentes de políticos y funcionarios ineficientes es decir una corrupción legal impuesta desde el poder que origina impotencia y sensación de ser usados por muchos de sus habitantes. Esto tiene muy mala pinta