Recientemente, en el último curso del grado de Economía en la Universidad de Cambridge, comenzamos la asignatura de teoría avanzada del ciclo económico. Se basa en comprender, estudiar y analizar matemáticamente las principales características de las diferentes teorías y modelos del ciclo económico. Sin duda, es una asignatura que me ha parecido fascinante y de gran utilidad para comprender el mundo en el que vivimos.
Tal y como nos han explicado multitud de veces, cada teoría del ciclo tiene sus fortalezas y debilidades. Y cada una es más eficiente explicando unos u otros aspectos de la economía. Es por ello por lo que un día en clase me surgió el interés en profundizar algo más en una teoría del ciclo alternativa como es la de la Escuela Austriaca. Tras haber asistido a varias conferencias en el Instituto Juan de Mariana o la URJC y, sin ni siquiera ser yo un férreo austriaco, conocía la teoría algo por encima. Sobre todo en lo relacionado con las principales variables de su modelo y algunas de sus dinámicas.
Teoría austríaca del ciclo económico
Tras profundizar algo más en ella, sin embargo, me he percatado de que, a pesar de que algunos de sus aspectos puedan resultar parcialmente desdeñables desde el punto de vista de la macroeconomía moderna, sin duda muchos otros siguen en vigor y facilitan el entendimiento de muchas de las tendencias económicas que observamos hoy. Es por ello por lo que, en la presente columna, me dispongo a dar algunas pinceladas sobre la teoría austriaca del ciclo económico.
Comenzando por sus orígenes, cabe resaltar que la teoría austriaca del ciclo tiene sus raíces en el trabajo de Böhm-Bawerk. Es uno de los primeros economistas en resaltar las intervenciones de las autoridades monetarias sobre los tipos de interés como causa principal de las recesiones. Durante las fases alcistas, la masa monetaria y el crédito creados a raíz de la liquidez adicional generada por el banco central dispararía los niveles de inversión y consumo por encima de los correspondientes a la tendencia. Ello genera, por lo tanto, una descompensación o desequilibrio entre la capacidad productiva de la economía y los planes de consumo y ahorro intertemporales de los agentes económicos. Dicho desequilibrio sería el que, tras algún tiempo, terminaría causando una recesión que corregiría los excesivos niveles de inversión y endeudamiento y volvería a situar a la economía dentro de sus capacidades productivas reales.
Implicaciones de política monetaria
Tras leer el párrafo anterior, cualquier con unas mínimas nociones de historia del pensamiento económico, habrá podido observar que el pensamiento de los austriacos difería y difiere en gran medida de lo que podríamos considerar el mainstream académico. En este caso, las diferencias son notorias, sobre todo en lo respectivo a las visiones sobre política monetaria. Esta política está en el núcleo de la teoría austriaca del ciclo.
Los austriacos, a este respecto, no solo argumentan que la intervención de los bancos centrales en la economía es la causa primaria de las recesiones, sino que defienden asimismo que las políticas monetarias expansivas (como los tipos cero o el quantitative easing), simplemente contribuyen a postergar en el tiempo los ajustes estructurales necesarios para que la economía vuelva a situarse dentro de su potencial productivo.
En la teoría austriaca, la expansión crediticia generada por el exceso de liquidez introducido en la economía por los bancos centrales durante la fase alcista del ciclo, o como política contracíclica durante una recesión, son la causa motora del desequilibrio en la asignación de recursos productivos en la economía, contribuyendo únicamente a agravar y posponer los ajustes necesarios para retornar a un punto de equilibrio dinámico.
Coordinación intertemporal
Un punto fundamental en la teoría austriaca es la relevancia que se le otorga a la coordinación intertemporal entre las decisiones de producción, ahorro y consumo, siendo (muy en la tradición de Kirzner) las decisiones empresariales agregadas las cuales determinan la asignación intertemporal de recursos productivos, incluyéndose en dichas decisiones la estructura, evolución y utilización del stock de capital disponible.
La clave se encuentra en que dichas decisiones en su conjunto han de ser consistentes intertemporalmente con los planes de consumo de los agentes para que la economía se mantenga en equilibrio en el largo plazo. Para ello, una herramienta esencial en una economía de mercado son los precios, entre los cuales se encuentran los tipos de interés, ya que estos ejercen de señal para la coordinación intertemporal del consumo y la producción, es decir, de la oferta y la demanda.
Los tipos de interés: coordinación o descoordinación
Por su parte, los tipos de interés ejercen como mecanismo de señalización principal en el mercado de fondos prestables, siendo este en el que los agentes ofrecen sus ahorros tras tomar la decisión de posponer su consumo en el tiempo (a cambio de una rentabilidad en formato de tipo de interés) y los emprendedores demandan fondos para inversión (pagando por ello un tipo de interés), generando así producción futura. El precio de equilibrio en dicho mercado sería denominado como tipo de interés natural, Wicksell dixit. En dicho punto de equilibrio, la rentabilidad total percibida por los ahorradores sería igual al incremento de producción futura, posible a raíz de un empleo productivo de dichos ahorros, canalizados a través de proyectos empresariales generadores de valor en el largo plazo.
En todo este proceso, según los austriacos, serían los bancos centrales los principales culpables de la generación de recesiones, por su manipulación de los tipos de interés. Tras una reducción artificial de los tipos de interés, el boom de crédito que se generaría no tendría su raíz en un aumento de la propensión marginal al ahorro o un incremento previo de la oferta de fondos prestables, sino a una transferencia forzada de recursos entre ahorradores e inversores, generando, además, una mayor demanda de crédito para el consumo e inflando de manera artificial la demanda agregada. Parte de dicho incremento de demanda se podría ver satisfecho por aquellas industrias con una mayor elasticidad de oferta, pero no asimismo por aquellas con mayor rigidez en los procesos productivos, lo cual terminaría destruyendo tejido productivo y descompensando la estructura de la economía, conllevando a una recesión.
Reducir la intervención
Si bien es cierto que los austriacos consideran las recesiones económicas como algo inevitable e incluso sano para la economía en un escenario de desequilibrio, también consideran que, en una fase recesiva, una pérdida de confianza inversora y reducción del flujo de crédito por expectativas negativas puede intensificar la tendencia recesiva más allá de lo necesario para la reestructuración del tejido productivo.
Es por ello por lo que algunos austriacos, como era el caso de Hayek, defendían que en un escenario así una mínima intervención en forma de políticas contracíclicas en la economía era aceptable, ya que esto evitaría lo que catalogó como contracción secundaria, escenario en el cual en plena recesión, una mayor preferencia por activos líquidos por parte de los agentes económicos conduciría a un colapso de los niveles de demanda, caída del nivel de precios, y, consecuentemente, un agravamiento de dicha recesión; tal y como ocurrió en la Gran Depresión de los años 30.
En conclusión, tal y como hemos analizado en el presente artículo, la teoría austriaca del ciclo sitúa la creación artificial de liquidez por parte de los bancos centrales como causa nuclear de las crisis económicas, al generar niveles de inversión y consumo superiores al potencial productivo real de la economía. Además, dicha teoría establece que las políticas contracíclicas por parte de los bancos centrales solo contribuyen a atrasar y agravar la recesión, al no permitir que la recesión realice los ajustes estructurales necesarios en la economía para su retorno a un equilibrio dinámico, con la única excepción de la prevención de un escenario de contracción secundaria.
1 Comentario
Buen artículo👍