Diversos colectivos izquierdistas han propugnado que el único camino para combatir la pobreza en el mundo es reduciendo nuestro desbocado consumo. El Tercer Mundo es pobre porque nosotros somos ricos. Si consumiéramos menos, el Tercer Mundo podría consumir más.
Detrás de esta argumentación se esconde una supina ignorancia económica. Aparte del hecho fundamental de que la tarta no esté “dada”, sino que el ser humano, gracias a su ingenio y empresarialidad, consigue ampliarla continuamente (de manera que sólo consumimos aquella parte nueva que hemos creado), no se explica a través de qué mecanismos económicos adquirirán los productos sobrantes las personas pobres.
Los trabajadores occidentales consumen mucho porque antes han producido mucho y tienen algo que ofrecer a cambio. Comprender este hecho me parece fundamental para ver el absurdo de la propuesta altermundista.
Si decidimos reducir nuestro consumo, por ejemplo, a la mitad, puede que hoy dispongamos de abundantes excedentes de bienes de consumo. Pero, ¿cuál será el incentivo mañana para continuar produciendo el doble de cuanto queremos consumir? En este escenario, o bien la gente se dedicaría a mejorar las estructuras de capital para reducir el tiempo necesario para producir los bienes y servicios que quieren consumir o, simplemente, reduciría su jornada laboral, esto es, reduciría la producción a la mitad.
En otras palabras, el excedente productivo que obtendríamos hoy si súbitamente nos abstuviéramos de consumir tanto, se esfumaría mañana. La única manera de continuar produciendo el doble sería, precisamente, estableciendo una dictadura socialista que obligara a los trabajadores a seguir acudiendo 8 horas al trabajo cuando podrían satisfacer sus necesidades con cuatro.
El problema no es que Occidente consuma demasiado, sino que los africanos producen demasiado poco. En este sentido, la pregunta oportuna es: ¿por qué África es incapaz de producir tanto como Occidente? Y no: ¿por qué Occidente es tan insolidario consumiendo la porción del pastel africana?
El pastel no está dado, lo producimos nosotros. Pídanos que consumamos menos y produciremos menos. La única vía expedita será entonces la mano férrea y tiránica de los políticos.
África tiene que enriquecerse a través de la producción. Necesita empresarios y capitalistas, esto es, necesita de un marco jurídico e institucional en el que la propiedad privada sea protegida y reconocida. Bien poco podemos hacer los occidentales para que salgan de su pozo; salvo una cosa, no hundirlos más con este tipo de propuestas absurdas y lamentables.
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